14 de octubre de 2015
El matrimonio en España es solo cuestión de tiempo
el pais - J. A. AUNIÓN Madrid 14 OCT 2015 - 14:34 CEST
Cada vez hay más parejas de hecho en España, pero buena parte de ellas acaban, tarde o temprano, casadas. Por eso el matrimonio resiste como principal forma de convivencia a pesar de su enorme pérdida de popularidad entre las generaciones más jóvenes. Un 48% pasa por el altar o el juzgado en los 10 años siguientes al inicio de su primera convivencia; otro 19% se separa y el tercio restante continúa de la misma manera, según un estudio recién publicado en la Revista Española de Investigaciones Sociológicas. "En España, la transición al matrimonio, aunque precedida por la formación de una unión consensual, es solo cuestión de tiempo", dice la autora del trabajo, Thaís García Pereiro, profesora de la Universidad italiana de Bari Aldo Moro.
En un proceso de valoración entre coste y beneficio, las facilidades fiscales y administrativas y las seguridades legales marcan en gran medida la decisión de casarse, sobre todo, tras la llegada de los hijos. Antes de los 30 años, menos de la mitad de las parejas están casadas (45%); pero si aumentamos la edad de referencia hasta los 40 años, los matrimonios representan dos tercios, según los últimos datos (de 2011) de la oficina europea de estadística Eurostat. En el contexto continental, España está hacía la mitad de la tabla, tirando más hacia la zona donde mejor aguanta el matrimonio, lejos de países como Suecia o Francia, donde el 46% y el 52%, respectivamente, están casadas; y bastante por debajo de Malta, Croacia, Grecia o Polonia, donde lo están nueve de cada 10.
"Al final, no es que la gente en España ya no se case, la mayor parte lo hace pero a edades más tardías y aprovecha el tiempo de la transición para poner 'a prueba' su relación. Este no es un fenómeno nuevo en Europa, esta tendencia ha sido observada también en Francia, Alemania y Hungría. La diferencia está en la transformación de las cohabitaciones con el paso del tiempo", explica García Pereiro. El trabajo que ha dirigido, La evolución de la primera cohabitación de las mujeres en España: ¿cambio o estabilidad?, ha analizado la biografía amorosa de 1.500 mujeres recogida en La encuesta de Fecundidad y Valores en la España del Siglo XXI, hecha en 2006 por el CIS y el CSIC.
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Cuando los madrileños Lorena Sánchez y Pablo Piris se fueron a vivir juntos a los 24 años, ni por un momento se plantearon casarse: “Solo queríamos independizarnos y disfrutar de la vida en pareja”, cuenta Lorena. Sin embargo, acabaron diciéndose “sí quiero” tras una década de convivencia y dos años después del nacimiento de su hijo. La “realidad burocrática” fue lo que les empujó. Una realidad que les multiplicaba trámites y trabas a la hora de hacer cualquier gestión relacionada con su chaval. Algo más del 80% de las parejas menores de 40 que tienen un hijo están casadas, frente a poco más del 50% de las que no tienen descendencia. “No celebramos la boda. De hecho, para nosotros aquel día no es una fecha señalada; lo es el día que nos conocimos”, cuenta Sánchez.
“Son pequeñas cosas que vas viendo y se van acumulando”, añade Sergio, valenciano de 35 años. “Haces la declaración y resulta hay más rebaja si estás casado; en el gimnasio no puedes coger el bono familiar, operan a tu pareja y con los días de permiso te pasa lo mismo... Así que al final dices: estamos juntos, estamos bien, pues nos casamos”. En la boda de Sergio y Flora, en 2013 tras siete años de convivencia, no hubo anillos.
En un contexto de independencia económica, en la mayoría de los casos, de ambos miembros de la pareja, y de aceptación social generalizada de las distintas formas de convivencia, las decisiones se toman, teorizan los expertos, bajo criterios de coste-beneficio. Y razones hay tantas como personas, desde las más concretas y burocráticas hasta las más simbólicas, como “aumentar el grado de compromiso como pareja, dar un paso más en la relación”, explica el profesor de Sociología de la UNED José Ignacio Martínez.
Esto también funciona en sentido contrario, es decir, para decidir no casarse porque se huye de ese mayor nivel de compromiso o porque existe una especie de rechazo militante hacia la institución del matrimonio. En estos casos, hay un paso intermedio: registrarse como pareja de hecho. Esto da algunas de las ventajas del matrimonio (los derechos y obligaciones con respecto a los hijos, por ejemplo) pero otras no (los beneficios fiscales) y además cada comunidad tiene una legislación distinta.
Los especialistas coinciden, en todo caso, en que el matrimonio seguirá perdiendo fuelle. Pero las predicciones se hacen harto arriesgadas en un contexto de perfiles de relaciones “heterogéneos, múltiples y, más importante aún, reversibles”, en palabras de Thaís García Pereiro. Reversibles porque, si el 19% de las primeras convivencias acaban en ruptura después de 10 años, buena parte de los que se casan también acabarán divorciadas: de 2005 a 2014 hubo en España 1,3 divorcios por cada dos bodas, según los datos recogidos en el INE.
Y tanto unos como otros probablemente volverán a tener relaciones en las que se casarán de nuevo. O se unirán de hecho. O tal vez abrazarán esa otra forma de relación que los expertos han llamadoliving apart together (vivir juntos pero separados), esto es, una pareja estable que vive cada uno en su casa, que tradicionalmente protagonizaban sobre todo los jóvenes que todavía no habían podido emanciparse, pero que hoy también practican muchas “mujeres de mediana edad, independientes laboralmente y con hijos”, según un estudio de 2011 del profesor de la Universidad de Málaga Luis Ayuso.
“Tenemos que aprender a valorar la diversidad en todas sus formas y premiar las decisiones de pareja tomadas con plena libertad, independientemente de cuáles sean. Nuestro Estado de bienestar tendría que garantizar a todos las condiciones mínimas para poder tomar decisiones libres”, concluye García Pereiro. Lo hace por correo electrónico, ya que estos días está de viaje de luna de miel; se acaba de casar con el hombre con el que convive desde hace cinco años.
Laura Ordóñez, de 34 años, siempre había sentido cierto rechazo hacia la institución del matrimonio. “He sido muy antibodas”, explica por teléfono, a pesar de que a su pareja desde hace lustro (Mónica Pérez, de 35 años) sí le hacía ilusión eso de casarse, de celebrar un día con toda la gente que quieren que son muy felices juntas. Pero el pasado septiembre, finalmente, Laura cambió de opinión. “Queremos tener un hijo y, en la primera cita para el proceso de inseminación artificial, me dijeron que en Andalucía [la pareja vive en Granada] teníamos más posibilidades de adelantarlo todo si estábamos casadas”.
En España, en torno a un tercio de las parejas formadas por dos hombres que conviven están casadas y el 38% de las formadas por dos mujeres; sin embargo, si miramos solo a los que tienen hijos, el porcentaje sube hasta más del 50% en ambos casos, según los cálculos hechos sobre el Censo de Población de 2011 del INE por la profesora de la Universidad Pompeu Fabra Clara Cortina. “Si los hijos son uno de los motivos para casarse (antes o después de tenerlos), lo son tanto para las parejas homosexuales como para las heterosexuales. La diferencia radica en que las primeras tienen menos hijos que las segundas”, añade Cortina.
Mónica y Laura celebraron su boda el pasado sábado en un cortijo de Granada junto a un centenar de familiares y amigos. “Al principio yo quería hacer unpicnic, ya ves”, contaba Laura por teléfono unos días antes de la celebración. Pero estas cosas, ya se sabe, se suelen ir de las manos.
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