lunes, 11 de mayo de 2020
NOCIVA – 12/05/2020
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Siempre que la devoción a Nuestra Señora sea ardorosa, profunda y de rica sustancia teológica, está claro que la oración de quien pida será atendida. Las gracias lloverán sobre quien reza a Ella devota y asiduamente. Si, por el contrario, esa devoción fuere falsa o tibia, manchada por restricciones de sabor jansenista o protestante, hay grave riesgo de que la gracia sea dada con menos largueza, porque encuentra por parte del hombre nefastas resistencias. Lo que se dice del hombre puede decirse, haciendo los cambios necesarios, de la familia, de una región, de un país o de cualquier otro grupo humano.
Es costumbre decir que, en la economía de la gracia, la Señora es el cuello del Cuerpo Místico del cual Nuestro Señor Jesucristo es la Cabeza, porque todo pasa por Ella. La imagen es completamente verdadera en la vida espiritual. Un individuo que tiene poca devoción a María es como alguien que tiene una cuerda atada al cuello y conserva apenas un resto de respiración. Cuando no le tiene ninguna devoción, se asfixia. Teniendo una gran devoción, en cambio, el cuello queda completamente libre y el aire penetra abundantemente en los pulmones, pudiendo el hombre vivir normalmente.
La esterilidad y hasta la nocividad de todo lo que se hace contra la acción de la gracia y la enorme fecundidad de lo que se hace con su auxilio, determinan bien la posición de la Señora de todos los Pueblos en ese combate entre la Revolución y la Contrarrevolución, pues la intensidad de las gracias recibidas por los hombres depende de la mayor o menor devoción que a Ella tengan.
La Revolución no es el fruto de la mera maldad humana. Esta última abre las puertas al demonio, por el cual se deja estimular, exacerbar y dirigir.
Es, pues, importante considerar en esta materia la oposición entre la Virgen y el demonio. El papel del demonio en la eclosión y en los progresos de la Revolución fue enorme. Como es lógico pensar, una explosión de pasiones desordenadas tan profunda y tan general como la que originó la Revolución, no habría ocurrido sin una acción preternatural. Además, sería difícil, sin el concurso del espíritu del mal, que el hombre alcanzase los extremos de crueldad, de impiedad y de cinismo a los cuales la Revolución llegó varias veces a lo largo de su historia.
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