16 de julio de 2017
Historia, no combate ---- El franquismo, la Guerra Civil y la República siguen pesando sobre la vida política española ...
Historia, no combate
El franquismo, la
Guerra Civil y la República siguen pesando sobre la vida política española y
levantan rencores en una sociedad que hace tiempo debería haber pasado página
para poder regresar al pasado sin la necesidad de levantar trincheras
EL PAIS - JOSÉ ANDRÉS ROJO
Soldados
republicanos son capturados por las tropas franquistas en el frente de
Somosierra durante la Guerra Civil. HULTON-DEUTSCH
COLLECTION CORBIS
La larga dictadura franquista, la Guerra Civil y (también) la República siguen estando hoy presentes en la vida política y los medios de
comunicación. Ha pasado ya mucho tiempo, pero aquellos remotos episodios
históricos mantienen intacta su capacidad de provocar emociones enconadas y de
desatar debates apasionados donde es más fácil tirar de garrote que proponer
una serena reflexión. Las sociedades acuden a los relatos del pasado casi
siempre con el afán de buscar unas referencias que les ayuden a situarse en el
presente. Formo parte de esa tradición, se dicen unos y otros, son esos gestos
los que me definen y esas gestas las que celebro o, si se prefiere, fueron
aquellas andanadas las que tuvieron la culpa de cambiarlo todo. Hubo una vez un
lejano paraíso de libertades o una nación de imponente poderío donde, como
decía Ferlosio, habitaba “el palurdo vernáculo ancestral”, el verdadero e
impoluto y auténtico pueblo. El que ahora ha sido traicionado.
La Comisión de la Memoria propone
renombrar 52 calles franquistas en Madrid. Valencia recuerda el Congreso de
Escritores Antifascistas de 1937 y el
IVAM dedica una muestra a Josep Renau, el artista que protegió el Prado y encargó el ‘Guernica’ durante la guerra. El Reina Sofía desmenuza en una gran exposición
el cuadro de Picasso. La alcaldesa Carmena se plantea instalar un museo del Frente de
Madrid en el Arco de la Victoria. Se exhuman en Pamplona los restos de
mortales del general Sanjurjo y se
propone sacar a Franco del Valle de los
Caídos: en El Pardo, una tumba lo está esperando. Muere Hugh Thomas, el autor de una
célebre historia de la guerra. Javier
Cercas explora en su vida familiar para saber de un tío abuelo falangista, Lorenzo
Silva novela la vida del general Aranguren —que ayudó a parar el golpe en
Barcelona—, Javier Reverte reinventa al brigadista y poeta John Cornford y
Lluís Pasqual monta una obra centrada en la quinta del biberón y la batalla del
Ebro. Enrique Bocanegra aborda el paso del agente británico y prosoviético Kim
Philby por la zona franquista de la España en guerra y Jorge Freire hace lo
mismo con las vicisitudes que pasó Arthur Koestler en el lado republicano. Ascensión Mendieta, una mujer de 91
años, consigue gracias a una juez argentina que exhumen los restos de su padre de una fosa de Guadalajara y lo entierra en el cementerio de la
Almudena de Madrid. Y, en fin, un largo etcétera.
“Todavía está pendiente que los organismos del Estado den una solución al problema de las
fosas”, dice Santos Juliá, que lleva tiempo
volcado en un libro que va de la Guerra Civil a la Transición, “y eso termina
por contaminar cualquier discusión sobre el pasado. Hay una demanda social de
la que no se han hecho cargo las Administraciones públicas, poniendo a trabajar
en su resolución a jueces, forenses, autoridades políticas”. Y añade: “No
estamos hablando de la muerte de alguien que ha sido asesinado y que han
ocultado sus restos. Los muertos de las fosas vienen de una guerra, y eso
genera complicaciones. Por eso deben intervenir las instituciones el Estado
para cumplir con las leyes. Y deben hacerlo en la medida en que reciban
demandas de exhumaciones. No son muchas”.
Ángel Viñas, que presentó hace poco La Guerra Civil española, una
visión bibliográfica (Marcial Pons) —un ambicioso volumen que
coordinó junto a Juan Andrés Blanco y que recoge en formato digital cuanto se
ha hecho recientemente, dentro y fuera de España, sobre aquel terrible
conflicto— apunta en la misma dirección: “Toda sociedad tiene la obligación de
mirar de frente a su pasado, y aquí ha habido una parte de la sociedad y de la clase política que no se ha
atrevido a enfrentarse a la Guerra Civil y la dictadura. Durante la Transición había otras tareas pendientes, y tenía sentido
dejar este asunto un tanto de lado: era necesario mirar el futuro. Pero más
adelante llegó otra generación que volvió a preguntarse qué había pasado. Y se
enfrentó a la represión franquista, que fue salvaje y despiadada y se manifestó
de diferentes formas; la represión republicana estaba mejor documentada desde
que se hizo la Causa General. Y, bueno, de ese modo se llegó a las fosas, que
no se quieren abrir. Hubo algún avance con
Zapatero, pero luego el PP frenó todo apoyo y
subvención pública”.
Del Rey: “Hay una
fuerte resistencia a investigar la República por miedo a que el mito se
descomponga”
“Cuando llegaron los nietos con el cambio de siglo, investigaron y
exigieron algunas reparaciones pendientes”. explica Fernando del Rey, que ha
coordinado con Manuel Álvarez Tardío Políticas del odio (Tecnos),
que reúne diferentes ensayos sobre las democracias de entreguerras. Ahí está el
tema de las fosas, aún sin resolver: Zapatero dio algún paso, el PP lo ha
parado todo. Pero durante la Transición se hicieron muchas cosas a nivel local,
y de manera silenciosa, que no se deberían olvidar: se otorgaron pensiones a los
perdedores de la Guerra, se levantaron algunos
monolitos conmemorativos, se fueron quitando las cruces de los caídos de los
centros de las poblaciones, se abrieron algunas fosas. Pero todo sin llamar la
atención, y no como política de Estado. No se querían abrir las heridas, fue lo
que se dijo entonces, y existían prioridades más importantes para UCD y el
PSOE: consolidar la democracia, modernizar el país, integrarse en Europa,
evitar la involución de la que avisó el golpe de Tejero”.
Roberto Villa acaba de publicar, junto a Manuel Álvarez Tardío, 1936. Fraude y violencia en las
elecciones del Frente Popular. “Para
mí, que nací en el 78, la República, la Guerra Civil y la dictadura son
periodos cerrados que forman parte del pasado”, explica. “Su utilización en
ciertos debates de la actualidad me resulta incomprensible. Llevamos cuarenta
años de régimen constitucional, no existen las líneas divisorias de los años
treinta, no hay confrontación”. Pero todavía hay quienes reclaman que los
restos de sus familiares sean exhumados de una fosa para poder enterrarlos
dignamente. “Mi opinión en esto sólo puede ser la de un ciudadano más, no soy
experto en temas de represión. Creo que se han puesto en marcha políticas públicas
sobre las fosas, pero no sabría decir si han sido insuficientes o no, y
desconozco los argumentos jurídicos que se han esgrimido para detener en los últimos
años las exhumaciones”.
En las páginas finales de Postguerra, su imponente trabajo sobre Europa
desde 1945 hasta 2005, el británico Tony Judt escribe: “La
memoria es intrínsecamente polémica y sesgada: lo que para unos es
reconocimiento, para otros es omisión. Además, es una mala consejera en lo que
al pasado se refiere”. Y apunta: “Cierto grado de abandono e incluso de olvido
es necesario para la salud cívica”. Enseguida, sin embargo, explica que no
pretende defender la amnesia: “Para poder comenzar a olvidar, una nación debe
primero haber recordado”. Por lo que se ve, las fosas son ese asunto pendiente
que sigue amarrando a los españoles a aquel terrible pasado. Fernando del Rey:
“Son espacios sagrados para el combate político y por eso se instrumentalizan”.
Mientras en España no haya el coraje de levantar esas fosas, seguirán ahí como
un imán que concentra viejos rencores.
Judt reivindica la necesidad de volver la vista atrás, pero introduce un
matiz: “A diferencia de la memoria, que se confirma y refuerza a sí misma, la
historia incita al desencanto con el mundo”. Y considera que “la historia sí
debe aprenderse y, periódicamente, reaprenderse”. Termina contando un chiste de la era soviética: “Un oyente llama a Radio Armenia para hacer una pregunta: ‘¿Es posible
predecir el futuro?’ Respuesta: ‘Sí, no hay problema. Sabemos exactamente cómo
será el futuro. Nuestro problema es el pasado: que siempre está cambiando”.
Santos Juliá: “La
única lectura que una democracia puede hacer debe ser desde la historia y no la
memoria”
Así que los historiadores tendrán siempre trabajo: el pasado se
transforma, aparecen nuevos archivos, cambian las miradas, el peso de gravedad
que imponía unas maneras ahora ya no es el mismo que el que las marcaba hace
dos décadas. “De la Guerra Civil se ha escrito mucho, y ha habido mucho
refrito”; explica Ángel Viñas. “Fueron tres años de una inmensa complejidad, y
lógicamente nada tiene que ver la mirada de quien se ocupaba de explicarla en
los años cuarenta del pasado siglo del que lo hace en nuestros días. Han
cambiado las metodologías, los propios instrumentos conceptuales. Pero no sólo
a propósito de lo que tiene ver con España, lo mismo ha pasado respecto a las
dos guerras mundiales. No sólo se consideran ya las cuestiones políticas y
militares, el historiador tiene que incorporar factores económicos, sociales,
culturales, intelectuales. Distanciarse de la propaganda que desplegaron los
contendientes, romper estereotipos. Ha cambiado el paradigma, y los
historiadores españoles no han estado al margen de las nuevas maneras de los
historiadores de fuera. Alemanes, italianos, franceses... se han visto
obligados a volver su pasado, y asimilar las nuevas lecturas. En España vino
una generación nueva, que no vivió el franquismo. Tienen otras perspectivas, otras
preocupaciones”.
En toda esa maraña de la República y la Guerra y el franquismo, ¿es
posible establecer algunas cuestiones que fijen un relato que sea indiscutible?
“Un relato único sobre un pasado de guerra civil no sólo es imposible sino
indeseable”, dice Santos Juliá, y señala que a veces se producen distorsiones
al volver sobre el pasado para establecer una continuidad de sentido con el
presente. “Es lo que ocurre con los comunistas, que hoy hablan de democracia y
que en 1936 se alzaron contra la República. Lo que importa es que existan
discusiones históricas ateniéndose a unas reglas de juego. Durante la
Transición coincidí varias veces con Salas Larrazábal [un historiador que
combatió en las filas franquistas]: teníamos lecturas distintas. Así que
debatíamos”.
“Existe una fuerte resistencia en algunos sectores a investigar lo que
ocurrió durante la República por temor a que el mito se
descomponga”, apunta Fernando del Rey. “Y mucho
más si las investigaciones son sobre el uso de la violencia. En el caso de la
Guerra, Julius Ruiz hizo un trabajo muy riguroso sobre los despropósitos que
ocurrieron en la retaguardia republicana, y fue muy criticado. Cierto que el
título de su libro, El terror rojo, no
contribuía a propiciar una atmósfera de debate sereno sino que perseguía el
impacto, y la polarización. Las editoriales quieren vender libros, y también
los autores, y los títulos asépticos y académicos no sirven para eso”.
El libro de Álvarez Tardío y Villa sobre el fraude y la violencia en las
elecciones que ganó el Frente Popular en 1936 ha sido inmediatamente utilizado como arma de polarización.
Incluso la Fundación Franco emitió emitido un comunicado en el que exigen entre otras cosas al
Gobierno a que, siendo “ya irrebatible la demostración documental del pucherazo
electoral de febrero de 1936”, “las Cortes hagan una declaración
institucional condenando el golpe de estado de febrero de 1936”. Roberto Villa: “Los autores no podemos ser responsables de las
apropiaciones que se hagan de nuestros libros. Creemos, además, que la
autoridad de la Fundación Franco en materias históricas es nula. Nuestro
trabajo arrancó de la lectura de los dietarios de Alcalá Zamora, donde apunta
que hubo irregularidades en el recuento de votos.
Así que estudiamos la
documentación del Congreso, que le había servido ya a Javier Tusell para
advertir que en algunas partes hubo fraude, y la completamos con
investigaciones en distintos archivos provinciales. Vimos que las cosas se
hicieron bien en algunas partes y mal en otras. También estudiamos la violencia
que precipito la caída del Gobierno de Portela. Y establecimos una serie de
conclusiones. Ninguna de ellas cuestiona la legitimidad del nombramiento de Azaña
como presidente y en ningún caso establecemos la más mínima relación causal
entre el fraude y el golpe de julio. De hecho, las fuerzas políticas que
denunciaron el fraude –la CEDA, los radicales, el partido agrario o el
liberal-demócrata– encauzaron legalmente sus protestas, sin ningún afán
rupturista”.
El gran desafío es evitar que las batallas partidistas y la política
terminen contaminando la historia. “En Italia y en Francia ha habido también
estos debates”, dice Fernando del Rey. “En el primer caso, lo que se criticó
fue que la historia antifascista hubiera distorsionado lo que pasó durante la
Resistencia: resulta que no habían sido tantos los resistentes como hasta
entonces se había dicho. Y en Francia ocurrió lo mismo con el
régimen de Vichy. Circulaba la versión que de los
colaboracionistas fueron cuatro gatos. Para nada, y los franceses tuvieron que
aceptar que habían sido muchos los que les facilitaron las cosas a la Alemania
nazi”.
“La única lectura que una democracia puede hacer de su pasado debe
hacerse desde la historia, no desde la memoria”, defiende Santos Juliá.
“Importa sobre todo el rigor histórico, y un relato consensuado sobre lo que
ocurrió en la Guerra Civil terminaría por no ajustarse a la verdad. En un
relato que busque el consenso se pierde mucho, hay que ocultar muchas cosas. Lo
democrático no está, por tanto, en el contenido de lo que pasó en el pasado
sino en la manera de volver sobre él. Es importante establecer un terreno donde
se puedan debatir argumentos, datos, procedimientos metodológicos, etcétera,
sabiendo que es inevitable que hay visiones subjetivas, cargas ideológicas y
valores en cada uno de los que intervienen. Pero todo estos se ha acabado, hoy
lo que se hace es historia de combate. Se ha vuelto a las trincheras de papel y
lo que se quiere es que triunfe mi lectura de la historia frente a la del
rival. Se ha vuelto a la Guerra Civil, ha dicho Preston. Tiene que ganar mi interpretación
sobre la tuya”.
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Historia,
II República,
La Cruzada de Liberación Nacional
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