14 de marzo de 2017
¿Y si Francisco fuera un impostor?
OPINIÓN
¿Y
si Francisco fuera un impostor?
El papa Bergoglio cumple su primera
"legislatura" como protagonista de una revolución mucho más cosmética
que concreta
EL PAIS - RUBÉN AMÓN
El papa
Francisco, cuando fue elegido en 2013. ALESSANDRO BIANCHI REUTERS | EPV
El principal mérito de Jorge
Mario Bergoglio en estos primeros cuatros años de legislatura consiste en haberlo cambiado todo sin haber
cambiado nada. Un ejercicio de prestidigitación que requiere la devoción de una
sociedad crédula y sensiblera. No estamos en los tiempos de las verdades —no
digamos ya las teologales—, sino en la época de las percepciones y de las
sensaciones. Y a Francisco se le percibe y se le siente unánimemente como un
revolucionario sin haber modificado un milímetro la doctrina de la Iglesia en
los asuntos terrenales: ni comunión a los divorciados —los supuestos son excepcionales—, ni
reconocimiento a los derechos de los homosexuales, ni compromiso con el peso de la mujer en
la Iglesia, ni tolerancia normativa con el aborto, los anticonceptivos o la
estirpe descarriada de los adúlteros.
Podrá objetarse que las leyes de la Iglesia
están escritas en piedra. Y que no tiene sentido someterlas al calentón de los
debates contemporáneos. El problema es que a Francisco se le ha atribuido la
proeza de haber emprendido una gran reforma, cuando ni siquiera ha rebasado el
estadio preliminar de las insinuaciones y de la cosmética.
La explicación reside en su carisma y en
sus facultades de telepredicador. Francisco ha logrado un estado de gracia que
irrita a los católicos "ortodoxos" y que arroba a los ateos. Un Papa
cercano a Cristo y alejado de Dios. Que ha decidido hacerse hombre. Que ha
sacrificado el primado. Y que ha renunciado al poder ritual y a la sugestión
metafísica para sentirse cerca del prójimo y sentarse en el banco de la
feligresía.
Semejante rectificación del privilegio
pontificio ha redundado en su reputación de Papa canchero y colega. Y ha
deteriorado también su excepcionalidad y su inmanencia. Trivializando el cargo
de Pontifex Maximus, Bergoglio incurre en el peligro de vaciar la dimensión
litúrgica y de debilitar su poder sagrado. Se le puede tutear a Francisco. Y se
le puede confundir con el padre Ángel en la definición del sacerdote de barrio.
Se trata de un malentendido democrático en
el contexto de un dogmatismo uniforme. Porque la democracia es el régimen
político ideal, pero no tiene oxígeno en ámbitos de la sociedad —el colegio, el
Ejército, la Iglesia, el espacio doméstico— expuestos al principio
jerárquico, al respeto senatorial, a la gradación de obligaciones y
responsabilidades. La reina Isabel II está más cerca de su pueblo cuando más
lejos se encuentra. El boato, la forma y la grandeurredundan en su prestigio. Hacen de ella una
figura sobrenatural. Como han dejado de serlo nuestros Borbones en sus
concesiones a la asimilación —los reyes a los pies de los súbditos— y como
puede sucederle Francisco si persevera en su conducta de cura porteño o se
recrea en la imagen del cordero rodeado de lobos.
Es atractiva la idea de un pontífice
vulnerable. Un príncipe de la Iglesia al que sabotean los susurros de la Santa
Sede. Y al que se pretende asesinar porque Francisco representa supuestamente
el antídoto providencial al inmovilismo. Fantasea la sociedad con su Papa histórico.
Se le atribuyen palabras que no ha dicho ni proezas que no ha hecho. Y se le
está haciendo cumplir incluso un programa que no prometió.
¿Es un impostor el papa Francisco? La
pregunta aloja matices blasfemos por la corpulencia sagrada del sujeto. Y no
requiere una respuesta afirmativa, pero sí invita a cuestionar la canonización
en vida que está experimentando Francisco. La suya es una revolución de las
formas, una catarsis de las apariencias cuya repercusión ha engendrado el
neologismo del "papulismo", una suerte de populismo papal que
relaciona a Bergoglio con las homilías buenistas, que fomenta las aspiraciones
elementales —la paz y el amor— y que ha sensibilizado a la izquierda
agnóstica y atea como encarnación de la demagogia. Francisco es el papa de
Podemos. El papa de Maduro y de Kirchner. Una correlación bolivariana de la
Iglesia. Un libertador del capitalismo. Un ariete del movimiento ecologista. Y
un buen hombre al que hemos convertido en santo porque la impostora aquí es la
sociedad.
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