Capitalismo de estado: ¿alternativa o transición?
Por: ESADE | EL PAIS - 20 de mayo de 2013
Llevo varias semanas dándole vueltas a esta cuestión de la intervención del estado en la economía. Me gustó la idea de Ian Bremmer sobre la famosa “J” que explica la relación entre estabilidad y apertura. Imaginemos un sencillo gráfico en dos dimensiones. El eje de ordenadas refleja la estabilidad de un país y el eje de abscisas la apertura político-económica del mismo. Sin entrar al detalle de la definición de ambas variables o de la inclinación del lado corto y largo de la “jota”, este ejemplo ofrece un marco útil sobre el que pensar el capitalismo de estado. Encontramos países con aparentes niveles de “estabilidad” a costa de libertades y desarrollo (son países cerrados pero relativamente estables: el autor pone como ejemplo extremo lo que ocurre en Cuba o Corea del Norte).
Estos países se sitúan en el extremo del palo corto de la jota, pero muchos otros (en el G-20) se encuentran hoy en día ante la duda de seguir un modelo “occidental” –ahora en entredicho- o el aparente éxito “emergente” de China o Brasil. Para alcanzar el palo largo, sin embargo, saben que deben pasar por periodos de transición. Sin embargo, ¿qué políticos querrán asumir los “costes de transición” que implica el paso hacia economías más abiertas? Donde se da alternancia política, no serán aquellos que vean su función limitada exclusivamente a la victoria en el siguiente periodo electoral. El ciclo de transición que llevaría a una “economía controlada” hacia el libre mercado es habitualmente más largo que el ciclo político.
Aldo Musacchio (Harvard Business School) explica que muchas economías tienen actualmente un grado de intervención en la economía muy alto. Sin embargo, la manera en que esta intervención del estado se realiza ha mutado. Cuando uno piensa en “capitalismo de estado” le vienen a la cabeza planes quinquenales soviéticos de Stalin o el gran salto adelante de Mao. Eso ya es historia.
Los partidos en el poder han aprendido que eso no funciona. Son muchos los artículos que han demostrado la ineficacia del sector público para “dirigir” una economía. La intervención, sin embargo, ha sabido mutar con el tiempo para mantenerse. Ahora, de acuerdo, con la metodología de Musacchio, los gobernantes han aprendido a influir en el desarrollo de sus mercados mediante posiciones de control minoritarias en grandes compañías, muchas de ellas privatizadas en los noventa y que ahora cotizan en las grandes plazas financieras. Este nuevo “soft-control” está creciendo entre las economías emergentes como una alternativa más eficiente.
La dirección y gestión de las compañías recae en el sector privado, la cotización mejora la rendición de cuentas y se da un escrutinio fuerte –no en todos los casos- por parte de los demás inversores institucionales. Mientras, el estado se asegura una participación en el capital y, en ocasiones, un asiento en el consejo de administración. Así, los políticos de estas economías han decidido sacar a los burócratas de los enormes monstruos empresariales que habían creado y han puesto en su lugar a los managers (nacionales y extranjeros) educados en las universidades americanas. Es exactamente lo que está ocurriendo con la sofisticación en la gestión de los fondos soberanos de Oriente Medio, Asia Central y Sudeste Asiático.
La tendencia es reciente y creciente. En 2005, cuando se publicó el primer ranking de Fortune Global 500, no había ninguna empresa estatal (Sovereign-owned Enterprise o SOE) entra las diez más grandes del mundo por ingresos. En 2012 ya están hay tres empresas. Las tres son chinas. Las tres SOEs. La pregunta es: ¿Qué ha cambiado en estos siete años para que tres compañías controladas por el estado chino asciendan en el ranking casi 30 puestos? ¿Cuánto se explica por la desaceleración de las economías OCDE y sus empresas? Porque hay un hecho constatable: hace 7 años, Estados Unidos tenía 44 empresas más en el ranking; Japón, 13; Reino Unido, Francia y Alemania, han aparcado 21 empresas en total fuera del ranking. En este periodo han entrado nada menos que 57 empresas chinas, 5 brasileñas y 4 rusas, además de taiwanesas, indias o surcoreanas. ¿Cuánto se puede atribuir al apoyo explícito que reciben de sus gobiernos, en forma de privilegios regulatorios, acceso a financiación o asignación de contratos públicos? Y en el caso de China ¿Qué papel ha jugado la estrategia Go out! iniciada en 1999 o la entrada en la OMC de 2001? ¿O se explica únicamente por el crecimiento experimentado en esta última década?
Son muchas dudas las que debemos resolver aún. Sumados los ingredientes de compañías capitalistas, controladas por sus gobiernos mediante posiciones minoritarias, muchas de ellas provenientes de mercados emergentes, forman un cóctel que todavía no sabemos interpretar. Desde Wharton School (Pennsylvania), el leonés Mauro Guillén ya enseña un nuevo modelo de internacionalización de las compañías que ha cuajado en los últimos años. Estas nuevas multinacionales se expanden más rápido porque conocen entornos políticos y sociales complejos en sus países de origen, tienen mayor capacidad de adaptación organizativa y eligen modos de entrada donde prevalecen las alianzas y M&A sobre las tradicionales subsidiarias. ¿Son una alternativa o se trata de una transición?
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