N O V E D A D E S
CONTRA-REVOLUCIONARIAS
miércoles, 11 de septiembre de 2019
SOLEMNIDAD - 12/09/2019
En el salón magnífico de dimensiones imponentes vemos pinturas, espejos, alfombras, decoraciones de gran valor y real distinción. Los personajes están colocados para dar a esta reunión una gran solemnidad.
¿De qué se trata? ¿De un congreso diplomático de importancia internacional? ¿De una reunión del Consejo de algún monarca? ¿De la sesión de una Academia literaria ilustre? No, se trata de la asamblea celebrada en la Galerie Dorée del Banco de Francia en 1846. Algo, pues, de mucho más prosaico, por su esencia económica, que una reunión de alto nivel diplomático, político o intelectual.
Es que en 1846 la Revolución estaba muy atrasada. Y aún no había eliminado en los espíritus la noción de que todas las actividades humanas de alguna importancia deben revestirse de una distinción, de un decoro que es en última instancia una expresión de la propia dignidad del hombre.
Con esta reflexión sobre la solemnidad celebramos hoy la fiesta del Dulce Nombre de María establecida por el Papa Inocencio XI en acción de gracias por la victoria del rey de Polonia Juan Sobieski contra los turcos en el cerco de Viena el 12 de septiembre de 1683.
Los antiguos consideraban el nombre como una especie de símbolo de la persona, de ahí que durante mucho tiempo se haya desarrollado el uso de las iniciales que es de algún modo el símbolo del nombre.
Entonces, el nombre es el símbolo de la realidad psicológica, moral, espiritual, más profunda que está en la persona. Y, por causa de eso, el Dulce Nombre de María, como el Santísimo Nombre de Jesús, debe ser considerado nombre simbólico de la virtud excelsa de la Santísima Virgen, simbólico de su misión, de aquello que verdaderamente es.
Es la afirmación de esta gloria interior, la afirmación de estos predicados interiores. Y, por causa de eso, el nombre de María sería la manifestación, simbólica por supuesto, de todo cuanto existe de excelso en Nuestra Señora. Al festejar este nombre, festejamos la gloria que la Santísima Virgen tuvo, tiene y tendrá en el Cielo, en la Tierra y en todo el universo.
En Ámsterdam Ella explicó la frase "que un día era María", de la oración que dictó, diciendo que María era su nombre antes de la muerte de Cristo, pero a partir de entonces pasó a ser la Señora de todos los Pueblos, al serle entregados por Él mismo con las palabras desde lo alto de la Cruz "Madre, he ahí a tu hijo" y al Apóstol San Juan "hijo, he ahí a tu Madre".
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