27 de abril de 2017
FRANCIA: NUEVA ESENCIA DE LA TAUROMAQUIA
FRANCIA: NUEVA ESENCIA DE LA TAUROMAQUIA
Un concepto diferente del espectáculo y el
creciente número de toreros, ganaderías y novilleros animan la fiesta de los
toros en las plazas del sur del país
Corrida de
toros en el anfiteatro de Arles. IMAGEN: BERNARDO PÉREZ / EDICIÓN: PAULA
CASADO
El anfiteatro romano de Arlés recupera su
función litúrgica, hedonista y sociológica 20 siglos después de haberse erigido
en el promontorio que otea la Camarga. Un combate estilizado del toro y el
hombre. Una comunidad heterogénea que celebra un rito pagano, eucarístico. Y
una voz metálica que resuena por los altavoces, anunciando la celebración de
“una novillada cien por cien francesa”. La reivindicación del animador se
recibe entre ovaciones. Y alude al paseíllo de una terna de chavales locales
—Andy Younes, Tibo García, Adrien Salenc— que van a lidiar reses de seis
ganaderías francesas. Imposible imaginarlo hace unos años.
Y no digamos hace unas décadas, cuando Simón
Casas, empresario de Las Ventas desde esta misma temporada, formó el primer
sindicato de toreros franceses con Nimeño I. Eran los únicos afiliados. Y
estaban aislados, pero obstinados también en levantarse contra la
discriminación que ejercía la colonización española. Se sentían exiliados,
clandestinos. Soñaban con introducir la revolución de la tauromaquia francesa.
Francia constituye en 2017 un territorio
autosuficiente de ganaderías (49), plazas (51), grandes ferias (7), toreros en
activo (10), primeras figuras —Sebastián Castella, Juan Bautista, Lea Vicens— y
profesionales en todos los ámbitos —empresarios, banderilleros, picadores...—,
y su posición de minoría exótica y de marginación predispuso una conciencia de
militancia y de autodefensa que ahora sirve de modelo de urgencia al complejo
de superioridad español. Más aún cuando Cataluña ha dado por abolidas las
corridas. Se antoja estrafalaria la situación de los aficionados catalanes,
constreñidos a cruzar la frontera de los Pirineos para participar de un espectáculo
reprobado en su tierra, seña en algún tiempo de la españolidad.
FOTOGALERÍA. Desde
la izquierda, los toreros Adrien Salenc, Andy Younes y Tibo García en el
anfiteatro de Arles. BERNARDO PÉREZ
La paella y la sangría se consumen en Arlés
con la avidez de la promiscuidad cultural. Y bailan flamenco los arlesianos. E
identifican el anfiteatro romano como un templo identitario. Y lo abarrotan por
fuera y por dentro, acompasando el pasodoble como el himno iniciático a la
corrida de toros, aunque todos los festejos empiezan con la obertura de Carmen, la ópera del compositor francés Georges
Bizet. Y aunque los altavoces proclamen el hito regional de la “novillada cien
por cien francesa”.
No se trata de una apropiación, sino de una
merecida y trabajada asimilación. Francia fue el primer país que declaró la
tauromaquia Patrimonio Cultural Inmaterial (2011). Lo hizo cumpliendo con
escrúpulo los requisitos técnicos y conceptuales de la Unesco —estética, tradición,
creatividad, acervo...— y consolidando una protección cuyo origen se remonta a
1951, cuando se proclamó una ley que prohibía la tauromaquia —y las peleas de
gallos, y el maltrato animal— excepto donde estaba acreditada una tradición
continuada. Es la famosa excepción cultural. Es el caso de Arlés. Y de Nimes. Y
de Béziers. Tres arenas señeras del sudeste francés que rivalizan con las
ferias principales del suroeste. Sobre todo con Bayona, Dax, Mont-de-Marsan y
Vic-Fezensac.
“La necesidad de defender la tauromaquia
casi en una situación de asedio nos ha convertido en pioneros de las
iniciativas políticas”, explica André Viard. Fue matador de toros. Escribe,
pinta, filosofa. Y desempeña la presidencia del Observatorio Nacional de las
Culturas Taurinas, cuya función activista y pedagógica tanto reivindica el
valor ecológico, medioambiental de la tauromaquia como la justifica desde un
punto de vista ético y estético. “España ha dado por descontado que el toreo
iba a ser eterno. Y que no era necesario protegerlo. Por eso allí se ha
reaccionado tarde. Ha predominado la desunión de unos y otros sectores. No ha
sabido utilizarse el marketing, una de las armas que mejor emplean los
animalistas. Y se ha incurrido en una desesperante pasividad”.
La paella y
la sangría se consumen en Arles. Y bailan flamenco los arlesianos. Aunque los
altavoces proclamen el hito regional de la "novillada cien por cien
francesa".
La alarma de la prohibición catalana
estimuló la reacción. Los toros pasaban de la tutela del Ministerio de Interior
a la cartera del Ministerio Cultura (2011). Se declararon patrimonio histórico cultural en 2013. Y se les garantizó una protección
legislativa, inmune a las competencias que pretendieran atribuirse las
comunidades autónomas. “La cuestión es que no basta únicamente con blindar los
toros”, razona André Viard. “Hay que crear un modelo de espectáculo. Atraer a
los públicos. Saber exponer las cualidades de la tauromaquia en este mundo
complejo, globalizado. Francia necesita a España porque España es la casa madre
de la tauromaquia. Y España necesita a Francia porque aquí hemos avanzado mucho
en el camino del porvenir”.
Aficionados con voz y voto
El modelo francés muestra una adhesión
desacomplejada a los toros, heterogeneidad de público, mezcolanza de
generaciones e implicación de los espectadores. Muchas de las plazas llegan al
extremo de “alojarlos” en las comisiones taurinas, organismos municipales donde
los aficionados tienen voz y hasta voto en la confección de los carteles, en la
expresión de sus preferencias.
Desconcierta el silencio, la actitud
observadora, a veces gélida, del público taurino francés, pero esta misma
idiosincrasia cartesiana a medida de un partido de tenis perfila a un
aficionado más culto, más instruido. Y más leído también, como invitan a pensar
los escaparates de las librerías que jalonan las calles céntricas de Arlés.
En
Francia hay 49 ganaderías, 51 plazas de toros y 7 grandes ferias. BERNARDO PÉREZ
Bullían en las fiestas de Semana Santa.
Impresionaba la “españolización” de los hábitos festivos y hedonistas. Y se
vivía la tauromaquia a todas las horas —encierros, festejos de recortadores
camargueses— y en todas las modalidades. Incluida la tertulia vespertina del
Ayuntamiento. O las clases prácticas de toreo de salón para aficionados.
Tiene Simón Casas razones para sentirse
gratificado, reconocido. Su modelo de productor creativo en Nimes y de agitador
de ideas representa hoy el hito embrionario de la tauromaquia francesa.
Especialmente desde finales de los ochenta, cuando el visionario extorero
atrajo al anfiteatro romano los grandes acontecimientos. Litri y Camino
reaparecieron con el pelo blanco para dar la alternativa a sus hijos en 1987.
Luego sobrevinieron los doctorados de Jesulín de Ubrique, Manuel Caballero,
Chamaco, Cristina Sánchez, El Juli, incluso la reciente alternativa de Roca
Rey.
“Los toros eran en Francia un espectáculo
importado. Se nos discriminaba como franceses. Y nuestras plazas no eran sino
colonias españolas. Ahora hemos arraigado la fiesta por nosotros mismos. No
desde el revanchismo, sino desde la identificación y la asimilación. Vivimos el
toreo como una fiesta nuestra, o también nuestra. Francia ha conseguido ser
autosuficiente. Y no estoy hablando de chovinismo, sino del proceso con el que
hemos revitalizado e integrado la cultura mediterránea del toro”, señala Simón
Casas.
Francia
necesita a España porque España es la casa madre de la tauromaquia. Y España
necesita a Francia porque aquí hemos avanzado mucho en el camino del
porvenir".
La mejor evidencia se encuentra en el
campo. Fue la antiquísima ganadería de Hubert Yonnet la primera que debutó en
Las Ventas (1991). Y la pionera de una implantación ganadera que se extiende desde
las Landas hasta la Camarga. Aquí, el toro de lidia, el toro bravo, se ha
arraigado como el arroz. Se ha fortalecido con la sal. Y se ha multiplicado
como símbolo de la marisma en la desembocadura del Ródano.
Bien lo saben Andy Younes, Tibo García y Adrian
Salenc. Sus nombres resonaban en la megafonía de Arlés como valedores de una
generación que ya no necesita cruzar la frontera para aprender el oficio y
torear en el campo. Han podido mirarse en el espejo de las grandes figuras. Que
son Juan Bautista y Sebastian Castella. Y que se hicieron toreros porque de
chavales les estimuló que un compatriota suyo, Nimeño II, fuera capaz de abrir
la puerta grande de Las Ventas cuando el adjetivo de francés tenía
connotaciones peyorativas. O se observaba con el recelo de un exotismo.
Un toro de Miura malogró la carrera del
maestro en 1989. Lo hizo en Arlés. Y la tragedia predispuso su suicidio, de
forma que Nimeño II, hermano de Nimeño I, se convirtió en el primer mártir de
la historia de la tauromaquia contemporánea. Y en el héroe de una revolución
que convierte a Francia en la vanguardia de este espectáculo.
Es el viaje de la clandestinidad al
reconocimiento. El viaje que hizo la Viridiana de Buñuel para torear la censura
franquista. No requisaron la película en la frontera porque iba escondida entre
los avíos de la cuadrilla de Pedrés. Y llegó a tiempo de estrenarse en Cannes,
como alegoría de la libertad. Y como paradoja premonitoria de la coyuntura
contemporánea de los aficionados catalanes. También ellos tienen que cruzar la
frontera y acomodarse en los tendidos de Arlés para aplaudir a los artífices y
protagonistas de una novillada “cien por cien francesa”.
Si Nimeño II puede considerarse el primer
torero francés “aceptado” en el escalafón español, Sebastián Castella alcanzó
la categoría de máxima figura. Llegó a torear hasta 90 tardes en 2006. Y
consiguió en 2015 abrir por cuarta vez la puerta grande de Las Ventas. Son
evidencias estadísticas de un torero de “ida y vuelta” que nació en Béziers, de
padre español, pero que se terminó forjando en Sevilla, a la vera del maestro
José Antonio Campuzano.
El mestizaje explica su acento andaluz y se
añade a la peculiaridad de una madre polaca. Castella, como Juan Bautista, es
referencia de las principales ferias contemporáneas y afronta su decimoctava
temporada de matador en una posición de madurez. Un torero vertical, hierático,
que tomó la alternativa en Béziers y que adquirió una gran repercusión en las
plazas mexicanas. Torea en Sevilla el 5 de mayo y dos tardes en Madrid, en San
Isidro, el 19 y el 26 de mayo.
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