16 de noviembre de 2016
Descomposición del electorado de la izquierda
Descomposición
del electorado de la izquierda
La
dirigente de Podemos, Irene Montero, habla por teléfono desde su escaño
mientras ante ella los diputados socialistas Eduardo Madina y Antonio Hernando
hablan con gesto serio. ANTONIO HEREDIA
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JOSÉ ANTONIO GÓMEZ YÁÑEZ
EL MUNDO - 15/11/2016 04:02
Los alineamientos políticos están en efervescencia en Occidente. España
no es una excepción. Las encuestas del CIS recién publicadas, hechas en octubre, y alguna otra, no publicada, muestran que
la transformación del sistema político prosigue. Hay dos datos esenciales.
Primero, que el PP se consolida: su intención de voto se puede
estimar en 8,1 millones, atrayendo a casi 200.000 votantes de Ciudadanos, por encima de los 7,9 millones que obtuvo en junio. Pero lo más
relevante es que la izquierda ha entrado en una fase de recomposición y
depresión de sus bases sociales. De las elecciones recientes salió dividida en
dos mitades casi iguales, pero con votantes generacional, social e
ideológicamente muy distintos y difíciles de conciliar.
Hasta hace unas semanas, se podía pensar que el voto socialista era más
estable, aunque fuera por inercia. Pero los dirigentes del PSOE -es difícil hablar de su dirección, dada la situación de ese partido- destruyeron su capital como partido
responsable y ahuyentaron a sus votantes con el Comité
Federal del 1
de octubre. Durante la semana siguiente el partido perdió 1,1 millones de
votos. Pocas veces un acontecimiento tiene efectos tan inmediatos. Haciendo un
símil, el PSOE está experimentando una fisión que lo lleva a destruir su
núcleo. Los cuatro millones de votos que le quedan se pueden identificar con
mayores de 45 años, obreros manuales poco cualificados y sus familias, muy
identificados con la izquierda y el socialismo, con poco peso en el centro
izquierda o en la extrema izquierda; en suma, la condensación de sus votantes
habituales. Más allá de la coyuntura, desde mayo de 2010, cuando tenía 11
millones de votos, el PSOE se ha sumergido en una crisis que lo lleva a la
irrelevancia. Su base social se desintegra, mientras sus dirigentes viven
obsesionados con los temas territoriales y sus disputas internas.
Es anecdótico si Podemos supera ahora al PSOE o no. Los datos más
recientes sobre Podemos son algo contradictorios. Las encuestas del CIS
sugieren una intención de voto estable, pero otras indican que sigue su
desgaste. Es relevante que no haya trasvase de voto del PSOE a Podemos.
Primero, porque eso no suele suceder rápidamente; quienes deciden cambiar de
voto se toman su tiempo, no es una decisión instantánea. Segundo, porque hay
muchas distancias entre los votantes del PSOE y de Podemos.
Tendemos a pensar que Podemos está perdiendo apoyos paulatinamente por
desgaste derivado de la desorientación estratégica de su heterogénea dirección.
En la izquierda se repite lo que sucedió en la pasada legislatura: entre
un millón y medio y dos millones de votantes de izquierda se encuentran sin
partido y declaran que se abstendrán o que no votarán. Es imprevisible, por
ahora, lo que puedan hacer.
PSOE y
Podemos encarnan dos versiones de la izquierda que compiten entre sí y no son
complementarias
PSOE y Podemos se presentan contiguos ideológicamente, pero sus votantes
son distintos y distantes. Los del PSOE se identifican con el socialismo y cada
vez quedan menos que se identifiquen con la socialdemocracia. Los de Unidos
Podemos lo hacen con una variedad de referencias ideológicas alternativas a la
izquierda tradicional, algunas modernas y otras arcaicas: progresistas,
comunistas, liberales de izquierda (algo así como libertarios), feministas y
ecologistas, también socialistas, pero minoritariamente, teñidas de
nacionalismo periférico.
Esta distancia ideológica explica la hostilidad entre ambos partidos y
que no haya trasvases de voto entre ellos. En Unidos Podemos se decanta otro
cambio. En sus primeros meses fue una coalición generacional de gentes de
izquierda desilusionadas con el PSOE (y hostiles al PSOE desde la extrema
izquierda) menores de 35 años (generación bloqueada en su acceso al trabajo) y
mayores de 45 o 55 años (generación perdedora de la crisis). Con el tiempo,
este segundo componente está desapareciendo. Estos son, precisamente, los
antiguos votantes del PSOE que lo abandonaron entre 2010 y 2011, que mantienen
un discurso muy hostil hacia él porque los abandonó en medio de la crisis.
En resumen, dos versiones de la izquierda competitivas, no
complementarias. Se ha desatado una pugna por la hegemonía en ese espacio, que
perciben sus bases y sus dirigentes, de la que parecen más conscientes los de
Podemos que los del PSOE (que quisieron pensar que Podemos era una reedición de
la dócil IU).
En clave política, lo más urgente y determinante en los próximos años
será cuál de las dos alas de la izquierda prevalecerá. El Gobierno del PP en
esta disputa será sólo un adversario de referencia. Como se ha mostrado en el
último año, sumar fuerzas entre ellas será impracticable hasta que una
prevalezca y pueda imponer sus condiciones. El rechazo de Iglesias a votar la investidura de Sánchez, apoyado por Ciudadanos, en marzo, reflejó exactamente esto. Podemos priorizó dominar la izquierda a un Gobierno de izquierda, pensó que simplemente absorbiendo a IU
sería bastante, por eso provocó las elecciones de junio. Pero las cosas son más
complicadas.
La imagen que proyecta Podemos provoca temor en los votantes de centro y
derecha y esto explica el crecimiento del PP. Podemos impulsa el voto de centro
derecha hacia el PP.
El voto de Unidos Podemos y sus confluencias es inestable, poco más de
la mitad de sus votantes en junio declaran que lo votarían con toda seguridad;
el otro 50% lo hacen con matices.
En el fondo, ocurre que una élite improvisada y heterogénea se encaramó
a encabezar el voto del descontento de izquierdas en 2014, en las elecciones
europeas, pero desde entonces no ha integrado en un proyecto coherente a las
fuerzas que se aglutinaron en las siglas, ni lo ha dotado de un discurso que lo
cohesione más allá de una guerra cultural (rifirrafes sobre el franquismo o las
creencias católicas, referencias al fantasmal Ibex, ahora la huelga general,
etc.) intermitente. En realidad, en este tiempo no ha habido signos de que
tratasen de subsanar su déficit de cohesión interna (al revés, parecen ir a
peor: seis portavoces de Podemos fueron a las consultas del Rey para la investidura de Rajoy); ni de
articular un discurso que muestre ideas tangibles para resolver los problemas
tangibles de su base social. Esto último explica su retroceso en la generación
perdedora.
La conclusión es sencilla: la izquierda está abocada a una compleja
recomposición, mientras que el ruido que emane del choque reforzará al centro
derecha.
·
José
Antonio Gómez Yáñez es
consultor político y profesor de Ciencia Política y Sociología de la
Universidad Carlos III de Madrid.
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