24 de febrero de 2017

GABRIEL ALBIAC - Irresponsables

GABRIEL ALBIAC - CAMBIO DE GUARDIASEGUIR

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Chávez no está. Zapatero, Garzón e Iglesias lo invocan ante la güija de Maduro. Falta Pedro Sánchez.
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Haber sufrido una dictadura –y haberla combatido– vacuna contra algunas cosas. En la portada del ABC de ayer, veo la foto: un arrobado expresidente español hace la corte a un tirano caribeño en su palacio. Ni siquiera de alguien con el nivel de José Luis Rodríguez Zapatero me hubiera atrevido a esperar una vulgaridad tan alta. Nadie que haya vivido en carne propia la represión dictatorial admitiría estrechar la mano de quien sólo responde a los opositores con la cárcel. Nadie. Pero soy quizá injusto. A José Luis Rodríguez Zapatero, ni por edad ni por carácter, se le conoce acto de combate o resistencia contra dictadura alguna. De indignación retórica, sí. Cuando no había dictador y eso salía gratis.
¿Qué gana quien presidió el gobierno de una democracia europea, doblando el espinazo ante el último de los Tirano Banderas latinoamericanos? Es para mí un enigma. Sin el golpe del 11-M, Zapatero jamás hubiera sido otra cosa que un don nadie, puesto ahí a la espera de la dirección socialista seria que habría de venir después de las elecciones de 2004. Debería haber saciado su dosis de vanidad: de cero a presidente en 72 horas. No es una fortuna menor. Sus siete años no fueron, es verdad, de gobierno. Fueron un sainete que arrastró las peores consecuencias. Llegó a una España en su mejor momento económico y con las fracturas regionalistas bastante suturadas. La dejó completamente arruinada y con Cataluña lanzada por él –porque fue él quien desencadenó lo hasta entonces inconcebible– hacia una independencia que, pronto o tarde, acabará en desastre. Recibió una nación moderna y dejó esto. Motivos para envanecerse no le faltan.
¿Qué añade a esos motivos la bendición del vicario de Hugo Chávez en Caracas? Tal vez, la misma emoción que anegaba a Felipe González al habitar el viejo yate Azor del General Franco. O la misma que empapó a todos los prohombres de la democracia española que buscaron –sin distinción de ideologías– el abrazo físico del monstruoso Fidel Castro.
Los grandes asesinos fascinan. Fascinan los grandes déspotas. En el fondo, un gobernante democrático, por más poderoso que sea, se sabe limitado en el tiempo. Ante el tirano, cuyo poder rinde cuentas tan sólo a la eternidad, no puede reprimir una tangible envidia. Hay que ser muy sereno y muy decente para no sucumbir a esa tentación. Que los Cohibas te los haga llegar desde La Habana el «Coma-andante» en persona tiene algo de liturgia sagrada conducente al éxtasis. Que al más nulo gobernante español de los últimos cuarenta años le rinda honores solemnes el mismo delicado espíritu que amenaza a su sucesor con «romperle los dientes», debe insuflarle un relente onanista difícilmente descriptible.
En 2004 empezó todo esto. Y este Zapatero que se derrite ante Nicolás Maduro, es el mismo que propició la consolidación de la banda de penenes madrileños a la cual financiaba el santo patrón Chávez. El mismo día del besamanos de Zapatero al caudillo venezolano, un joven que transitó –porque la vida está así de dura– del PCE a Podemos, explica que, en Venezuela, los presos políticos están en la cárcel porque son terroristas. Es demasiado joven para saber que eso era exactamente lo que el franquismo decía de sus viejos camaradas del PCE para encerrarlos. Que eso es exactamente lo que todas las dictaduras han llamado a sus opositores: criminales.
El círculo se cierra. El que se abrió en 2004. Chávez no está. Zapatero, Garzón e Iglesias lo invocan ante la güija de Maduro. Falta Pedro Sánchez.
Gabriel AlbiacGabriel Albiac

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