jueves, 9 de abril de 2020
MANOS – 10/04/2020
TRANS. IGNACIO BARANDIARAN
Pastor, vuestras divinas manos no se limitaron a blandir el cayado contra las potencias espirituales e invisibles que habitan en los aires, evocando las palabras de San Pablo, para perder a los hombres, sino que atacaron al demonio y al mal en sus agentes tangibles y visibles. También el mal en concreto, en cuanto realizado por los hombres, y no sólo por los hombres en general, sino en ciertas clases, los fariseos por ejemplo y no sólo en ciertas clases sino por ciertos hombres muy concretamente considerados, los mercaderes del templo están inmortalizados en las páginas del Evangelio por el castigo ejemplar que sufrieron.
Vos, que recomendasteis la mansedumbre hasta sus últimos extremos cuando estuviesen en juego solamente derechos personales, Vos que queréis que respondamos mostrando la otra mejilla cuando recibimos una bofetada, Vos empleasteis una ardiente y santa difamación para desacreditar a los fariseos, y empuñasteis el látigo para ensangrentar a los mercaderes. Pues se trataba, no de derechos meramente humanos, sino de la causa de Dios. Y en el servicio de Dios hay momentos en que no recriminar, no fustigar, equivale a traicionar.
Y estas manos que fueron tan suaves para los hombres rectos como Juan, el inocente, y Magdalena, la penitente, estas manos que fueron tan terribles para el mundo, el demonio y la carne, ¿por qué están ahí atadas y en carne viva?
¿Acaso será por obra de los inocentes, de los penitentes? ¿O bien por obra de los que de ellas recibieron merecido castigo y contra ese castigo se rebelaron diabólicamente?
Sí, ¿por qué tanto odio, por qué tanto miedo que hizo necesario atar vuestras manos, reducir al silencio vuestra voz, extinguir vuestra vida? ¿Fue porque alguien temiese ser curado o acariciado? ¿Quién teme la salud o quién odia el cariño?
Señor, para comprender esa monstruosidad, es necesario creer en el mal. Es necesario reconocer que los hombres son tales, que fácilmente su naturaleza se rebela contra el sacrificio y que cuando siguen el camino de la rebelión no hay infamia ni desorden de los que no sean capaces. Es necesario reconocer que vuestra ley impone sacrificios, que es duro ser casto, ser humilde, ser honesto y en consecuencia es duro seguir vuestra ley. Vuestro yugo es suave, sí, y vuestra carga ligera. Pero es así, no porque no sea amargo renunciar a lo que hay en nosotros de animal y desordenado, sino porque Vos mismo nos ayudáis a hacerlo.
Y cuando alguien os dice ¡no!, comienza a odiaros, odiando todo el bien, toda la verdad, toda la perfección de que sois la propia personificación. Y, si no os tiene a mano bajo forma visible para descargar su odio satánico, golpea a la Iglesia, profana la Eucaristía, blasfema, propaga la inmoralidad, predica la Revolución.
Estáis maniatado, y ¿dónde están los cojos y los paralíticos, los ciegos, los mudos que curasteis, los muertos que resucitasteis, los posesos que liberasteis, los pecadores que reargüisteis, los justos a quienes revelasteis la vida eterna? ¿Por qué no vienen ellos a romper los lazos que prenden vuestras manos?
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