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28 de noviembre de 2018
La RAE rechaza “lenguaje inclusivo” promovido por feministas
La Real Academia de la Lengua Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) presentaron el primer “Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica”, y que rechaza el “doble género” y el “lenguaje inclusivo” promovido por los grupos feministas.
Un proyecto que, según explicaron desde la RAE, pretende servir para “una mejor manera de escribir y hablar”, ya que es una especie de guía práctica para resolver las dudas ortográficas, fonéticas o gramaticales que se dan por la evolución del idioma en los últimos años.
De esta manera, en el primer capítulo del libro la RAE considera innecesario las inclusión del doble género, es decir, “todos y todas”, así como el uso del llamado “lenguaje inclusivo” que utiliza “x”, “@” o “e” en lugar del plural, es decir, “todxs”, “tod@s” o “todes”.
Además subraya que el género masculino, “por ser el no marcado, puede abarcar el femenino en ciertos contextos”.
Este uso del “lenguaje inclusivo” y el doble género es frecuente entre grupos feministas ya que, según aseguran, intentan incluir a hombres y mujeres de forma simultánea.
Rechazo reiterado
En ocasiones anteriores la RAE ya se habían manifestado en contra del uso de “x”, “e” o “@” como marca de género, ya que “el masculino gramatical funciona en nuestra lengua (español), como en otras, como término inclusivo para aludir a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos”.
De hecho, el Diccionario Panhispánico de Dudas precisa que “las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tiene sexo (y no género)”.
En esta posición la RAE ha sido criticada por grupos feministas, pero desde la Academia de la Lengua insisten en que “en los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística” se hace una alusión explícita a ambos sexos, pero se olvida “que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino”.
Algo que según han subrayado en diversas ocasiones no tiene “intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva”.
El pasado mes de junio la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, encargó a la RAE un informe para que se introdujera un lenguaje que reflejara la paridad entre hombres y mujeres en una eventual reforma de la Constitución española.
El director de la RAE, Darío Villanueva, aseguró entonces al respecto que “el problema es confundir la gramática con el machismo”. En diciembre se debatirá y votará el informe para un lenguaje inclusivo en la Carta Magna española.
Etiquetas:
España,
Feminismo,
Ideología del género,
RAE
12 de diciembre de 2014
Darío Villanueva, elegido director de la Real Academia Española
Darío Villanueva, elegido director de la Real Academia Española
El filólogo y crítico literario ha obtenido 28 votos a favor, el 80% de los 35 emitidos
Sucede a José Manuel Blecua
el pais - TEREIXA CONSTENLA Madrid 12 DIC 2014 - 13:12 CET9
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Darío Villanueva (Vilalba, Lugo, 1950) se ha convertido en el trigésimo director de la Real Academia Española (RAE) en sus tres siglos de historia. Llegó sin sorpresas, con 28 votos a favor de los 35 emitidos (un apoyo del 80%), para sustituir a José Manuel Blecua, el filólogo que hace cuatro años se impuso en una elección en la que pugnaban ambos.
Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Santiago, de la que fue rector entre 1994 y 2002 y donde sigue dando clase, Villanueva ingresó en la Academía en 2008 con un discurso dedicado al Quijote. Al año siguiente, mientras se recuperaba de un accidente de tráfico en el hospital, recibió la noticia de que había sido elegido su secretario. La institución tiene un peculiar sistema electoral: en teoría, cada académico puede ser votado para cualquier cargo y no puede rechazar la designación.
En la práctica, las corrientes a favor de unos y otros se producen a veces con meses de antelación, como ha sido en esta ocasión. Aunque Blecua no desveló públicamente hasta ayer mismo su voluntad de no repetir en el cargo —los directores pueden optar a dos reelecciones—, en la casa era un secreto a voces que Villanueva contaba con un nutrido grupo de apoyo, que crecía conforme iba menguando el de Blecua.
Esta semana, las voces a favor de la renovación se hicieron visibles a lo grande, cuando el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte defendió el cambio en la dirección. No será, sin embargo, un giro rupturista: Villanueva ha estado implicado en la gestión de todos los acontecimientos relevantes de la RAE de los últimos cuatro años, como la celebración del tricentenario, y él mismo puntualiza que no “parte de cero” para desplegar el plan estratégico con el que quiere estabilizar la situación financiera de la casa.
A Villanueva le tocará lidiar con tiempos difíciles en lo económico —el Gobierno ha recortado desde 2008 la subvención a la casa en un 59%— y tiempos desafiantes en lo profesional. “Las cosas son como son, y ocurren cuando ocurren. Me siento muy honrado por esta distinción de mis compañeros. La RAE ha pasado por momentos dificilísimos en lo político y en lo económico. Y si los antecesores lograron superarlo, también nosotros”, señaló el nuevo director en declaraciones a EL PAÍS.
En el plano académico, Villanueva tendrá que impulsar los trabajos preparatorios para la vigésimocuarta edición del Diccionario de la lengua española, que significará una revolución en el modelo tradicional, ya que nacerá desde el entorno digital para migrar después a versiones impresas, invirtiendo el flujo que ha marcado la gestación de la obra en los últimos tres siglos. “Es inevitable una refundación del Diccionario, que es el tronco fundamental de la Academia desde su origen”, afirmó el director electo, que tomará posesión del cargo el próximo 8 de enero.
En lo presupuestario, deberá cuadrar las cuentas —el desajuste entre gastos e ingresos asciende a 2,5 millones de euros—. Villanueva, quien entre sus planes tiene crear una sociedad de gestión de los servicios que la institución presta, confía en incrementar los ingresos generados por la Academia, sin que ello signifique quebrar la tradicional gratuidad del acceso al Diccionario en Internet. La RAE está negociando con una entidad el patrocinio exclusivo de la versión digital del Diccionario, que recibe entre 40 y 45 millones de consultas al mes.
En cuanto a los gastos, la Academia ha decidido rebajar los salarios de su plantilla y las dietas de los académicos en un 10%, además de abrir un plan de bajas voluntarias. Se descarta, sin embargo, la aplicación de un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) que ha planeado sobre sus 85 empleados. Villanueva recurre a un chiste para explicar su rechazo a esta medida: “Es como el alumno de Ingeniería al que le dicen que los trenes tienen muchos accidentes en el vagón de cola y decide que la solución para evitarlo es fácil: que se suprima el vagón de cola”. “Sería una paradoja querer subir ingresos con servicios muy especializados y que prescindamos de recursos humanos altamente cualificados y formados para lo que la Academia necesita”, concluye.
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Selección de temas realizada automáticamente con4 de diciembre de 2014
El ‘Diccionario’ nunca insulta
El ‘Diccionario’ nunca insulta
La RAE presenta en Guadalajara el volumen con una defensa de su identidad hispanoamericana. Lo políticamente correcto no es la ley que rige su trabajo
EL PAIS - BERNA GONZÁLEZ HARBOUR Guadalajara (México) 3 DIC 2014 - 22:34 CET35

Presentación de la 23a edición del Diccionario de la Lengua Española. / S. R.
Hay quien usa las palabras y hay quien además las destripa, las estudia, analiza sus constantes vitales y sella el diagnóstico que marcará su destino: viva, muerta o en desuso. Lexicógrafos y académicos trabajan en los talleres del idioma buscando el aliento de antiguas palabras que nadie quiere jubilar si las usó Cervantes, por ejemplo, y escrutando como a adolescentes en falta términos ya instalados como birra o como blaugrana.
Y esa misión cumplida, ese nuevo Diccionario de la lengua españolaen el que han participado las 22 academias de la lengua española, se presentó este martes en la Feria del Libro de Guadalajara con dos mensajes de bandera: es el mayor esfuerzo por mantener en vigor un español común compartido por 500 millones de hablantes; y la corrección política no es lo suyo.
“Ortega y Gasset ya dijo que el autor de un diccionario es el único que cuando escribe una palabra no la dice. Cuando el diccionario registra una palabra insultante no insulta”, declaró Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la Real Academia Española (RAE) y director de la vigésimo tercera edición de la obra. “Las palabras en elDiccionario no están dichas, sino pinchadas en una vitrina, como la de un entomólogo”.
Palabras delicadas que pueden afectar a colectivos, etnias, minusvalías o enfermedades suscitan siempre protestas. Y el académico relató cómo algunas acepciones de gitano, judío o del cáncer generan cartas y debate. Algunas sirven para modificar construcciones erróneas como la que definía “sordomudo”. “Podemos declarar una acepción en desuso, pero no podemos eliminarlas, por eso pedimos la comprensión de todos”, aseguró.
Juan Luis Cebrián, académico desde hace 17 años y presidente de EL PAÍS, se definió como “un soldado entre generales” y narró las discusiones “aceradas y atribuladas” que celebran los académicos antes de tomar las decisiones más controvertidas, tanto para eliminar como para incorporar un término. “La palabra globalización nos llevó más de tres meses y en esas discusiones Mario Vargas Llosa participó muy activamente. La influencia de Carlos Fuentes, por ejemplo, fue clave a la hora de establecer la palabra gobernanza y no gobernabilidad como término preferido”.
Cebrián recordó la definición que Roa Bastos hacía de diccionario como “un osario de palabras vacías” y defendió cómo, sin embargo, está cambiando gracias en buena parte al trabajo conjunto con las academias del español en todo el mundo, cuyo papel solo debe ser creciente en una realidad que deja a los españoles en minoría frente a los mexicanos o los hispanohablantes de Estados Unidos, que en 2050 o 2060 superarán a los de México: “Ha cambiado y debe cambiar todavía más, porque es un libro que lleva 300 años elaborándose por muchos autores, y los principales autores son los hablantes que van contribuyendo con su uso”.
La mesa de debate que sirvió de presentación al nuevo Diccionariofue un foro de anécdotas y ejemplos de cómo ese espíritu de lo políticamente correcto presiona a los académicos casi tanto como los neologismos que empujan y se abren paso gracias al nuevo universo digital.
Cebrián, por ejemplo, relató cómo hace años el término antofagasta como equivalente a “pesado” desató protestas de los vecinos de esta ciudad chilena o cómo las definiciones de enfermeros, por ejemplo, suscitaron reacciones de los colegios profesionales afectados por las consecuencias legales que adquieren las acepciones en el diccionario. La definición de enfermero aludía a su trabajo “bajo la vigilancia de los médicos” y el cruce de discusiones desembocó en la matización: “siguiendo pautas clínicas”.
Presiones, análisis meticulosos y convivencia de esos 500 millones de hispanohablantes marcaron así el debate de la mesa y de las academias. Porque como dijo el director de la RAE, José Manuel Blecua, “el Diccionario se mueve entre la innovación y la renovación”.
3 de agosto de 2013
300 años escribiendo con buena letra
TRES SIGLOS DE LA RAE
300 años escribiendo con buena letra
Un reducido grupo de ilustrados fundó la Academia en 1713
Buscaban dotar a la lengua española de un diccionario que estuviese a la altura de otros idiomas
EL PAIS - TEREIXA CONSTENLA Madrid 3 AGO 2013 - 00:05 CET4
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Al principio fue el honor. Al marqués de Villena, y sus siete amigos de tertulia, les escocía que la decadencia política contaminase el reino de las palabras. Invariablemente en cada sesión que celebraban en el palacio de la madrileña plaza de las Descalzas acababan asomados al vacío: España carecía de un diccionario digno de su lengua. Lo tenían Francia, Italia, Inglaterra y Portugal. Pero el país que había esparcido su idioma por todo un continente en los siglos anteriores no tenía un inventario que ayudase a distinguir el grano de la paja, una obra que fijase el retrato-robot de una lengua que venía de días de gloria (el XVII) y que corría el riesgo de despeñarse hacia la insulsez o el deterioro si nadie la documentaba.
Lo inusual es que llevaron su idea a la práctica. Y el 3 de agosto de 1713, en su tertulia del palacio de Villena, los ocho amigos, reforzados con tres integrantes nuevos, levantaron un acta pragmática —en ella establecen las tareas que han de acometer y cómo han de hacerlo para redactar el Diccionario de autoridades— que se considera el acta fundacional de la Real Academia Española. Hoy se cumplen 300 años de aquella sesión quijotesca. ¿O no rozaba lo imposible el afán de aquellos 11 ilustrados sin especial formación lingüística?
Lo hicieron. Una proeza en tan solo 26 años, en palabras de Fernando Lázaro Carreter, que dedicó su discurso de ingreso en la RAE en 1972 a la aventura iniciada por Villena y compañía. “Este ‘tan solo’ alude al hecho de que la Academia Francesa tardó 65 en desempeñar una tarea de alcance mucho más limitado. Seis copiosos volúmenes, con un total de más de 4.000 páginas, en cuarto mayor, fueron el resultado de esa acción, una de las más esforzadas de que pueda ufanarse la cultura española”, elogió el filólogo que permaneció al frente de la RAE seis años.
Su publicación con 42.000 palabras fue, en opinión del actual director, José Manuel Blecua, “el momento de más éxito” de la Academia, que en menos de un siglo materializa obras notables: el Diccionario de autoridades (llamado así por los ejemplos que acompañan a los vocablos), la Ortografía, la Gramática y el Diccionario chico (el de autoridades sin autoridades). “El actual es heredero directo de aquel de 1780”, señala el secretario actual, Darío Villanueva. En 2014 se publicará la versión vigésimo tercera. Villanueva lo ve “el final de un ciclo”, teniendo en cuenta la dependencia de la inmediatez que ha propiciado la cultura tecnológica.
Nada que se cuestionaran aquellos fundadores que aún debieron aguardar un tiempo hasta su confirmación. El Consejo de Castilla bloqueó la bendición del rey —la razón más benigna era la duda sobre su capacidad para redactar el diccionario— hasta donde pudo, pero finalmente Felipe V, el francés que había desembarcado en el trono español tras una guerra larga, la autorizó mediante una cédula real el tres de octubre de 1714. Cuando se aprueben los estatutos, la Academia pasará a contar con 24 miembros.
“Los fundadores son un grupo de novatores, un título despectivo para referirse a los reformistas que se dan cuenta de que España necesita abrirse a Europa, superar la escolástica y tener una historia crítica”, señala Víctor García de la Concha, que ultima una historia de la institución que dirigió 12 años. “En muy poco tiempo”, prosigue, “aunque a ellos les pareció mucho, estos hombres que no eran lexicógrafos ni tenían archivos crean el diccionario”.
Contra viento y marea. Aunque alguno de los paladines de la lengua se desplazase en mula. Darío Villanueva recuerda un acta de 1726 donde se plasman las desgracias de Fernando del Bustillo: “Escribe que ha estado 50 días en la cama con dolores causados por gota, que no puede apoyar los pies y que además se le ha muerto la mula y pide ayuda para comprar otra que le permita ir a las reuniones de los jueves”.
De los tiempos en los que las sesiones se celebraban en los domicilios de sus directores (el marqués de Villena y sus descendendientes o José de Carvajal y Lancáster, hasta 1754 no lograron un departamento cedido por Fernando VI en la Real Casa del Tesoro) arrancan tradiciones perpetuadas hasta hoy: los plenos de los jueves, el tratamiento de “excelentísima” o las votaciones secretas. En una de ellas se eligió el emblema: el crisol con la leyenda “Limpia, fija y da esplendor”. Un lema que no suscitó aplausos universales, aunque los críticos tal vez se replegaron al descubrir que rivalizó con una abeja volando sobre un campo de flores con la leyenda “Aprueba y reprueba”.
Lo que no se remonta a los orígenes son los discursos de ingreso. “Comienzan en el XIX, cuando se hace casi una refundación con el afán de acercarla a la sociedad. Hasta entonces los nuevos se incorporaban en una sesión normal. A partir de 1847 se le quiere dar mayor solemnidad y se organizan con un discurso público y uno de contestación”, señala Pedro Álvarez de Miranda, que dedicó el suyo en junio de 2011 a glosar los de otros.
Los hubo en verso (José Zorrilla y José García Nieto) y... no los hubo por voluntad del electo: Miguel de Unamuno o Antonio Machado (“fue elegido en 1921, hizo un intento para escribir el discurso pero no lo concluyó, es difícil imaginarlo embutido en un frac”). Ninguno llegó a la altura de Jacinto Benavente, cuya relación con la RAE frisó la patología. “Decía que el ingreso de la Academia , en lugar de proporcionar la inmortalidad, aceleraba la muerte. Se dirigió a la RAE para indicar que no quería ingresar. Finalmente lo hicieron académico honorario”, detalla Álvarez de Miranda. Un académico es para siempre. Así lo constató el actor Fernando Fernán Gómez, cuando ofreció sin éxito su sillón a Víctor García de la Concha después de que sus piernas hubieran “ganado la batalla” hasta impedirle acudir a las sesiones.
Guste o no a quienes gobiernen el sillón es vitalicio. Pero la institución ha penado por ello y no siempre ha logrado frenar las embestidas. La académica Carmen Iglesias, comisaria de la exposición La lengua y la palabra. 300 años de la RAE, que se inaugurará el 26 de septiembre, señala que “las verdaderas intervenciones del poder político se dieron en regímenes autoritarios o con dictadores”.
Ocurrió con Fernando VII, que ordenó expulsar a los afrancesados; con Miguel Primo de Rivera, que impuso académicos regionales y trató de vetar a Niceto Alcalá-Zamora, y con Franco, que en 1941 envió una lista con los que no deben estar. “La RAE tuvo la dignidad de resistir las presiones del régimen para cubrir las vacantes de los cinco académicos exiliados”, indica Álvarez de Miranda. La entereza de la institución se coronó con una histórica sesión, el 3 de mayo de 1976, cuando Salvador de Madariaga, uno de esos desterrados, leyó su discurso de ingreso cuarenta años después de su elección.
Donde la historia de la Academia desluce es en su relación con las mujeres. Las académicas han entrado con cuentagotas (nueve, la última electa es Aurora Egido) y solo a partir de 1978 con la poeta Carmen Conde. “Es el reflejo de un fenómeno general de la sociedad, donde la mujer se encuentra en una situación de discriminación”, esgrime Blecua. Los deslices más sonados se cometieron con Emilia Pardo-Bazán, que se postuló para entrar (lo propio de aquellos días del XIX) sin ningún éxito, y con María Moliner, que perdió la votación frente al filólogo Emilio Alarcos. “No me atrevo a decir que fue una injusticia pero fue una lástima que no se hubieran presentado por separado. Si no hubiera enfermado en sus últimos años creo que sus valedores la habrían convencido para presentarse otra vez”, aventura Álvarez de Miranda, que en descargo de la española recuerda que la primera académica francesa fue Marguerite Yourcenar en 1981.
Mirando atrás, la Academia puede considerar su misión cumplida. Lleva inventariando el español tres siglos. Incluso sorteó el riesgo de la fragmentación idiomática en un contexto tan delicado como el de la fragmentación política del XIX. Víctor García de la Concha recuerda que, tras los procesos de independencia, se dio “un intento de ruptura de la unidad de la lengua para definir el español de América frente al español de España”. Él defiende que uno de los mayores servicios de la RAE fue la habilidad para salvar aquella amenaza tendiendo la mano de igual a igual a las jóvenes naciones con el nombramiento de académicos correspondientes que luego fundaron sus respectivas instituciones, germen de la actual política panhispánica de la casa. “Hay que salvaguardar la lengua siempre como un espacio de diálogo”, proclama García de la Concha. Durante un tiempo las palabras fueron el único puente entre la vieja potencia y sus antiguas colonias.
Manuscritos, legados y cartas de amor
Bibliotecas donadas. La RAE ha recibido por herencia de algunos académicos colecciones de inmenso valor, como la de Antonio Rodríguez Moñino y María Brey, que incluye grabados, incunables y manuscritos. El otro gran legado bibliográfico que custodia la casa perteneció al poeta y director de la RAE, Dámaso Alonso, y la novelista Eulalia Galvarriato, con un riquísimo fondo de poesía y filología. La más reciente es la donada por José Luis Borau.
Manuscritos. Algunas de las joyas de la literatura en español se guardan en la RAE, como el Libro de Buen Amor, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita; El Buscón de Quevedo; un manuscrito de Gonzalo de Berceo o el Don Juan, de José Zorrilla.
Epistolarios. Hay misivas de Juan Valera, Dámaso Alonso... La colección más picante es la de Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo-Bazán. La RAE custodia 38 cartas rebosantes del ardor que debió consumir a la brillante pareja, publicadas recientemente en Miquiño mío (Turner).
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