P E R I S C O P I O
Blog Contra-Revolucionario
viernes, 23 de agosto de 2019
SEVERIDAD – 24/08/2019
El rey Ocozías envió a un capitán con cincuenta hombres para arrestar al profeta Elías. Entonces el capitán le dijo: Oh, tú que eres hombre de Dios, el rey te ha ordenado que vengas. Y Elías respondió y dijo al capitán de cincuenta hombres: Si yo soy hombre de Dios, que descienda fuego del cielo y te devore a ti y a tus cincuenta hombres (2 Reyes, 1, 1). El capitán y todos los soldados fueron liquidados por el fuego del cielo como representa en el cuadro el artista francés Gustave Doré.
La primera reacción que este hecho podría producir en un católico sentimentaloide sería esta: ¡Pobres hombres! Al fin y al cabo, ¿qué culpa tenían ellos para morir así?
El hecho es narrado como un castigo y para explicar este castigo debemos considerar que los profetas dieron prueba de su misión profética y aquellos que no quisieran reconocer esta misión profética incurrirían en el castigo de Dios. Estos hombres habían aceptado el mandado del rey para arrestar al profeta Elías, por lo que concluimos que no reconocieron al profeta, o si lo reconocían, temían al rey más que al profeta. Por lo tanto, en esa situación merecían ser severamente castigados.
Dios no solo es justo y no solo es severo, también es infinitamente misericordioso. No sería Dios si no fuera justo y misericordioso. Nos muestra todas sus perfecciones, entre ellas su infinita justicia y severidad.
Debemos amarlo en todas sus manifestaciones, también cuando la manifestación es de su justicia. Cuando Dios nos muestra su justicia, lo hace para asustarnos. El temor es uno de los frutos de la manifestación de la justicia de Dios, pero no es el único fruto, porque otro fruto es el amor de Dios. Él quiere ser amado en su justicia y en su severidad. La severidad ante el mal debe despertar el amor. Esta es la lección que debemos aprender ante la severidad.
La Revolución va dando cada vez más la idea de que el hombre que tiene autoridad es digno de amor solo si nunca es severo. Esto se evidencia en todos los niveles de autoridad. De acuerdo con esta idea, el padre que nunca es severo es el padre bueno y digno de amor, la autoridad policial o judicial que se compadece del ladrón y lo deja en libertad es la autoridad buena y digna de amor. Detrás de esto está la idea de que uno no debe ser severo con el criminal y la autoridad que no castiga, que no hace sufrir, esa es la buena autoridad que debe ser vista de simpatía.
Ahora, ¡esta es una idea falsa! Para un hombre de corazón recto, la severidad atrae el amor. La dureza no es brutalidad, ni vulgaridad. A quien nos reprocha severamente, con respeto y con la fuerza de los Mandamientos, le debemos estar agradecidos. Es una señal de que somos humildes y de que las puertas del Cielo están abiertas para nosotros. Así pues, debemos amar a Dios también por su severidad.
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