26 de noviembre de 2016
Muere Fidel Castro, el último revolucionario
Muere
Fidel Castro, el último revolucionario
Tras derribar a Batista hizo de su enfrentamiento
con EE UU la gran razón de ser de la revolución. Durante 47 años, ejerció el
mando absoluto en Cuba
EL PAIS - MAURICIO
VICENT
FOTO: Fidel Castro posa con la Habana al
fondo en 1994. / VÍDEO: Su vida en imágenes. JERAD
RANCINAN / VÍDEO: EL PAÍS - ARCHIVO AP
Líder autoritario o tirano sin más para
media humanidad, leyenda revolucionaria y azote del imperialismo yanqui para
los más desposeídos y la izquierda militante, Fidel
Castroera
el último sobreviviente de la Guerra Fría y seguramente el actor político del
siglo XX que más titulares acaparó a lo largo de sus 47 años de mando absoluto
en Cuba. Estrenó su poder caudillista el 1 de enero de 1959 tras derrocar a
tiro limpio al régimen de Batista. Ni siquiera en el ocaso de su existencia,
después de que una enfermedad lo apartó del Gobierno en 2006, desapareció su
influencia en una isla que siempre se le quedó pequeña, pues Castro la concebía
como una pieza más de ajedrez en la gran partida de la revolución universal, su
verdadero objetivo en la vida.
Castro tenía 90 años al fallecer. Su
hermano, el presidente Raúl Castro, anunció el fallecimiento en un mensaje de televisión. "Con profundo dolor comparezco para
informarle a nuestro pueblo, a los amigos de nuestra América y del mundo que
hoy 25 de noviembre del 2016, a las 10.29 horas de la noche falleció el
comandante en jefe de la Revolución
cubana Fidel
Castro Ruz", ha dicho emocionado el mandatario. “En cumplimiento de la
voluntad expresa del compañero Fidel, sus restos serán cremados en las primeras
horas de mañana sábado 26.[…] ¡Hasta la victoria! ¡Siempre!”.
Pero tras incontables muertes periodísticas
anunciadas desde Miami, además de 650 intentos frustrados de atentado,
incluidos planes de la CIA con batidos de chocolate con cianuro y trajes de
bucear rociados con bacterias asesinas, puede decirse que el fallecimiento real
del líder cubano ya casi ni es noticia.
La biografía de Fidel Alejandro Castro Ruz
comienza el 13 de agosto de 1926 en el pequeño poblado de Birán, cerca de
Holguín, antigua provincia cubana de Oriente. Fue el tercero de los siete hijos tenidos fuera del
matrimonio por Ángel Castro, un rudo hacendado gallego llegado a Cuba como soldado de reemplazo al
final de la guerra de independencia, y la cubana Lina Ruz, que entró a trabajar
como criada en la finca familiar. Hasta que Ángel se divorció de su primera
esposa y se casó con Lina, a principios de los años cuarenta, no dio a los
niños el apellido, razón por la cual hasta bien entrada la adolescencia Fidel
cargó con el estigma de ser hijo bastardo. Desde luego, ello no impidió que
pronto destacara como un estudiante brillante en los internados de jesuitas por
donde pasó, primero en Santiago de Cuba y luego en La Habana, formación que se
incrustó en el núcleo duro de su carácter.
En 1945 entró a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana, donde el ambiente de efervescencia política
y pistolones le llevaron a sumarse a rocambolescas aventuras revolucionarias
como el intento de expedición armada para derrocar al dictador dominicano
Rafael Leónidas Trujillo, en 1947. Un año después, siendo ya un prominente
líder estudiantil, participó en la revuelta del Bogotazo tras el asesinato del líder liberal
colombiano Jorge Eliezer Gaitán —fue su primera experiencia de insurrección
popular—, y ese mismo año de 1948 contrajo matrimonio con Mirta Díaz-Balart,
una atractiva estudiante de Filosofía perteneciente a una familia adinerada,
con la que tuvo su primer hijo, Fidelito.
FOTOGALERÍA | MEDIO SIGLO DE HISTORIA EN IMÁGENES| En la fotografía, Fidel Castro y Ernesto
Che Guevara, en 1959 en La Habana. AFP
Según el periodista norteamericano Tad
Szulc, autor de una rigurosa biografía sobre Castro, desde su juventud Fidel
creyó que había “líderes destinados a desempeñar papeles cruciales en la vida
de los hombres, y que él era uno de ellos”. Esa convicción, unida a su
intuición política y gran poder de convencimiento, así como a su temeridad y
capacidad de “convertir los reveses en victorias”, le hicieron destacar en un
momento muy especial de la historia de Cuba, cuando la corrupción general y el
descrédito del Gobierno de Carlos Prío Socarrás eran terreno fértil para la
lucha política.
Entrada en política
Tras graduarse de abogado en 1950 y abrir
un pequeño bufete, entró de lleno en política con el Partido Ortodoxo, que lo
designó candidato al Congreso en las elecciones que debían realizarse en junio
de 1952. Sin embargo, el 10 de marzo de ese año la historia de Fidel Castro y
la de Cuba cambiaron para siempre con el golpe de Estado que encabezó el
exsargento Fulgencio Batista.
Rotas sus relaciones con la ortodoxia por
considerar débil su reacción al golpe, Castro concibió una acción armada que
debía provocar una insurrección popular: fue el asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de
1953. La operación acabó en fracaso y se saldó con la muerte de 67 de los 135
integrantes del comando revolucionario, la mayoría asesinados después de los
combates. Los rebeldes fueron juzgados en un proceso muy sonado en el que Castro
asumió su propia defensa, el célebre alegato conocido como La
historia me absolverá, donde expuso su programa político y revolucionario que incluía entre
sus demandas la restauración de la constitución de 1940.
Fidel fue condenado a 15 años de prisión y
su hermano Raúl a 13, pero los moncadistas fueron amnistiados en 1955 y Castro partió
hacia el exilio. En México, donde conoció al Che Guevara, preparó el desembarco del yate Granma,que se produjo el 2 de diciembre de 1956 en
la playa de las Coloradas, en la costa oriental de Cuba, acción que marcó el
inicio de dos años de lucha guerrillera en la Sierra Maestra y que finalmente
condujo a la derrota del Ejército de Batista y la huida del dictador en la
madrugada del 1 de enero de 1959.
Ningún historiador puede asegurar que
Castro era marxista cuando peleaba en las montañas de Sierra Maestra. No hay un
solo documento que lo pruebe. Sin embargo, sí lo hay de que su enfrentamiento con Estados Unidos viene de temprano. En la carta que envió el
5 de junio de 1958 a su colaboradora Celia Sánchez, después de que aviones de
Batista bombardearan con proyectiles norteamericanos el bohío de un campesino,
le dice: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario me he jurado que los
americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se
acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy
a echar contra ellos. Me doy cuenta de que ese va a ser mi destino verdadero”.
Para muchos analistas esta famosa carta es clave para comprender la psicología
y el modo de actuar de Castro en adelante.
Fidel bajó de la montaña envuelto en la
bandera de José Martí y convertido en un ídolo popular que encarnaba los
valores de la justicia social en una nación empobrecida por la dictadura. Los
intelectuales de todo el mundo, con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir a la
cabeza, saludaron su victoria y aquella magia duró algunos años pese a que la
revolución se radicalizó pronto.
En aquel momento Castro gozaba de un
inmenso apoyo popular y su imagen era la de un genuino líder revolucionario,
joven, atrevido y lleno de frescura, nada que ver con los grises dirigentes de
los países comunistas de Europa del Este, instalados en el poder por obra y
gracia de los tanques soviéticos y por ello simples marionetas del Kremlin.
En fecha tan temprana como el 17 de mayo de
1959, Castro puso en marcha la primera ley de reforma agraria, que supuso la
expropiación de los grandes latifundios azucareros, muchos de ellos
norteamericanos, a lo que siguieron una serie de medidas de corte social. Los
colegios religiosos fueron nacionalizados, se hizo una campaña nacional contra el analfabetismo y tanto la educación como la salud pasaron
a ser universales y gratuitas. Ya en junio Castro abandonó la promesa de
celebrar elecciones libres en 18 meses (“primero la revolución, luego las
elecciones”, dijo) y emprendió un drástico reordenamiento de las instituciones,
mientras los fusilamientos de los primeros tiempos de la revolución eran
criticados en el exterior. Los desencuentros iniciales con EE UU se
convirtieron enseguida en agrias tensiones y muy pronto la espiral de medidas y
contramedidas se hizo indetenible. Washington adoptó las primeras restricciones del embargo económico y en mayo de 1960 Castro reanudó las
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, interrumpidas por Batista en
1952.
No hay consenso sobre si fue el líder de la
revolución con su apuesta por la vía socialista quien arrastró a EE UU al
enfrentamiento, o si fue la Casa Blanca con su intolerancia a las medidas
revolucionarias la responsable de que Castro se arrojase a los brazos
protectores de Moscú y comulgara con una ideología que no era bandera original
de la revolución. De cualquier modo, desde el principio el diferendo con EE UU
se instaló en el centro de la política nacional, y si bien es cierto que esta
circunstancia condicionó un Gobierno cubano con síndrome de plaza sitiada,
también lo es que sirvió a Castro de justificación para todo.
Durante medio siglo Fidel gobernó la isla a
golpe de discursos y utilizó masivamente la televisión para lograr el respaldo
popular, un tesoro político que administró con la misma habilidad que se
deshizo de sus enemigos en el momento más conveniente y que se sirvió de sus aliados
para montar un sistema político a su medida, en el que el Ejército y el Partido
Comunista fueron los pilares de su poder.
Uno de sus buenos amigos, el premio nobel colombiano Gabriel García
Márquez, escribió de él una vez que “su devoción por la palabra” era “casi
mágica”. “Tres horas son para él un buen promedio de una conversación
ordinaria. Y de tres horas en tres horas, los días se le pasan como soplos”,
señaló Gabo. La aparente desmesura de la descripción no es tal, ni mucho menos.
Cualquier político extranjero que lo haya tratado puede atestiguarlo, y no
digamos los millones cubanos de cualquier edad que han debido dedicar miles o
decenas de miles de horas de su vida a escuchar las alocuciones y arengas del
comandante.
Siempre al frente de Cuba y arropado por un
grupo de históricos de confianza, durante medio siglo fue protagonista de todos
los grandes acontecimientos del país y de no pocos hechos con repercusión
internacional. En la primavera de 1961, Fidel en persona dirigió las
operaciones militares para derrotar la invasión de Bahía de Cochinos, una aventura organizada y financiada por la
CIA en tiempos de Eisenhower y heredada por John Fitzgerald Kennedy, que el
líder comunista aprovechó para hacer lo que hasta ese momento no se había
atrevido: declarar el carácter socialista de la revolución y unir todavía más a
los cubanos en torno a su figura. Un año más tarde, con solo 36 años de edad,
Castro fue protagonista principal de la crisis de los misiles, cuando en nombre de la hermandad
socialista Cuba se convirtió en un sembrado de cohetes soviéticos y el mundo
estuvo al borde de una guerra nuclear.
De un modo u otro, sus manos y su cabeza
estuvieron en todo: el apoyo de las guerrillas y movimientos insurgentes en
África y América Latina; la aventura fracasada del Che Guevara en Bolivia, que fue precedida por la incursión del
revolucionario cubano-argentino en el Congo; la zafra azucarera de los 10
millones, en los años setenta, una más de sus estrategias económicas
voluntaristas diseñada para ser la salvación productiva del país y cuyo fracaso
estrepitoso le obligó a entregarse definitivamente a la Unión Soviética y
tragar con el lodazal burocrático del socialismo real para sobreponerse al
colapso.
También Fidel Castro fue responsable último
de la llegada del quinquenio gris a la cultura cubana y la introducción de un
sinnúmero de instituciones acartonadas calcadas de la URSS; del éxodo del Mariel, que lanzó al exilio a 125.000 cubanos en unos pocos meses de 1980, una
huida vergonzante que escandalizó al mundo y dividió aún más a las familias
cubanas; el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y de otros altos oficiales de las Fuerzas
Armadas y del Ministerio del Interior acusados de narcotráfico, la fractura
interna más grave ocurrida hasta entonces dentro de la revolución. Otros hitos
fueron la guerra de Angola, por donde pasaron más de 300.000 soldados cubanos
en 15 años; el triunfo de la revolución sandinista en 1979, apadrinada por el líder cubano en los
campos de entrenamiento cubanos y en las casas de protocolo de La Habana; el
derribo de dos avionetas de la organización anticastrista Hermanos al Rescate;
la crisis de los balseros o la resistencia legendaria del comandante a la
política de embargo económico estadounidense, una justificación perfecta para
casi todo.
En los años noventa, a la debacle provocada
por la desaparición del campo socialista el líder comunista sobrevivió
enrocándose numantinamente, fue cuando proclamó su consigna de “Socialismo o
muerte”. Obligado en los años noventa a iniciar una tímida reforma económica
que implicó la legalización del dólar y la apertura de ciertos espacios a la
iniciativa privada, Castro se dio cuenta de inmediato de que lo que por un lado
era la salvación del régimen por otro carcomía la viga maestra de la
revolución. El dólar rompió el país en dos y marcó un antes y un después en la
Cuba de Fidel Castro, que desde 1959 había tenido el igualitarismo como su
piedra filosofal.
Entre 1989 y 1993 el mundo se vino abajo para el socialismo cubano. La isla perdió de un plumazo el 90% de
sus suministros y el 35% de su Producto Interno Bruto, y aunque el pragmatismo
de Castro le llevó a aceptar una serie de reformas, en el fondo las aborrecía y
ocurrió lo que suele pasar cuando alguien hace algo que no desea. Solo así se
explican las contradicciones delirantes de algunas de las medidas que se
adoptaron entonces para oxigenar la economía, como la autorización del trabajo
por cuenta propia. Partiendo de la base de que para Fidel Castro el dinero era
pecado y que, según su teoría, quien lo gana en abundancia obtiene unos
márgenes de independencia nada conveniente para el sistema, la lista de
profesiones autorizadas para ejercer el trabajo autónomo era de espanto:
“forrador de botones”, “limpiador de bujías”, “elaborador de natillas de
vainilla (si eran de chocolate ya era delito), “carretonero” o “aguador”, entre
otros oficios más propios del siglo XIX. En el caso de los graduados
universitarios, la norma que se adoptó también tenía una lógica singular: solo
podían ejercer el cuentapropismo si se empleaban en una especialidad
distinta de la que se formaron.
Pese a todas las restricciones y
despropósitos, la iniciativa privada fue abriéndose espacio y el número de
trabajadores por cuenta propia creció sin pausa, hasta que superado lo peor de
la crisis Castro dio un puñetazo sobre la mesa y él mismo cercenó el proceso de
cambios que había respaldado años antes. Así, el siglo XXI entró en Cuba unido
al regreso al más estricto centralismo estatal en lo económico y en lo
político. Ya en 2003, no le tembló el pulso para enviar a la cárcel a 75
disidentes con sanciones de entre 6 y 28 años de cárcel pese a la unánime
condena internacional, mientras la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela fue para él un balón de oxígeno —el
intercambio de petróleo por servicios de salud fue el pilar de las cuentas
cubanas en la pasada década— además de un reverdecer de sus viejos sueños de
extender la revolución por el continente. La temprana muerte del líder
bolivariano fue para él y para su hermano Raúl Castro un duro golpe.
Tras la grave enfermedad intestinal que
casi le cuesta la vida y le sacó del ejercicio del poder el 31 de julio de
2006, Raúl Castro se hizo cargo de la presidencia del Gobierno y luego del liderazgo del Partido
Comunista. Se inició entonces un proceso de reformas aperturistas muy
controlado, así como un desmontaje silencioso del sistema paternalista y de
gratuidades sociales creado por Fidel. Desde entonces el líder comunista se
mantuvo en un segundo plano, escribiendo artículos sobre diversos temas y
clamando contra Estados Unidos y el capitalismo desde su retiro dorado.
En enero de 2015, el Gobierno cubano publicó una carta de Fidel Castro en la que, sin demostrar entusiasmo, este
respaldaba el deshielo con EU UU emprendido por su hermano Raúl y anunciado en
diciembre de 2014, pero alertando sobre hipotéticas deslealtades de Washington
durante el proceso hacia la normalización de relaciones diplomáticas. “No
confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una palabra con
ellos, sin que esto signifique, ni mucho menos, un rechazo a una solución
pacífica de los conflictos o peligros de guerra”, señalaba en un escrito
calculadamente ambiguo, dirigido a una federación estudiantil, que difundió el
diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de
Cuba (PCC).
Dictador calavera para muchos, último
revolucionario del siglo XX para sus admiradores en el Tercer Mundo, desde
hacía tiempo Castro no participaba en las decisiones de gobierno, aunque por su
carácter de símbolo hasta el último hilo de vida influyó en el rumbo político
del régimen cubano y marcó la línea roja que no debía cruzarse. Ahora ya no
existe. Y esta vez sí es de verdad.
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