14 de junio de 2010
Extraño aniversario
EL PAIS
Extraño aniversario
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA 14/06/2010
Llámenme aguafiestas, pero las celebraciones del 25º aniversario de la adhesión de España a las (entonces) Comunidades Europeas, me han dejado algo frío. Primero, debido a su coincidencia con una severa crisis europea y, a la vez nacional. Segundo, porque tengo la sensación de que ya habíamos conmemorado este aniversario hace cinco años, ocasión en la que desempolvamos las mismas fotos y escuchamos unos discursos prácticamente idénticos.
Europa tocó techo cuando franceses y holandeses decidieron prescindir de la Constitución Europea
Sí, sin duda, los últimos 25 años han sido los mejores de la historia de España. En una publicación del Real Instituto Elcano que tuve la satisfacción de escribir hace ahora cinco años junto con Sonia Piedrafita y Federico Steinberg (20 años de España en la Unión Europea, 1986-2006) y que prologaron el presidente del Gobierno, el de la Comisión Europea y el del Parlamento Europeo, reunimos los 60 indicadores políticos, económicos y sociales que mejor mostraban la impresionante transformación experimentada por España en los primeros 20 años de la adhesión.
Se mire como se mire, el balance es impresionante. Claro que teniendo en cuenta que los españoles nunca antes gozaron de un Estado social, democrático y derecho, a menos que a uno le conmueva Covadonga, la batalla de las Navas de Tolosa o la conquista de América, la verdad es que nuestra historia facilita mucho la tarea. De tan obvio, hay algo anómalo en esta reiteración de la mirada al pasado. De alguna manera, encubre (pero a la vez revela) unas enormes dudas e inseguridades tanto sobre el futuro de Europa en general como sobre el de nuestro país en particular. Por eso, en lugar de escondernos en las conmemoraciones del pasado, deberíamos dedicar algo más de tiempo a pensar sobre el futuro: el nacional y el europeo. Porque si algo muestra nuestra historia reciente es que nuestro progreso no ha sido lineal, sino dominado por grandes avances en la convergencia con Europa, pero también con periodos de estancamiento y retroceso. En particular, hay que recordar que debido a la crisis política interna, España dilapidó en una década (1976-1986) los logros económicos alcanzados entre 1959 y 1976, de tal manera que en el momento de adherirse a la Comunidad en 1986, su diferencial de renta con la Europa comunitaria era prácticamente el mismo que en 1968. Es difícil no ver que ahora estamos en una situación parecida, en la que la probabilidad de afrontar otra década perdida es bastante elevada.
Para empeorar las cosas, Europa ha tocado techo. Digámoslo sin tapujos. Tocó techo institucional en el año 2005 cuando franceses y holandeses, a los que pronto se sumaron otros, decidieron prescindir de la Constitución Europea. Y ha tocado techo económico en esta crisis financiera porque, pese a los deseos de muchos, no hace falta más que mirar a Berlín para darse cuenta de que la salida de esta crisis no va por el camino de crear una verdadera unión económica. Pese a que el plan de rescate de 750.000 millones de euros del pasado 8 de mayo fue anunciado como la señal del nacimiento de un Gobierno económico europeo, la realidad es más bien la contraria: lo que los mercados debaten estos días es si la unión monetaria aguantará, no si evolucionará hacia un estadio superior. Y lo que los alemanes intentan dilucidar es qué tienen que hacer para que el euro siga siendo en todo menos en el nombre ese marco alemán sobre el cual, tras la II Guerra Mundial, reconstruyeron su nación con inmenso esfuerzo y tesón y que posteriormente pusieron al servicio de Europa para hacer posible la reunificación de su país. Dado que ni somos los mercados ni somos alemanes, nuestro juego aquí es el de meros espectadores. Así de frustrante y así de sencillo.
España, que por razones conocidas, tuvo enormes dificultades para completar su articulación como Estado-nación, solo ha logrado finalizar esta construcción muy recientemente y en el marco de la adhesión a la Unión Europea. Por eso, España no es un Estado al uso de los que se describen en los manuales de la asignatura de teoría del Estado, sino un "Estado miembro", es decir, un Estado completamente distinto del que predomina en otras partes del mundo: pertenece a una unión aduanera sin fronteras interiores, con una moneda única y libertad total de circulación y establecimiento, que además es una unión de derecho en las que las normas comunes priman sobre las nacionales y tienen efecto directo sobre el ordenamiento nacional. Eso significa que su identidad nacional y europea son las dos caras de la misma moneda. Veinticinco años después, esa moneda, y sus dos caras, están en crisis, y no sabemos exactamente cómo saldremos de ella.
jitorreblanca@ecfr.eu
Extraño aniversario
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA 14/06/2010
Llámenme aguafiestas, pero las celebraciones del 25º aniversario de la adhesión de España a las (entonces) Comunidades Europeas, me han dejado algo frío. Primero, debido a su coincidencia con una severa crisis europea y, a la vez nacional. Segundo, porque tengo la sensación de que ya habíamos conmemorado este aniversario hace cinco años, ocasión en la que desempolvamos las mismas fotos y escuchamos unos discursos prácticamente idénticos.
Europa tocó techo cuando franceses y holandeses decidieron prescindir de la Constitución Europea
Sí, sin duda, los últimos 25 años han sido los mejores de la historia de España. En una publicación del Real Instituto Elcano que tuve la satisfacción de escribir hace ahora cinco años junto con Sonia Piedrafita y Federico Steinberg (20 años de España en la Unión Europea, 1986-2006) y que prologaron el presidente del Gobierno, el de la Comisión Europea y el del Parlamento Europeo, reunimos los 60 indicadores políticos, económicos y sociales que mejor mostraban la impresionante transformación experimentada por España en los primeros 20 años de la adhesión.
Se mire como se mire, el balance es impresionante. Claro que teniendo en cuenta que los españoles nunca antes gozaron de un Estado social, democrático y derecho, a menos que a uno le conmueva Covadonga, la batalla de las Navas de Tolosa o la conquista de América, la verdad es que nuestra historia facilita mucho la tarea. De tan obvio, hay algo anómalo en esta reiteración de la mirada al pasado. De alguna manera, encubre (pero a la vez revela) unas enormes dudas e inseguridades tanto sobre el futuro de Europa en general como sobre el de nuestro país en particular. Por eso, en lugar de escondernos en las conmemoraciones del pasado, deberíamos dedicar algo más de tiempo a pensar sobre el futuro: el nacional y el europeo. Porque si algo muestra nuestra historia reciente es que nuestro progreso no ha sido lineal, sino dominado por grandes avances en la convergencia con Europa, pero también con periodos de estancamiento y retroceso. En particular, hay que recordar que debido a la crisis política interna, España dilapidó en una década (1976-1986) los logros económicos alcanzados entre 1959 y 1976, de tal manera que en el momento de adherirse a la Comunidad en 1986, su diferencial de renta con la Europa comunitaria era prácticamente el mismo que en 1968. Es difícil no ver que ahora estamos en una situación parecida, en la que la probabilidad de afrontar otra década perdida es bastante elevada.
Para empeorar las cosas, Europa ha tocado techo. Digámoslo sin tapujos. Tocó techo institucional en el año 2005 cuando franceses y holandeses, a los que pronto se sumaron otros, decidieron prescindir de la Constitución Europea. Y ha tocado techo económico en esta crisis financiera porque, pese a los deseos de muchos, no hace falta más que mirar a Berlín para darse cuenta de que la salida de esta crisis no va por el camino de crear una verdadera unión económica. Pese a que el plan de rescate de 750.000 millones de euros del pasado 8 de mayo fue anunciado como la señal del nacimiento de un Gobierno económico europeo, la realidad es más bien la contraria: lo que los mercados debaten estos días es si la unión monetaria aguantará, no si evolucionará hacia un estadio superior. Y lo que los alemanes intentan dilucidar es qué tienen que hacer para que el euro siga siendo en todo menos en el nombre ese marco alemán sobre el cual, tras la II Guerra Mundial, reconstruyeron su nación con inmenso esfuerzo y tesón y que posteriormente pusieron al servicio de Europa para hacer posible la reunificación de su país. Dado que ni somos los mercados ni somos alemanes, nuestro juego aquí es el de meros espectadores. Así de frustrante y así de sencillo.
España, que por razones conocidas, tuvo enormes dificultades para completar su articulación como Estado-nación, solo ha logrado finalizar esta construcción muy recientemente y en el marco de la adhesión a la Unión Europea. Por eso, España no es un Estado al uso de los que se describen en los manuales de la asignatura de teoría del Estado, sino un "Estado miembro", es decir, un Estado completamente distinto del que predomina en otras partes del mundo: pertenece a una unión aduanera sin fronteras interiores, con una moneda única y libertad total de circulación y establecimiento, que además es una unión de derecho en las que las normas comunes priman sobre las nacionales y tienen efecto directo sobre el ordenamiento nacional. Eso significa que su identidad nacional y europea son las dos caras de la misma moneda. Veinticinco años después, esa moneda, y sus dos caras, están en crisis, y no sabemos exactamente cómo saldremos de ella.
jitorreblanca@ecfr.eu