30 de diciembre de 2017

Los ‘hereus’ de Felipe V

Los ‘hereus’ de Felipe V
Un investigador revela cómo los informes de José Patiño, ministro del rey, mantuvieron el derecho privado catalán

EL PAIS - Madrid 29 DIC 2017 - 20:51 BRST

'Retrato de José Patiño', de Esteban Aparicio (1878). La obra es copia del original de Jean Ranc.
'Retrato de José Patiño', de Esteban Aparicio (1878). La obra es copia del original de Jean Ranc.
Las primeras noticias que Felipe V tuvo de los catalanes tras la Guerra de Sucesión no fueron nada halagüeñas. Sus consejeros le dieron al nuevo monarca, el primer Borbón —cuyo ejército acababa de derrotar a los tropas de los Austrias que apoyaba la mayor parte del antigua Corona de Aragón— una visión bastante negativa de los habitantes de Cataluña. No obstante, decidió mantener el derecho privado catalán, de lo poco que se salvó del decreto de Nueva Planta. Esa decisión que el rey tomó en 1715 sirvió para contribuir a consolidar la próspera estructura económica de Cataluña.

Joaquim Albareda, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y autor de, entre otros títulos, La Guerra de Sucesión de España (1700-1714) (Crítica, 2014), lo explica: “El hecho de que se conservara el derecho privado permitió mantener los dos pilares esenciales de la sociedad catalana. Por un lado, estaba el sistema de herencia de la tierra, que era toda para el hereu, el primogénito, lo que evitaba la fragmentación de la propiedad, como ocurría por ejemplo en Galicia. Por el otro, se respetó la enfiteusis [cesión perpetua o por largo tiempo del dominio útil de un inmueble, mediante el pago anual de un canon] sistema por el que el campesino tiene derecho a la tierra siempre que cumpla con el pago de la renta. Se consolida así la figura del campesino próspero, que puede pasar el derecho a sus hijos, a diferencia de lo que ocurría con los jornaleros en Andalucía o Castilla”.

La muerte sin descendencia de Carlos II, el último rey de la casa de Habsburgo, desató la Guerra de Sucesión española, una contienda que acabó con la firma del Tratado de Utrecht en 1713 y con el duque de Anjou, nieto del rey de Francia, Luis XIV, en el trono de España. Los esfuerzos del primero de los borbones por hacerse con las riendas del país y convertirlo en una nación próspera sentaron las bases de la España actual y, muy especialmente, de la bonanza de que desde entonces disfruta Cataluña.

El historiador Enrique Tapias, en Sevilla.
El historiador Enrique Tapias, en Sevilla. PACO PUENTES
Esa es la conclusión a la que ha llegado el historiador Enrique Tapias, quien, tras dos años estudiando la figura de José Patiño (1666-1736), ministro principal de Felipe V, se ha topado con un interesante legajo de la época en la sección Estado del Archivo Histórico Nacional de Madrid que recomienda al monarca mantener “algunas peculiaridades del pueblo catalán, como era su derecho privado”, comenta Tapias, doctorado en Historia Moderna por la Universidad de Sevilla. Un documento que ya habían citado otros historiadores anteriormente, como Ildefonso Pulido (1998) y Carlos Pérez Fernández-Turégano (2006), pero que Tapias ha estudiado ahora en profundidad.

“El legajo dedica medio centenar de páginas al ministro de Felipe V, y en él se describe al pueblo catalán recurriendo, en buena parte, a los mismos tópicos que se están usando ahora tras el fallido intento secesionista”, explica Tapias, quien está escribiendo una historia comparada entre Patiño y el ministro del rey francés Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert (1619-1683). Tapias, quien se doctoró en Historia Moderna tras jubilarse como capitán de navío, está investigando también en el Archivo General de Indias de Sevilla, en el del Museo Naval de Madrid y en el de la Biblioteca Nacional.

“En este documento se explica cómo el Consejo Real de Castilla solicitó los informes del consejero catalán Francisco Ametller y de Patiño, que entonces era también superintendente de Cataluña, y cómo la opinión de ambos hizo posible que Cataluña siguiera disfrutando de sus derechos, contrariamente a lo que sucedió en Valencia, debido a la intransigencia de Melchor de Macanaz”, afirma Enrique Tapias, autor de El almirante López Pintado (1677-1745): El duro camino del éxito en la carrera de Indias (2017).

En el memorando, José Patiño (1666-1736) comienza describiendo el territorio y a los naturales del principado:

“Es quebrado y montuoso, (...) bastante fructífero por la industria y aplicación de los moradores; (...) multitud de pequeñas aldeas poco sujetas a la dirección de la justicia y educación (...) criados sin docilidad y con pocos incentivos de religión. Contiene 23 partidos llamados veguerías [una jurisdicción administrativa medieval] y soto veguerías (...). Son amantes de la libertad, aficionados a todo género de armas, prontos en la cólera, vengativos, siempre se debería recelar de ellos (...). Son apasionados a su patria con tal exceso que les hace trastornar el uso de la razón y solamente hablan en su lengua nativa, es su genio laborioso e infatigable (...) y más presto a ahorrar que consumen en lo necesario (...). Aquel grande orgullo está abatido y respetan ya los preceptos de S. M. y a la Justicia, no por afecto y amor sino por la fuerza de las armas”.

Pero además de recomendar que no aboliera su derecho privado, Patiño también dijo a Felipe V que mantuviera el control militar si quería mantener la quietud y obediencia de sus moradores.

“Patiño asumió la opinión de Ametller, quien le advirtió de que si eliminaba esos derechos desestructuraría la sociedad catalana. El sistema de acceso a la tierra no era algo nuevo, sino que venía del siglo XV, de la revuelta de los Remences. Un sistema que tiene su origen en la sentencia de Guadalupe, una resolución firmada por Fernando el Católico en 1486 y que liberaba a los payeses de sus obligaciones feudales a cambio de pagar una renta. A partir de entonces, los campesinos catalanes comenzaron a tener ciertas aspiraciones de poder progresar gracias a los frutos de su trabajo”, comenta Joaquim Albareda, editor de El declive de la monarquía y del imperio español. Los tratados de Utrecht(Crítica, 2015).

Para Albareda, el crecimiento económico catalán del siglo XVIII se fundamenta tanto en la figura del hereu como en la enfiteusis. Fue entonces cuando la renta que pagaban los campesinos a los propietarios de las fincas se fijó, lo que permitió a los payeses un acceso casi ilimitado a la tierra sin que aumentara la cantidad a pagar, lo que acabó convirtiéndose en un contrato de arrendamiento en el XIX.


29 de diciembre de 2017

Por qué la historia nos recomienda tomarnos Tabarnia en serio

Por qué la historia nos recomienda tomarnos Tabarnia en serio

Los conflictos provocados por las independencias dentro de las independencias han sido una constante en Europa, desde Irlanda hasta los Balcanes

EL PAIS -  Madrid 29 DIC 2017 - 10:52 BRST


Vehículo sin matrícula circulando por Mitrovica Norte, la parte serbia de la ciudad, al fondo, el puente de Mitrovica, que separa la comunidad albanesa de la serbia en esta ciudad de Kosovo. FOTO: YLY MARTÍN. VÍDEO: ATLAS

La llamada Ley de Claridad del Tribunal Supremo de Canadá estableció en 2000 las condiciones que deberían darse para cualquier futuro referéndum independentista —la provincia de mayoría francófona de Quebec había celebrado dos—. Una posible consulta debe ser autorizada por el Parlamento de todo el país, no sólo de la provincia que vota; la pregunta tiene que ser clara y responderse con un sí o un no y tiene que alcanzarse una participación significativa y una mayoría suficiente (no vale con un 50,1% pelado, ni una decisión de ese calado puede tomarse si la mayoría de los posibles votantes se queda en su casa). Lo más importante es que en todo ese proceso tiene la última palabra Ottawa, es decir, todos los canadienses, no sólo la provincia que vota, y que el referéndum significaría el punto de partida para una negociación, no el final de un proceso.

Sin embargo, en el momento más encendido del desafío independentista catalán, pese a que este texto legal es corto y muy fácilmente accesible, circuló por Internet un bulo que señalaba que la Ley de Claridad también establecía que todas aquellas regiones dentro de la provincia que se independiza que no se estuviesen de acuerdo con esa decisión podrían celebrar, a su vez, sus propios referendos. Esta norma no se mete en absoluto en ese jardín, aunque sí es cierto que en su último párrafo habla de que las negociaciones deben incluir "cualquier modificación de fronteras de la provincia, los derechos, los intereses y las reivindicaciones territoriales de los pueblos autóctonos de Canadá y la protección de los derechos de las minorías". Pero no ofrece ningún detalle sobre el posible resultado, sólo abre la puerta a la posibilidad de un cambio de fronteras.

Ese juego de muñecas rusas de independencias dentro de independencias tiene sentido porque, de hecho, ha ocurrido. Por ese motivo ha tenido un impacto tan fuerte la idea de Tabarnia, una unión ficticia de las zonas de Cataluña donde la independencia es una opción minoritaria. Bastantes políticos, y hasta la Real Academia Española, han decidido tomarse en serio lo que había comenzado como una broma. La historia reciente de Europa nos demuestra que Tabarnia existe, que es un problema que se encuentra en el corazón de los conflictos más graves que ha vivido el continente en las últimas décadas.

La disolución de la URSS nos ofrece numerosos ejemplos de tabarnias: antiguas repúblicas soviéticas con minorías que decidieron crear sus propios países cuando se produjo la independencia. Ocurrió en Nagorno Karabaj (república armenia en Azerbaiyán) o en Transnistria (república de mayoría rusa en Moldavia). Un cuarto de siglo después de la disolución de la Unión Soviética, se trata de conflictos que todavía no están cerrados. En Ucrania, la línea del frente actual también separa las regiones de mayoría rusa del resto del país.

Es cierto que todas las comparaciones esconden trampas, que el desafío independentista catalán es una situación insólita dentro de la UE y que en España no existen líneas étnicas o religiosas como las que recorren el antiguo espacio soviético, aunque es indudable que el desafío independentista ha creado una profunda fractura en la sociedad catalana. Pero también es verdad que todas las independencias que no cuentan con la unanimidad, o que dejan fuera a una parte importante de la población, plantean este problema. ¿Qué ocurre cuando existe un territorio claramente homogéneo que no quiere estar en el nuevo país? Los Balcanes ofrecen dos ejemplos claros.

La guerra de Bosnia se frenó gracias a los acuerdos de Dayton, firmados en noviembre de 1995, que dividían un mismo país en dos entidades, la República Srpska (Serbia) y la Federación Croata Musulmana. Los territorios habían sido trazados por la limpieza étnica, pero la condición de la comunidad internacional fue que de ninguna manera esas entidades podían unirse a otro país (una cláusula dirigida fundamentalmente a Serbia). Sin embargo, las tensiones son crecientes. La República Srpska planea celebrar, en contra de las autoridades de Sarajevo, su Día Nacional el 9 de enero, y ha amenazado con convocar un referéndum de independencia para unirse a Serbia, una iniciativa condenada por la comunidad internacional.
En Kosovo, la situación es incluso peor. Cuando está antigua provincia serbia con un 90% de población albanesa comenzó su camino hacia la independencia, el 10% de serbios simplemente se negaron a admitirlo. Y crearon su propia Tabarnia: todo el territorio al norte del río Íbar está fuera del control de las autoridades kosovares. En la frontera, no política, ni reconocida, pero real, los ciudadanos se paran y cambian las matrículas: nadie quiere circular con una placa serbia por el resto de Kosovo, ni con una matrícula kosovar por aquel territorio que, ahora mismo, está unido de facto a Serbia. La declaración de independencia en 2008 no arregló las cosas, más bien las empeoró, por muchas garantías que las autoridades de Prístina hayan dado a los serbios.

Si nos remontamos un poco más en el tiempo, nos encontramos con el caso de Irlanda. El Reino Unido decretó en 1921 el Acta de Gobierno de Irlanda. Creó así el norte, que reunía a los seis condados de mayoría de protestante del Ulster, y el sur, con los 26 condados de mayoría católica del resto del país. Fue lo que se llamó la partición. Cuando Irlanda se independiza totalmente en 1949, Irlanda del Norte se queda como una de las naciones que constituyen el Reino Unido. Pero, a su vez, en esta región existe una minoría católica, cuyo deseo es integrarse en Irlanda (de hecho, el Ulster tiene nueve condados en total, tres de ellos católicos). El conflicto armado se prolongó hasta los Acuerdos de Viernes Santo, de 1998, el problema, eso sí, sigue abierto y mucho más con el Brexit.

España no es los Balcanes, ni la antigua URSS, ni Irlanda del Norte ni nada parecido... pero las independencias dentro de las independencias son una constante en la historia de Europa. Tabarnia es una ironía muy certera: la creación de una nueva frontera suele traer problemas... y más fronteras.


28 de diciembre de 2017

A 500 años de la muerte de Moctezuma, sus parientes lejanos buscan a alguien que les escuche

A 500 años de la muerte de Moctezuma, sus parientes lejanos buscan a alguien que les escuche

Federico Acosta y Maria Fernanda Olivera, decimocuarta generación de la realeza azteca, renuncian al dinero de su linaje. Sólo quieren que les hagan caso



Cortes, a la izquierda y Moctezuma.
Cortes, a la izquierda y Moctezuma. CONACULTA

Una voz de mujer contesta el interfono. '¿Quién es?' Hola, vengo a ver al señor Federico Acosta. 'Ah, sí, usted es... Sí, sí, pase'. La puerta se abre y aparece entonces la fachada de una casa antigua pero señorial, una línea de pasto, plantas de hojas mojadas. Llueve.

'Pase, el señor Federico le espera', dice la mujer del interfono, ahora en persona. Hay un recibidor y una moqueta y pasillos oscuros y luego, detrás de una puerta, una salita para tomar té o café. 'Ahora llega el señor', dice la mujer.

Pasan dos minutos y aparece, vestido de traje, el señor Federico Acosta. Se presenta y empieza a hablar. Dice que el terremoto se sintió bastante pero que allí, en el Paseo del Pedregal, en el oeste de la Ciudad de México, no se nota tanto. El suelo es de lava, dice, macizo, no hueco. Por eso. Se refiere al terremoto del 19 de septiembre, el más intenso en México desde 1985. Un buen puñado de edificios y casas colapsaron. Hubo muertos. "Yo dije, 'no, no: se cayó el resto de México, fácil".

Federico Acosta recibió a EL PAÍS en su domicilio a principios de octubre. Justo hacía un año que él y otros 230 primos, hermanos, tíos, y un largo etcétera de familiares se habían reunido en un rancho en el Ajusco, en las afueras de la capital. La primera reunión masiva en años de los Moctezuma. O de una parte de los Moctezuma, descendientes del último gran tlatoani de los aztecas, el último emperador. El que recibió a Hernán Cortés, el que murió misteriosamente después de que le hicieran preso. El principio del fin.

Y toda la gente que se reunió, ¿de qué rama del árbol genealógico son?

De los Sierras. Todos los Sierras. Éramos 230, y aun faltaban. Yo francamente no conocía a todos. Estábamos ubicados, pero no nos conocíamos todos. ¿Café?

Federico Acosta es un hombre mediano, magro, de mirada intensa y algo desconfiada. Aquel día, en su casa, recordó la reunión familiar y dijo que fue el principio de algo importante. Nada concreto, pero algo.

Mucha gente en México sabe que Moctezuma Xocoyotzin procreó intensamente. La mayoría de los cálculos le adjudican 19 vástagos, lo cual, entonces y ahora, resulta extraordinario. Los aztecas pensaban que la línea sucesoria era cosa de las mujeres, una especie de seguro sanguíneo. El historiador cubano Alejandro González Acosta, experto en parte de la heráldica de la realeza azteca lo resume de esta manera: "hijo de hija mi nieto es, hijo de mi hijo quién sabe. Los judios también lo hacían así".

González Acosta, investigador del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, ha estudiado al detalle el árbol genealógico de la hija mayor de Moctezuma, bautizada Isabel tras la conquista. Es un erudito de las ramas reales, la línea sucesoria. Si hoy, a 500 años de la caída de Moctezuma y sus breves sucesores, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, si hoy, vaya, alguien reclamara el trono de la gran Tenochtitlan, debería ser algún primo de Federico Acosta. Quizá era alguno de los que fueron a aquella reunión en el Ajusco.

Isabel de Moctezuma.Isabel de Moctezuma. INAH
La historia de la conquista de Tenochtitlan y los meses posteriores configuran un enorme enredo de crónicas, historias, dimes y diretes. A grandes rasgos, Hernán Cortés tomó bajo su protección a Isabel de Moctezuma. La casó con uno de sus soldados, Alonso de Grado, pero este murió poco después. Luego, dice González Acosta, Cortés "la violó o cometió estupro: por la fuerza, o por engaño". Pocos meses más tarde la volvió a casar, de nuevo con uno de sus hombres. Pero primero tuvo a la hija de Cortés, Leonor, a quién esta desconoció. Con su nuevo marido, Pedro de Andrada, tuvo a su primer hijo legítimo. Poco después murió Pedro y se casó con otro soldado, Juan Cano, con quien tuvo cinco hijos más.

González Acosta explica que Cortés, arrepentido de su acto, cabildeó para que el rey de España, Carlos V, obsequiara tierras y títulos a su ahijada. Y así fue. El monarca le concedió el señorío de Tacuba, terreno que comprende el centro histórico de la actual Ciudad de México, el Zócalo, la Catedral, el Palacio Nacional, y se extiende por decenas de kilómetros.

Por casi cuatro siglos, esa concesión implicaba el pago de una renta, primero por parte de la Corona, y luego por los sucesivos gobiernos de México. El terreno era de Isabel, sus hijos, sus nietos... 

Resulta difícil imaginar a los descendientes de Moctezuma echando a la curia de la catedral, o construyendo un club de campo en el Zócalo. Mejor que eso, los Gobiernos pagaban. Y así fue hasta finales de 1933. De hecho, fue un 27 de diciembre de hace 84 años, cuando la Secretaría de Hacienda mexicana, en manos del presidente Abelardo Rodríguez, decidió que no pagaría un peso más a ningún descendiente de Moctezuma.

Y así hasta ahora.

González Acosta, con la credencial de uno de los descendientes de Moctezuma.
ampliar fotoGonzález Acosta, con la credencial de uno de los descendientes de Moctezuma.

Diez metros de árbol genealógico

Y usted, ¿conoce a los Cano?

No

El otro día conocí a uno de ellos, Federico Acosta. Y le preguntaba, 'usted, ¿qué pretende?' Y él decía, 'no, pues que nos reconozcan'.

Pues es lo lógico, ¿no? Que nos reconozca el Gobierno

Pero, ¿que reconozcan qué?

En una república con casi dos siglos de historia, los reclamos nobiliarios suenan un poco a extravagancia. Pese al optimismo de los quejosos.

La señora María de los Ángeles Fernanda Olivera, de 75 años, recibió a este diario pocos días después de que lo hiciera su pariente lejano, el señor Acosta. Olivera viene del lado de los Andrada, del primer hijo legítimo de Isabel. Acosta de los hijos de Juan Cano.

Hace años que la pensión de Moctezuma, la famosa renta, dejó de ser un tema polémico en México. El abuelo de la señora Olivera fue de los últimos que la cobró. Su padre promovió incluso un amparo ante la Suprema Corte de Justicia para que el Gobierno la reestableciera. Pero sin éxito. Otros lo han intentado desde entonces con el mismo resultado.

No es una cuestión de dinero, explica la señora Olivera. "Lo bonito es que te reconozcan de donde vienes, que tengas un lugar en la historia. Y ahora hace falta una persona así como Moctezuma, que ponga orden en el país porque está esto hecho un desastre".

Detalle del carné de descendiente. Con el carné cobraban la pensión.
ampliar fotoDetalle del carné de descendiente. Con el carné cobraban la pensión.

María de los Ángeles Fernanda Olivera vive en un adosado en Tlalnepantla, una zona habitacional a las afueras de la capital. El día de la visita, echó mano de un taburete para alzarse, y tomar un enorme rollo de papel que yacía sobre el trinchador. Luego liberó la mesa de la sala y desplegó el rollo de papel, que alcanzó una longitud cercana a los diez metros.

"Esto lo hice yo", dice, "el árbol genealógico de la familia". Y allí aparecían casi 500 años de nombres y ramas, su orgullo heráldico. Al rato, su marido, Arturo, apareció por la puerta. Saludó y subió por las escaleras.

Y para usted, ¿qué sería lo ideal? Dice: 'que nos tengan en cuenta', pero, ¿cómo?

Pues mira, pensándolo bien, me gustaría un cargo en el Gobierno, pero no les conviene mi presencia, yo soy muy rígida. O sea, no pienso que el Gobierno tenga la obligación de darnos un cargo. A mi lo que me gustaría es que nos tuvieran en cuenta, nuestro origen, una de las familias más antiguas que hay en México.

Mexicanos de primera

Federico Acosta va un poco más allá que la señora Olivera. Aunque lleva años barruntando el asunto, aquella reunión de octubre de 2016 le abrió los ojos: "A ver, aquí hay algo que hay que matizar. Se dice que nosotros buscamos cobrar la pensión. Es falso. Nosotros no demandamos nada. Pero si nos interesaría como familia ser escuchados, porque somos mexicanos de primera clase. Yo creo que deberíamos de tener voz y voto".

¿Sobre qué?

Sobre cuestiones sociales, cuestiones inherentes a lo que le hubiera gustado a nuestra familia antiguamente. Ser oídos para tomar ciertas decisiones.

La solución, admite al final el señor Acosta, quizá sea armar una fundación y empezar a trabajar desde ahí.

¿Ustedes se han acercado al Gobierno para llegar a algún acuerdo?

Bueno, mi abuelo era amigo de los presidentes. Yo conocí a Luis Echeverría. Un día me dijo, '¿qué pasó con su abuelo?'. Me dijo, 'mi primer trabajo en el PRI fue convencer a tu abuelo de que nos rentara la casa aquella de San Cosme, para lanzar la campaña de Manuel Avila Camacho. Y accedió'.
Antes de despedirse, como si hubiera olvidado lo que acababa de decir, el señor Acosta lamentó que "el pueblo le es invisible a la autoridad. Para el Gobierno no ha existido. Por eso podríamos tener voz y voto, para que sean escuchados". Afuera seguía lloviendo.


27 de diciembre de 2017

Europe : L'Islamisation de Noël


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