PERISCOPIO
Blog Contra-Revolucionario
viernes, 1 de marzo de 2019
NACHO ALDAY - PALAU - 02/03/2019
El P. Francisco Palau fue un Carmelita Descalzo que en 1835 hubo de huir de su convento en llamas por la persecución religiosa de la época. Las misiones populares y los servicios prestados al ejército carlista le procuraron el título de Misionero Apostólico. Las leyes de exclaustración religiosa le hicieron exiliarse en Francia durante 10 años.
A su regreso a Barcelona le encargaron la formación en el Seminario y en la Parroquia de San Agustín fundó la Escuela de la Virtud para la educación de niños, jóvenes, adultos y con especial atención a las mujeres. Estas catequesis molestaron a las autoridades anticatólicas que las consideraron subversivas obligándole a cerrarla y fue desterrado a la isla de Ibiza. Allí, en el majestuoso islote solitario El Vedrá vivió un tiempo como ermitaño el ideal de la soledad y oración, pero la situación de la Iglesia y del mundo le sacaron de su retiro.
Dirigió el semanario El Ermitaño pregonando que el mundo sufría una gran Revolución de origen diabólico que desembocaría en un imperio universal, el cual sería derrocado por un nuevo Moisé de la era de la gracia instaurando una civilización verdaderamente cristiana. Advirtió también sobre la iniciación en los secretos de la masonería de muchos soberanos de la tierra, del espiritismo como el sacerdocio de dicha secta secreta y de que las discordias del siglo XIX no eran cuestiones espontáneas, sino que tenían su raíz en la conspiración de las fuerzas del mal.
En el Concilio Vaticano I insistió en la necesidad de que la Iglesia formase una legión de exorcistas para reprimir la acción del demonio en el mundo, denunció las teorías erróneas y funestísimas para el catolicismo de que ya no hay demonios sobre la tierra, porque Cristo los encerró en el infierno, que no pueden entrar en los cuerpos humanos ni poseerlos, que no hay maleficio, esto es, que un hombre pueda dañar a otro sirviéndose del arte diabólico, pero ya entonces las autoridades eclesiásticas le exigieron dejar esa tarea, lo cual acató, pero no entendió.
Algunos años después de su muerte se desató una epidemia de posesiones diabólicas por toda España con el epicentro en la población aragonesa de Jaca, motivados por la proliferación de cenáculos espiritistas.
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