27 de octubre de 2014
El irresistible imán del islam radical
el pais - ANA CARBAJOSA Melilla 27 OCT 2014 - 00:00 CET202
La proliferación de burkas y barbudos en el paisaje humano melillense es una realidad que ya casi nadie se atreve a discutir. Los ultras que proclaman un islam anacrónico y rigorista son una minoría creciente y magnética. La religión está de moda entre los jóvenes de las barriadas, a los que fascina la idea de pertenecer a una avanzadilla moral internacional que triunfa en todo el mundo árabe. En la Melilla empobrecida y marginada encuentran los captadores una mina.
Si en Reino Unido o en Alemania se han dado casos de yihadistas universitarios y con horizontes laborales envidiables, en Melilla las fuerzas de seguridad han detenido a sospechosos de un perfil que poco tiene que ver con los radicalizados europeos. “Los barbudos se aprovechan de los chicos que no tienen nada que perder”, estima Yusuf Kadur, presidente de la comunidad islámica Al Nur, que pronto inaugurará un centro islámico con el que aspira a ejercer de contrapeso “a los barbas”. “Crecen por días”, afirma. “Aquí captan a los que pasan hambre”
Cuando los musulmanes melillenses hablan de captar, se refieren a pasar a formar parte de la órbita de los barbudos, a practicar un islam mucho más rígido. De ahí a empuñar un kalashnikov en nombre del Ejército islámico hay un abismo, sostienen decenas de melillenses consultados que viven como el enésimo agravio contra los musulmanes las detenciones contra presuntos yihadistas. Los 12 kilómetros cuadrados de la ciudad autónoma han sido testigo de cuatro redadas islamistas en lo que va de año.
La Cañada de Hidum es el principal foco del salafismo en Melilla y un lugar en el que el rigorismo religioso convive con la mugre, las drogas y la ley del más fuerte. En la ladera de una colina a las afueras de Melilla se alza este laberinto de edificios bajos y desconchados. Los hay a medio construir y los hay también con ostentosas balaustradas pagadas con partidas de sospechosa procedencia. Aquí no hay trabajo y el poco dinero que se mueve procede del menudeo de la droga, de algún plan de empleo de seis meses o de una ocasional contrata municipal como la que le acaban de adjudicar a un grupo de paletas barbudos. Por lo demás, la Cañada roza el pleno desempleo.
En las calles sin aceras se acumula la basura, sin que nadie pase a recogerla. Un coche calcinado yace al pie de una farola de la que los vecinos chupan la electricidad. Una mujer con hiyab y guantes verdes, que le tapan hasta el último centímetro de piel, espera en el asiento de copiloto de un coche. Su marido con barba larga, se ha bajado a recoger la ración de comida que reparte la Asociación Nueva Cañada. “Damos de comer a más de 300 familias”, explica uno de sus miembros, Hasan. Ayudan también a decenas de niños con fracaso escolar y a la legión de indocumentados que escapan los radares oficiales.
En este barrio se esconden forajidos de Marruecos. Se falsifican también bastidores de coches robados en Alemania que luego cruzan la frontera marroquí. Los jóvenes entran y salen con frecuencia de prisión. “Ahora ya roban hasta en el barrio, atan a ancianas como en las películas”, relata un vecino que teme dar su nombre. “Te levantas con el olor a humo. Esto se ha convertido en un caos. Nos han abandonado. Sin la religión, hace tiempo que esto habría estallado. Los jóvenes están desorientados y amargados. Los barbas les lavan el cerebro. Esta es una moda nueva, que viene de muy lejos”.
La radicalización no se ciñe a la Cañada. Cada vez hay más barrios melillenses con un locutorio o una mezquita en la que se juntan rigoristas. Las chicas con niqab, un velo que cubre el rostro y solo permite ver los ojos, se dejan ver por toda la ciudad y proliferan locales en los que se ha dejado de servir alcohol y cerdo. “Ha habido un cambio radical”, sostiene Massin Hartit, Vicepresidente Mundial del Tamazight y promotor de la cultura bereber en la televisión Popular TV, desde donde retransmiten el día a día de barrios como La Cañada. “Ahora se ven muchas más chicas con burka, un islamismo que no es propio de aquí, que viene de fuera. Los emigrantes marroquíes que han venido de Cataluña con la crisis traen corrientes más arabizadas. Se encuentran con gente que no tiene ni para comer, sin estudios ni nada que perder”.
Pero la alienación y la pobreza no explican por sí solas la radicalización de la juventud. Tampoco en Melilla. Pasarse a las filas del islam radical significa aquí, en Berlín y en Manchester, pasar a formar parte de la que consideran una élite moral internacional, de una corriente global y magnética. Significa tener un proyecto de vida y pasar a ser reconocido. “En esos barrios hay mucha droga, y los islamistas elevan a un toxicómano a la categoría de persona respetable de la noche a la mañana”, explica Abderramán Benyahia, presidente de la Asociación musulmana de Melilla. “Esto es solo una muestra más de la deriva global de islamización”, añade.
Muchos jóvenes absorben con curiosidad casi ciega lo que viene de fuera y rechazan el islam de sus padres, más rural, bereber y menos arabizado. Miran por encima del hombro a su familia, que siente cómo poco a poco pierde a sus hijos. A los padres les preocupa lo que ven y también lo que no ven. Les preocupa lo que sus hijos de 15 años hacen cuando salen de casa y vuelven sin dar demasiadas explicaciones. “A mi hijo de 16 le han intentado captar”, explica Kadur, de Al Nur. “Me acabo de gastar 600 euros en ropa de marca con tal de que no se ponga la ropa islámica y se deje barba”. El cambio de vestuario es el primer síntoma que detectan los padres.
Ellos, los hombres islamistas, son más visibles. Son la imagen pública de un colectivo que protesta cuando hay redadas policiales y que predica en las mezquitas. Ellas son más difíciles de detectar y a menudo pasan inadvertidas, confinadas en el universo doméstico. Tienen además sus propias vías de radicalización, paralelas a los de los chicos. En Melilla, las alarmas saltaron en agosto, con la detención de la primera presunta yihadista española, una joven de Melilla que viajó a Marruecos con una menor para supuestamente unirse a las filas del Estado Islámico. Está por determinar si las sospechosas son efectivamente culpables, pero de lo que no hay duda es de que tanto las detenidas como un ejército de jóvenes melillenses profesan una renacida devoción por el islam impulsada y canalizada por las corrientes más ultras.
Si los barbudos conectan con los jóvenes en equipos de fútbol, en gimnasios instalados en garajes, en la mezquita o en excursiones al campo, las chicas frecuentan páginas de Facebook, forman grupos de WhatsApp y se reúnen en casas donde escuchan con atención lasdars, las clases de las sabias. Las maestras propagan también su sabiduría en acontecimientos sociales como las bodas o incluso los funerales para formar corrillos en los que adoctrinan a las jóvenes. Leen el Corán en árabe culto y las chicas absorben las enseñanzas con disciplina. Les enseñan cómo ponerse los distintos tipos de pañuelo, o cómo comportarse con la suegra. Ellos, les dicen, son los príncipes que las protegerán y trabajarán para ellas siempre que ellas sigan al dictado la ley islámica.
En esas casas y en esos encuentros se distribuyen materiales de lectura. “¿Cuál es la mejor mujer? Aquella que cuando él la mira se complace, cuando le pide que haga algo, ella le obedece y nunca hace algo que él deteste con respecto a ella o a sus bienes”, recoge por ejemplo La verdadera personalidad del musulmán, un libro que circula entre las jóvenes casaderas melillenses. Tú puedes ser la mejor esposa del mundo o Nada te turbe, una suerte de manual de autoayuda para anclarse en la fe en los momentos difíciles de la vida, son otros de los títulos más consultados.
“Últimamente hay más religiosos”, explica una joven de 20 años que frecuenta las dars. “Tenemos mucho tiempo libre. Con el Corán, cuanto más sabes, más quieres saber. Es muy bonito. Muchas amigas mías han decidido ponerse el burka. Son unas enamoradas del islam y quieren que les vea solo su marido. No tiene nada que ver con el terrorismo”. Dos chicas de Melilla que recientemente decidieron taparse completamente con el niqab —al que en Melilla llaman burka a pesar de que este último cubre incluso los ojos—, aceptaron conversar con este diario sobre su decisión. Cancelaron la cita tras consultar con sus maridos. Buena parte de las mujeres que caminan como sombras negras por Melilla son cristianas conversas, según confirman varios vecinos melillenses.
"Pasarse a las filas del islam radical significa pasar a formar parte de una élite moral internacional"
Las redes sociales son un vehículo para propiciar encuentros y canalizar la radicalización. Pero es necesario que exista un determinado contexto para que los jóvenes se sienten ante un ordenador y se expongan a páginas radicales o incluso yihadistas, advierten fuentes de los cuerpos de seguridad. “Es normalmente una persona del entorno la que les dice: métete en este chat o en este foro. Van a tiro hecho. En el caso de las mujeres, en un 90% son reuniones cara a cara en casas”, explican.
Las escuelas públicas ejercen de termómetro. Periódicamente surgen casos de alumnos que se niegan a participar en actividades que consideran haram —prohibidas, según el islam—. Hubo un chico que se salió de clase un Ramadán porque el profesor mostró una foto del David de Miguel Ángel. Una chica se negó a fotografiarse con el cartel de Bring back our girls para pedir la liberación de las niñas secuestradas por Boko Haram. A otras, sus padres no les dejan salir de excursión con sus compañeros en fin de curso.
Luis Escobar, maestro melillense y delegado de la Central Sindical de Funcionarios Independientes apunta un elemento adicional: “Para muchos de estos chicos, su lengua materna es el bereber y no entran en contacto con el castellano hasta los cinco o seis años cuando están en la escuela. Ahí se crea el primer retraso que se va acumulando durante su vida escolar. Cuando llegan a secundaria, no se sienten capaces de seguir adelante y se quedan tirados en la calle”. Escobar reclama profesores de apoyo y mejores alternativas profesionales para los jóvenes.
Las muertes de musulmanes en Palestina, Siria e Irak resuenan con fuerza en las barriadas melillenses, en las que a las corrientes globales se superponen las particularidades locales. Mohamed Busián es el abogado de tres de los seis presuntos yihadistas detenidos este año y se explaya en el rencor que generan las desigualdades entre musulmanes y cristianos en Melilla: “El poder que ha ostentado tradicionalmente la comunidad cristiana y la discriminación social y económica, que pervive, crea frustración. Los jóvenes encuentran su refugio en las ideologías radicales”. El paro, la pobreza o el fracaso escolar se ceban desproporcionadamente con la comunidad musulmana en Melilla. “Hay una fractura social inmensa, que contrasta con el discurso oficial de la multiculturalidad. El agravio comparativo con los cristianos fomenta el victimismo y el integrismo”, cree este abogado que se declara contrario al islamismo que profesan sus clientes.
El victimismo contribuye también a que la comunidad musulmana se blinde frente a las críticas externas. La mayoría silenciosa no comulga con las nuevas corrientes, pero consiente su expansión ante el temor de que les consideren malos musulmanes. La división de las asociaciones y representantes musulmanes de la ciudad tampoco ayuda.
En un bonito parque junto a la carretera de Hidum, Mohamed Driss, presidente de la Comisión Islámica de Melilla, que representa a la comunidad, asegura que se han enterado de las redadas yihadistas “por la prensa”. Driss asegura que no ha percibido un aumento del radicalismo. Culpa a “poderes occidentales de querer mancillar el islam” y se resiste a hablar de las tensiones en el seno de la comunidad. Es de los que cree que la ropa sucia es mejor lavarla en casa.
Fauzía Allal Mohamed es una melillense de 19 años sonriente y muy vivaracha. Este verano su fotografía, con un hiyab negro y los ojos enmarcados con kohl, dio la vuelta al mundo en forma de ficha policial. Horas antes, había sido detenida, junto a una menor ceutí, acusadas de ser yihadistas camino de la Guerra Santa.
“Ambas pretendían cruzar la frontera hacia Marruecos con el fin de contactar con la red que las trasladaría de forma inminente a una zona de conflicto entre Siria e Irak. Sus intenciones eran las de integrarse en alguna de las células de la organización terrorista del autodenominado Estado Islámico, liderado por Abu Bakr Al Baghdadi”, aseguraba la nota publicada por el Ministerio de Interior tras el arresto. Tres días después quedó en libertad provisional. La menor admitió haber sido captada, pero Allal asegura que fue hasta hasta la frontera marroquí engañada.
La investigación está bajo secreto de sumario, por lo que hasta el momento se desconocen las pruebas en su contra. En Melilla, mientras tanto, la familia y una amiga íntima de la detenida aseguran que la chica simplemente estaba en un grupo de Whatsapp sobre enseñanzas del islam, pero que nunca planeó salir de la ciudad ni viajar a Siria o a Irak. El grupo lo compartían, según una conocedora del mismo, 12 o 13 chicas de toda España. Allí chateaban acerca de la ropa islámica, de cómo ser buena esposa, de si se reza con la menstruación y asuntos similares.
La familia de Allal afirma que un día, una de las jóvenes del grupo, Aisha —pseudónimo de la menor—, le escribió y le dijo que le gustaría conocer Melilla. Allal, según el mismo relato, le dijo que sería bienvenida y al poco la menor se presentó en la ciudad autónoma.
Al segundo día, según el entorno de Allal, Aisha le pidió que la acompañara a la ciudad marroquí de Nador para comprar ropa, que allí es más barata. “La menor lo había planeado todo y Allal no sabía nada”, aseguran sus familiares, que piden el anonimato. En la frontera, la policía las detuvo. Para Interior, es la primera vez en que se detiene en España a dos mujeres “dispuestas a integrarse plenamente en células terroristas” del Estado Islámico.
Fue hace unos cuatro meses cuando Allal empezó a taparse más. “Ella lo siente así, le sale del corazón”, explican en su familia. Ahora Allal viste el khimar, un velo que cubre el busto y ropa ancha hasta los pies. “Taparse más es la moda”, cuenta una amiga íntima de la sospechosa. Allal es una mujer alegre, ruidosa y mala estudiante; este último un rasgo que difiere del perfil de chica empollona y ultrareligiosa de algunas de las yihadistas de países europeos. Allal es alegre, ruidosa y mala estudiante; este último es un rasgo que difiere del perfil de empollona y ultrarreligiosa de algunas yihadistas europeas. Es independiente y dejó a su novio “por celoso”, según las fuentes. No cree que la mujer musulmana “deba obedecer siempre al marido”.
Allal dejó el instituto a los 15 años y estudió peluquería. Ahora vive con su madre gracias a un subsidio de 400 euros. Los sábados recibe clases para aprender a ser buena musulmana en una asociación islámcia de Melilla.
La familia de Allal insiste en que una cosa es la religiosidad y otra muy diferente ir a Siria a luchar. Que el terrorismo islámico solo lo conocía por las noticias y las películas. Ahora Allal es la protagonista de su propia película, cuyo capítulo final se escribirá en la Audiencia Nacional.
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