Con inmenso dolor nos vemos en la necesidad de pronunciarnos sobre el escandaloso programa emitido este domingo en una cadena televisiva y protagonizado por una «hermana» nuestra de hábito, aunque, tal y como demostró, ni siquiera comparte nuestro Credo.
Condenamos y rechazamos las palabras y el pésimo ejemplo de sor Lucia Caram de las cuales, nosotras, monjas Dominicas de la casa de Domingo de Guzmán, somos las primeras perjudicadas.
Toda esta Comunidad que procuramos, con fragilidades, sin duda, pero también con entrega, mantenernos fieles a una vocación que nos ha sido dada y de la que no podemos hacernos dueñas, vivimos con gran sufrimiento este revuelo mediático que tanto daño está generando, destrozando nuestra imagen y por encima de ello y más grave aún, confundiendo al pueblo cristiano que, sin embargo, no deja de tener olfato y capacidad de discernimiento para saber que esta mujer no nos representa.
Acudimos espantadas a un espectáculo degradante y humillante para toda la Orden Dominicana, cuyo fundador destacó por su empeño y entrega en defensa de la fe católica y un gran amor a la Virgen María, bajo cuya protección nos dejó a todos sus hijos. Su vida fue un verdadero ejemplo de Caridad hacia quienes vivían en el error. Él, que pasaba las noches llorando y pidiendo Misericordia, estará contemplando a esta religiosa, y su espíritu, que permanece vivo en su Orden (con sus recién cumplidos 800 años), es el mismo que nos mueve a nosotras, con lágrimas en los ojos, a rezar por ella y su arrepentimiento: ¿Qué será de ti, Lucia?
No queremos emitir juicios ni enzarzarnos en discusiones que abundan en estos medios. Pero tampoco podemos seguir silenciando algo que causa tanto escándalo. Sus superiores estarán al tanto de todo esto y son ellos quienes deben tomar las medidas oportunas en conciencia con el encargo que Dios les ha dado y el deber de la corrección hacia quienes están engañados. A nosotras nos corresponde orar convencidas de que, como la cizaña crece junto al trigo, es la Misericordia del Señor la que, para no arrancar también el trigo, permite que crezcan junta en el campo, que es la Iglesia.
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