5 de mayo de 2008
Calvo-Sotelo: después del 23-F, la normalidad
ABC - 05/05/08
Calvo-Sotelo: después del 23-F, la normalidad
POR CONSUELO ÁLVAREZ DE TOLEDO. MADRID.
Era el candidato a la presidencia del Gobierno y sin embargo nadie le quería. No le querían los suyos -encelada la Unión de Centro Democrático en guerras y ambiciones personales-, ni era apreciado por el PSOE, que nerviosamente aventaba ya el poder. Tampoco le apreciaban los «poderes fácticos», que sospechaban en él veleidades centristas.
Era un hombre de nadie. Leopoldo Calvo-Sotelo fue, en la UCD, un hombre leal, no un conspirador. El segundo candidato de la democracia llegó a la presidencia del Gobierno de España en las condiciones más dramáticas que se podía imaginar. Y sin embargo, este era su talante, nada ni nadie alteraron en él el gesto. Como bien contaría, «para herencia, la que yo recibí».
En la historia del centro derecha de España de vez en cuando sucede que todos se sienten predestinados a ser el número uno, y entonces surgen las intrigas, las reuniones de los cenadores de cinco estrellas de Madrid para entablar estrategias de suicidio político colectivo. En los primeros meses de 1981, la estrategia de acoso y derribo a Adolfo Suárez no tenía vuelta atrás.
La implacable oposición ejercida por Felipe González había encontrado el mejor de los caldos de cultivo para provocar la crisis de gobierno en aquella UCD dividida y estrábica, unos con el ojo puesto en el PSOE y otros con la mirada puesta en Alianza Popular. Calvo-Sotelo no había participado en ninguna de las «familias»; no era por supuesto «un azul», a pesar de haber colaborado con la administración franquista. Tampoco era democristiano, pese a tener convicciones católicas. Tampoco, por supuesto, tenía afinidades con los socialdemócratas y tampoco era de la cuerda de los liberales. Tampoco le apoyaban los medios de comunicación, que tan activos se habían mostrado para cargarse a Suárez.
En sus propias palabras, Calvo-Sotelo contemplaba «distinto y distante» la feroz lucha por el poder de sus correligionarios. Quizá por todo esto fue nominado en una reunión de urgencia en La Moncloa, a altas horas de la noche, por una unanimidad sacada con forceps. Y el candidato estaba tan harto de sus compañeros que cuando preguntaron dónde estaba para decirle el resultado de la votación, resultó que se había marchado a su casa. La compañía de Pilar Ibáñez, su mujer y compañera, le resultaba mucho más acogedora.
En el debate de investidura, Calvo-Sotelo demostró ser un sólido candidato para presidir un Gobierno en graves dificultades. Fue un buen discurso y hubo un buen debate, pero no fue elegido en primera votación y fueron convocadas las Cortes para el 23 de febrero.
Irrumpe Tejero
No se habrá de olvidar aquel instante cuando el tono monocorde del secretario del Congreso, que procedía a la lectura nominal de los votos para la elección del candidato a la Presidencia del Gobierno («Leopoldo Calvo-Sotelo, sí... Leopoldo Calvo-Sotelo, no...») se vio interrumpido por los gritos y la pistola de Tejero. No cabía mayor dramatismo. El intento de golpe teñiría de provisionalidad el Gobierno de Calvo-Sotelo desde aquellos instantes.
Convencido de esta circunstancia, y elegido finalmente por una esta vez sí holgada mayoría, Leopoldo Calvo-Sotelo supo que su gran tarea era devolver la normalidad a la democracia española. La credibilidad del Estado de Derecho quedaba pendiente del juicio a los militares golpistas. La estabilidad de la democracia aconsejó a unos y otros aplazar estrategias de confrontación y UCD y PSOE establecieron acuerdos de Estado.
Pero la tregua no alcanzaría a las filas de UCD, que vivía su crisis a pecho descubierto. Cuarenta de los suyos, encabezados por Herrero de Miñón y Óscar Alzaga, apostaron ya con cartas boca arriba por la alianza con la derecha de Fraga. Seguidores de Adolfo Suárez concibieron viable la utopía de un nuevo proyecto de «centro reformista». Leopoldo Calvo-Sotelo, muy digno, decidió entonces lo que no tenía más remedio que decidir: convocar elecciones y hacer mutis por el foro. Tan discretamente que no quiso ser el número uno esta vez del cartel electoral.
Calvo-Sotelo: después del 23-F, la normalidad
POR CONSUELO ÁLVAREZ DE TOLEDO. MADRID.
Era el candidato a la presidencia del Gobierno y sin embargo nadie le quería. No le querían los suyos -encelada la Unión de Centro Democrático en guerras y ambiciones personales-, ni era apreciado por el PSOE, que nerviosamente aventaba ya el poder. Tampoco le apreciaban los «poderes fácticos», que sospechaban en él veleidades centristas.
Era un hombre de nadie. Leopoldo Calvo-Sotelo fue, en la UCD, un hombre leal, no un conspirador. El segundo candidato de la democracia llegó a la presidencia del Gobierno de España en las condiciones más dramáticas que se podía imaginar. Y sin embargo, este era su talante, nada ni nadie alteraron en él el gesto. Como bien contaría, «para herencia, la que yo recibí».
En la historia del centro derecha de España de vez en cuando sucede que todos se sienten predestinados a ser el número uno, y entonces surgen las intrigas, las reuniones de los cenadores de cinco estrellas de Madrid para entablar estrategias de suicidio político colectivo. En los primeros meses de 1981, la estrategia de acoso y derribo a Adolfo Suárez no tenía vuelta atrás.
La implacable oposición ejercida por Felipe González había encontrado el mejor de los caldos de cultivo para provocar la crisis de gobierno en aquella UCD dividida y estrábica, unos con el ojo puesto en el PSOE y otros con la mirada puesta en Alianza Popular. Calvo-Sotelo no había participado en ninguna de las «familias»; no era por supuesto «un azul», a pesar de haber colaborado con la administración franquista. Tampoco era democristiano, pese a tener convicciones católicas. Tampoco, por supuesto, tenía afinidades con los socialdemócratas y tampoco era de la cuerda de los liberales. Tampoco le apoyaban los medios de comunicación, que tan activos se habían mostrado para cargarse a Suárez.
En sus propias palabras, Calvo-Sotelo contemplaba «distinto y distante» la feroz lucha por el poder de sus correligionarios. Quizá por todo esto fue nominado en una reunión de urgencia en La Moncloa, a altas horas de la noche, por una unanimidad sacada con forceps. Y el candidato estaba tan harto de sus compañeros que cuando preguntaron dónde estaba para decirle el resultado de la votación, resultó que se había marchado a su casa. La compañía de Pilar Ibáñez, su mujer y compañera, le resultaba mucho más acogedora.
En el debate de investidura, Calvo-Sotelo demostró ser un sólido candidato para presidir un Gobierno en graves dificultades. Fue un buen discurso y hubo un buen debate, pero no fue elegido en primera votación y fueron convocadas las Cortes para el 23 de febrero.
Irrumpe Tejero
No se habrá de olvidar aquel instante cuando el tono monocorde del secretario del Congreso, que procedía a la lectura nominal de los votos para la elección del candidato a la Presidencia del Gobierno («Leopoldo Calvo-Sotelo, sí... Leopoldo Calvo-Sotelo, no...») se vio interrumpido por los gritos y la pistola de Tejero. No cabía mayor dramatismo. El intento de golpe teñiría de provisionalidad el Gobierno de Calvo-Sotelo desde aquellos instantes.
Convencido de esta circunstancia, y elegido finalmente por una esta vez sí holgada mayoría, Leopoldo Calvo-Sotelo supo que su gran tarea era devolver la normalidad a la democracia española. La credibilidad del Estado de Derecho quedaba pendiente del juicio a los militares golpistas. La estabilidad de la democracia aconsejó a unos y otros aplazar estrategias de confrontación y UCD y PSOE establecieron acuerdos de Estado.
Pero la tregua no alcanzaría a las filas de UCD, que vivía su crisis a pecho descubierto. Cuarenta de los suyos, encabezados por Herrero de Miñón y Óscar Alzaga, apostaron ya con cartas boca arriba por la alianza con la derecha de Fraga. Seguidores de Adolfo Suárez concibieron viable la utopía de un nuevo proyecto de «centro reformista». Leopoldo Calvo-Sotelo, muy digno, decidió entonces lo que no tenía más remedio que decidir: convocar elecciones y hacer mutis por el foro. Tan discretamente que no quiso ser el número uno esta vez del cartel electoral.