16 de enero de 2017
JUAN ARIAS - COLUMNA Hombres con falda, ¿y qué?
COLUMNA
Hombres
con falda, ¿y qué?
La moda es vista como alienante pero muchas veces
es liberadora e instrumento de avance social. El color es visto aún como
transgresor en el vestir y en la piel
EL PAIS - JUAN ARIAS
Leo en el reportaje de apertura de la
revista O Globo que los jóvenes brasileños están empezando a vestirse y salir a la calle
con faldas al tiempo que se preguntan por qué la mujer puede vestirse de hombre
y ellos no pueden vestirse de mujer. Y no se trata de gais. La tendencia parece
general.
Luiz Wachelke, coordenador de moda del
Instituto Europeo de Diseño (IED), destaca que detrás de esa nueva actitud del
varón de hoy de usar faldas, “existe una fuerza de libertad de expresión en la
forma de explorar el cuerpo”.
El problema de fondo de la nueva moda de
las faldas para varones es, sobre todo, según los expertos, “el fin de la
distinción de géneros en el vestir”. Que cada uno, dicen los seguidores de la
nueva moda, tenga la libertad de vestirse, si le place, en una tienda para
hombre o para mujer.
En mis tiempos jóvenes, en la Andalucía
profunda y pobre, mientras arreciaba la caverna franquista, mis tías,
suspirando con el rosario y el abanico en la mano, se empeñaban en decir que lo
que acababa con España era la moda que llegaba del extranjero.
No sabían que era al revés, que las nuevas
modas que se filtraban a través del turismo internacional eran lo que estaba
desasnando al país sumido en el oscurantismo de una de las más largas
dictaduras de Europa.
La moda, especialmente en el vestir, tuvo
siempre furiosos detractores dentro del mundo conservador. “Pero qué
barbaridad!”, exclamaron a coro aquellas tías mías la primera vez que
desembarqué de Italia con una camisa de color.
Los hombres a los que el franquismo tildaba
de “verdaderos”, vestían sólo de traje negro o gris y camisa blanca. Los
colores en los vestidos eran “cosa de mariquitas”.
Esa nueva revolución incipiente en el
vestir masculino, sin distinción de género, coloca sobre la mesa la polémica
sobre si la moda es un elemento alienante o rompedor y libertador.
En mi obra Proyecto
Esperanza (Ed.Aguilar, 2008) defendí que la moda “ha sido uno de los mayores
factores de liberación de costumbres y fue capaz de quebrar tabús petrificados
en la historia”.
La moda, contra la idea que de ella tenían
los conservadores y moralistas, fue un elemento de transgresión en las
costumbres que acabó influenciando otros campos de la existencia.
La moda fue una revolución pacífica, no
sólo en el vestir, sino también en la arquitectura, en el arte o en el diseño.
Vistió la vida de color. Hace sólo unos años, en una habitación de la casa, una
pared pintada de un color diferente del resto, era una aberración. Hoy, lo que
choca, si acaso, es la uniformidad del color. Forma parte de la revolución que
crea la moda.
Vivimos aún en un mundo que aunque llamamos
moderno sigue permeado por la intransigencia con los diferentes, con quienes
quiebran tabús. Nos hiere lo nuevo, lo extraño, lo que pone en peligro nuestra
seguridad. La tradición tranquiliza.
Una mujer vestida de negro inspira aún no
sólo elegancia sino también seriedad. El color es aún visto como transgresor.
En el vestir y en la piel.
Quizás esa nueva moda de quebrar la
distancia en el vestir entre hombre y mujer pueda entrañar, incluso
subliminalmente, el deseo de acabar con la guerra de los sexos hoy aún tan agudizada
y conflictiva.
En los textos sagrados del cristianismo se
escribía hace ya más de dos mil años que no existen mujer y varón, y sí, sólo,
“hijos de Dios”.
¿Por qué, entonces todo ese escándalo
cuando esos hijos de Dios se visten de falda o de pantalón?
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