1 de marzo de 2017
El lazo débil de los españoles con la identidad nacional
El
lazo débil de los españoles con la identidad nacional
En la España de hoy existen también poderosas
corrientes que procuran construir otro tipo de identidades
Franco saluda desde el balcón del Palacio Real de Madrid en octubre de
1975. EUROPA PRESS
Al final va a resultar que la larga
dictadura franquista produjo algún efecto positivo. La parafernalia patriótica
del régimen y sus derivadas nacionalcatólicas lograron inocular en los
españoles un ejército de anticuerpos que los ha protegido contra la tentación,
tan común hoy en Europa, de rendirse a los reclamos de la identidad nacional.
España, según un informe del think tankbritánico Demos en colaboración con el Real
Instituto Elcano, ha conseguido permanecer prácticamente inmune a los cantos de
sirena de la extrema derecha, que tiene esa insoportable manía de hacer piña en
torno a los símbolos nacionales y de cultivar el relato de un pasado épico con
su correspondiente santoral de héroes y mártires, mientras identifica con
claridad a un enemigo —por ejemplo, los inmigrantes— como el mal absoluto que
ocasiona todas sus desgracias.
Según los últimos datos del Eurobarómetro,
tomados de un estudio de otoño de 2015, los españoles andan cuatro puntos por
debajo de la media de la Unión Europea cuando se trata de identificarse con las
esencias patrias y, en cambio, están siete puntos por encima en su afán por
sintonizar con ese proyecto transnacional con sede en Bruselas. La socióloga
Carmen González Enríquez, responsable de la investigación, considera que el franquismo
anduvo tan obsesionado en exaltar el tronío y la raza de aquella España grande
e imperial que produjo hartazgo. Europa, en el erial de la dictadura, se
convirtió así en la única salida, en la solución a los tremendos déficits de
democracia y modernidad. Por lo que se ve, el efecto dura todavía.
El escritor italiano Claudio Magris se
refería en Microcosmos a la identidad nacional comentando que se
desvaría cuando se pretende considerarla un dato natural. No existen unas
esencias puras ahí al fondo del pasillo, nada hay que nos constituya desde un
remoto pasado como ejemplares genuinos, dueños de autenticidad sin mácula. Si
uno anda persiguiendo una identidad, dice Magris, es porque “quiere ser algo
que evidentemente no es y por tanto quiere ser distinto de sí mismo,
desnaturalizarse, mestizarse”.
¿Seguimos realmente queriendo ser europeos,
y todo lo que eso significaba entonces? La idea de abrirnos al mundo, de
dinamitar fronteras, la querencia por unas sólidas instituciones democráticas,
un gusto cosmopolita, aquella admiración por los grandes logros culturales del
continente, el sueño de ser modernos, la urgencia de progresar, de crecer. De
salir del villorio y proyectarnos al mundo. Es a eso, por lo que se ve, a lo
que se le llama identidad débil. Mestiza.
Basta, sin embargo, con levantar un poco la
cabeza para ver que en la España de hoy existen también poderosas corrientes
que procuran construir otro tipo de identidades, fuertes y patrióticas,
cargadas de símbolos, de grandiosos victimismos y de enemigos diáfanos que les
malogran el presente. Nos estamos librando del populismo de extrema derecha.
¡Qué bien! Lo malo es que, al parecer, la vacuna del franquismo no sirve como
antídoto de los otros populismos.
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