13 de julio de 2012
Carrero Blanco, un asesinato obra de ETA ¿y respaldado por quién?
ABC - Día 02/07/2012 - 17.13h
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Tres miembros de ETA accionaron el dispositivo para asesinar al presidente del Gobierno de España, Luis Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973, pero detrás pudo haber una conspiración desde el propio Régimen, según el libro "Matar a Carrero", de Ernesto Villar.
La obra es un recorrido pormenorizado de la evolución de la organización terrorista desde sus albores a finales de los 50 hasta esa fecha de 1973.
Ese año los etarras se movieron por Madrid con toda impunidad y cometiendo muchas imprudencias en una época en la que, como recuerda Villar en boca de Santiago Carrillo, cualquier militante comunista que ponía sus pies en territorio nacional era detenido inmediatamente.
Para el periodista y escritor (Madrid, 1972), se ignoraron todos los informes basados en las declaraciones de distintos confidentes e infiltrados que enviaba desde Bilbao el jefe de la Policía, José Sainz, ya que los que perpetraron el atentado mortal estaban fichados desde año y medio antes.
Sus nombres: Jose Ignacio Múgica Arregui, "Ezkerra"; Pedro Ignacio Pérez Beotegui, "Wilson", y José Miguel Beñarán Ordeñana, "Argala".
Pero es que también y en momentos muy concretos en los que las distintas fuerzas del Estado se disponían a interceptar alguna de las acciones de los terroristas, aparecían ciertos vehículos que abortaban las distintas iniciativas porque se trataba de asuntos de Estado.
Villar, después de una exhaustiva investigación y de recuperar el sumario completo de 3.009 folios,desaparecido durante décadas y al que sólo tuvieron acceso otros periodistas en 1993, opina que si bien la idea del asesinato no surgió desde el propio Régimen, es cierto que desde el mismo se respaldó por acción u omisión.
El autor, que en estos momentos colabora con distintos medios de comunicación y es profesor universitario, aclara que Carrero tenía ante sí un denominador común: todos -derecha e izquierda- eran enemigos suyos y todos ganaban con su muerte.
Para Villar, quien considera que Carrero era un hombre con los pies en la tierra, honesto, pero más franquista que el propio Franco, no tiene explicación alguna que tras el magnicidio no se declarara el Estado de excepción ni se pusiera en marcha una operación "jaula" (máximos controles), como había ocurrido con atentados anteriores.
En su opinión, el Régimen quiso pasar de puntillas y lo antes posible del asunto, porque, según dice en el libro la hija del asesinado, ella sospecha que de Franco para abajo lo sabían todos.
Asegura que la frase de Franco tras el atentado de que "no hay bien que por mal no venga" no fue en ningún caso una "morcilla" sino que aparece en los tres borradores del discurso en la que lo pronunció, en los que sí había otras correcciones.
El autor no se explica que nadie preguntase a los porteros de las viviendas cercanas al número 104 de la calle Claudio Coello desde donde los etarras excavaron el túnel en el que pusieron la carga mortal, equiparable a una mina antitanque, que hizo "volar" el coche del presidente hasta la terraza de la iglesia de los Jesuitas y que le costó la vida a él, al conductor y a un escolta.
Tampoco entiende que los hechos sucediesen a escasos metros de la embajada de Estados Unidos y no descarta que en la acción estuviesen involucrados los servicios secretos de otros países.
Considera Villar que entre el atentado contra Carrero y el intento de golpe de Estado del 23-F de 1981 -dos hechos cruciales para la reciente historia de España- hay varias similitudes que podrían hacer pensar que detrás de los dos había una misma persona, pero ¿cómo dar un nombre si no hay pruebas?, matiza.
Ernesto Villar es pesimista sobre la posibilidad de conocer toda la verdad, porque muchos de los implicados han muerto y de los que viven sólo algún "arrepentido" suele aclarar alguna cuestión.
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