17 de octubre de 2014
El congreso de Isidoro
ANÁLISIS
el pais - JOAQUÍN PRIETO 17 OCT 2014 - 14:39 CEST1
La operación Suresnes, en octubre de 1974, puso fin a la etapa de culto del PSOE a sus reliquias de la guerra civil y del exilio, y sentó las bases para convertir a este partido en la máquina de poder que hemos conocido. De allí salió un primer secretario, Isidoro (Felipe González) del que solo sabía un puñado de los poco más de 2.000 correligionarios de la época, que adoptaban seudónimos para sortear mejor a la policía del vencedor de la Guerra Civil. Junto al primer secretario fue elegida una ejecutiva en la que se encontraban Andrés(Alfonso Guerra), Juan (Nicolás Redondo Urbieta) o Hervás (Pablo Castellano), que terminaron distanciándose de González con el devenir de los acontecimientos políticos.
La trascendencia del congreso de Suresnes se debe al momento estratégico en que se celebró. Franco había caído enfermo pocos meses antes y, aunque se recuperó y recobró sin miramientos los poderes que había cedido al príncipe Juan Carlos, la mayor parte de la oposición ya se estaba agrupando en torno al PCE en la Junta Democrática. El PSOE no se integró ahí, sino que aprobó la aceptación de alianzas con otras “fuerzas antifranquistas”, válidas hasta que se produjera la “ruptura democrática”.
Más que por sus declaraciones ideológicas, la escenografía de Suresnes marcó el fin del reinado de los militantes de edad provecta. Este congreso fue fruto de la escisión entre los jóvenes activistas y los dirigentes veteranos que guardaban en Francia la llama del partido de Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, pero cuya efectividad era casi nula en España. El PSOE empezó a recorrer el camino que le situó en excelentes condiciones para participar en la transición a la democracia promovida por don Juan Carlos, una vez rey, y el entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a partir de 1976.
Los hechos desmienten a los que comparan la renovación socialista encabezada ahora por Pedro Sánchez, en pleno sistema constitucional de libertades, con la azarosa reconstrucción de un partido político desde la clandestinidad, con Franco declinante, pero en el poder y que seguía arrestando y condenando a severas penas a sus oponentes. Sin embargo, entre ambas operaciones sí hay un nexo con alto valor político: la voluntad de mantenerse como proyecto autónomo. Fue lo que los González y los Guerra quisieron frente al Partido Comunista y la extrema izquierda del pasado, como Sánchez lo intenta frente a los adversarios del tablero político de hogaño.
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