16 de enero de 2017
JORDI SOLER - TRIBUNA La inteligencia colectiva
La
inteligencia colectiva
Quien está al margen de la Red está separado de la
sociedad, que ya vive interconectada; a través de ella, nuestra mente está
unida con las demás. Basta encender el ordenador o el teléfono para quedar
atrapado, es decir: expuesto
EL PAIS - JORDI SOLER
NICOLÁS AZNÁREZ
El bosque, esa masa de troncos, ramas y
hojas que oxigena el planeta, tiene una vida subterránea que es toda una
metáfora de la manera en que estamos interconectadas las personas en el siglo
XXI. Las raíces de un árbol se extienden hasta alcanzar el doble del tamaño de
su copa y están en comunicación permanente con las raíces de los otros árboles,
con la sociedad que tienen a su alrededor, nos explica Peter Wohlleben, un
experto en bosques que acaba de publicar un hermoso libro, The hidden life of
trees (Greystone books, 2016), que algún editor con gusto por los libros raros
y extraordinarios debería ocuparse ya de traducir a nuestra lengua.
Los árboles de un bosque conforman una
sociedad de individuos interconectados entre sí que se comunican por las raíces
gracias a una tupida colonia de hongos microscópicos, los micorrizas, que son
una especie de filamentos que operan como los cables de fibra óptica con los
que funciona internet. Estos filamentos conforman una enorme red, que existe
desde el principio de los tiempos, parecida a la www, world wide web en inglés,
pero que en este caso se llama wood wide web, la gran Red, no planetaria, sino
de la madera, la red con la que los árboles de un bosque comunican cosas como
la presencia de un pájaro pernicioso que está haciendo daño a un árbol, a un
individuo de la comunidad; este árbol avisa por sus raíces, por medio de esa
web de hongos microscópicos, del daño que le está haciendo este pájaro, para
que el resto de los árboles comience a secretar una sustancia que al pájaro le
parezca repelente.
También se comunican por arriba, cuando
perciben el peligro, por ejemplo una jirafa que llega a rumiarles las hojas, el
árbol libera un olor, una esencia que captan los otros árboles y que los hace
secretar otra sustancia repelente. Pero a los olores se los puede llevar el
viento y los mensajes que se envían por la red del subsuelo no tienen ese
inconveniente.
Los árboles comunican sus mensajes con
señales químicas que al viajar por la red de hongos se convierten en impulsos
eléctricos que llegan a todos los individuos del bosque.Una cucharada de la
tierra de un bosque contiene cientos de miles de los hongos que conforman esta
red.
Cuando un árbol está enfermo, o algún
leñador desaprensivo lo ha talado, la gran comunidad de semejantes que lo
rodea, lo ayuda, lo mantiene vivo por medio de esa red que vibra debajo de la
tierra, incluso cuando el leñador haya dejado solo la base del tronco, una
porción mínima de lo que ese árbol había sido, la comunidad puede mantener con
vida ese muñón durante décadas. El sistema del bosque recuerda, aunque en rigor
lo precede, al sistema de seguridad social, donde el que cae enfermo es
soportado por el esfuerzo, en este caso económico, de todos los individuos que
conforman esa sociedad.
La WWW del bosque también sirve para las
actividades cotidianas, los árboles se comunican para estar sincronizados a la
hora de hacer la fotosíntesis, para gestionar los nutrientes y el agua de la
tierra, se organizan para mantener viva y saludable esa comunidad donde hay
individuos que proveen más que otros, hay individuos fuertes y otros débiles
pero, nos explica Wohlleben, todos dependen igualmente de esa red; los árboles
solitarios viven mucho menos años que aquellos que están conectados a la web
del bosque.
El bosque nos enseña que para un individuo
es mucho más difícil vivir solo, que tiene una vida menos azarosa quién
permanece conectado a la Red. Y aquí es donde la vida de los árboles del bosque
nos recuerda a nuestra vida de individuos íntimamente conectados a una red que,
en el siglo XXI, comienza a ser la única forma de sobrevivir.
Ese flujo de información que circula por
debajo de la tierra funciona como la inteligencia del bosque, así como el flujo
de información de la Red a la que vivimos conectados es, según el filósofo
Pierre Lévy, nuestra “inteligencia colectiva”, porque a través de la Red
nuestra mente se conecta con las demás.
En la Red encontramos cualquier cosa,
podemos visitar virtualmente un museo, pedir un taxi, leer el periódico o
transferir dinero, pero ese acceso privilegiado a la inteligencia colectiva de
nuestra especie también nos convierte en cautivos de la Red; basta encender el
ordenador o el teléfono para quedar atrapado, es decir: expuesto.
Hace unos días un ex directivo del FBI
advertía del poco control que existe sobre el número del teléfono, sobre esa cifra,
que todos revelamos alegremente, por la que puede accederse a toda la
información de un ciudadano, a sus mensajes privados, a los nombres de las
personas que constituyen su círculos social y profesional, a los servicios u
objetos que compra, a las rutas habituales por las que se desplaza, a su agenda
al detalle, citas, eventos, espectáculos a los que asiste y viajes que tiene
previstos.
Estar conectado a esa retícula ofrece,
claro, un montón de ventajas, sin esa conexión la vida sería mucho más complicada,
pero las facilidades que ofrece tienen un precio que todavía no conocemos del
todo. La exposición que tenemos como partícipes de esa retícula nos vuelve
transparentes; quién se mete a hurgar a fondo en nuestro número de teléfono, o
en nuestro ordenador, obtiene un perfil bastante exacto de nosotros.
Si hoy se colapsara la Red caeríamos todos
con ella; los únicos que se salvarían del colapso son los que viven al margen,
los que no usan ordenador ni teléfono, los que siguen oyendo música en discos,
leyendo libros de papel, conversando sin la intermediación de una pantalla y un
teclado y guardando su dinero debajo del colchón; los que se han ido a vivir al
bosque, porque quién está al margen de la Red está también al margen de la
sociedad que ya vive irremediablemente interconectada. Esa es su fortaleza y su
debilidad, como le pasa a los árboles del bosque.
El bosque nos ha enseñado, desde el
principio de los tiempos, que es más difícil sobrevivir solo pero ¿era
necesaria esta interconexión invasiva, promiscua, que no da tregua? Seguramente
ya es tarde para preguntarse esto, hemos llegado hasta aquí prácticamente sin
darnos cuenta y ya no es factible la marcha atrás.
¿Es la Red, de verdad, nuestra inteligencia
colectiva? De momento parece la inteligencia que unos cuantos imponen a la
colectividad. Si cayera una plaga en el bosque y se interrumpiera esa vida que
palpita en el subsuelo, ¿no sería el árbol solitario el que al final
sobreviviría?
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