20 de septiembre de 2008

La cara y la cruz del Valle de los Caídos




Hispanidad -15/09/08


Próxima edición: 16 de septiembre de 2008 (15:15 horas)Fecha
Publicación: Lunes, 15 de septiembre de 2008 Número: 2994

Por lo breve

La leyenda del Valle de los Caídos: ni tantos muertos, ni tantos presos políticos y remisión de penas
Los medios gubernamentales siguen mintiendo para justificar la Ley de Memoria Histórica
Por su interés, publicamos el actual el artículo de Vistazo a la Prensa, obra de Alfredo Amestoy sobre el Valle de los Caídos. No tiene desperdicio.

Vistazoalaprensa.com - Firmas Invitadas

Época II - Año VIII
Edición Nº 2472


martes, 16 de septiembre de 2008 ESPAÑA




Firmas Invitadas - Edición Nº 246
Semana del 19/11/2006

La cara y la cruz del Valle de los Caídos



Alfredo Amestoy



(Reconvertir la Basílica del Valle de los Caídos en un Museo de la
Dictadura es una de las reivindicaciones más repetidas por la
vicepresidenta que hace suyo el plan de Restitución de la Memoria
Histórica).

“ESTAN CLAVADAS DOS CRUCES EN EL VALLE DEL OLVIDO”…
LA HISTORIA SECRETA DE “LA OTRA CRUZ” DE LA BASÍLICA.

EL Valle de los Caídos continuará como “lugar de culto de la Iglesia
Católica”, pero… ya no será escenario de concentraciones franquistas
o falangistas. Así es como resolverá la “Ley de extensión de los
derechos a los afectados de la Guerra Civil y la Dictadura”, el
delicado asunto del destino del famoso mausoleo de la sierra de
Guadarrama.

La moneda ha caído de canto; no ha salido “cara” ni “cruz”. Ni el
comunista Pedreño, presidente del Foro por la Memoria, que pretendía
retirar los restos de Franco y de José Antonio (y convertir la
Basílica en un Museo de la Represión), ni Emilio Silva, presidente
de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica, que
proponía que se montara una exposición en la que se enseñase que
“por allí pasaron 14.000 presos políticos que trabajaron en las
obras como esclavos”, han quedado satisfechos. Tampoco, por el lado
contrario, Luis Suárez Fernández, el historiador y académico,
presidente de la Hermandad del Valle, que defiende que, “desde su
creación hasta ahora, el Valle es un Monumento a los combatientes de
ambos bandos”. Ni Jaime Suárez, falangista, quien añade que “lo que
ocurre es que esa reconciliación más allá de la muerte, que
pretendió Franco, una parte no la ha querido”.

En el medio, en el canto de la moneda, ni en la “cara” ni en la
“cruz”, se encontraría Antonio Morcillo, presidente del Grupo de
Estudios del Frente de Madrid, que ha declarado a Virginia Ródenas
que “aunque no nos guste,
ese monumento que costó tanta sangre se debe conservar en toda su
pureza como parte de la historia”.

LA LEY DEL SILENCIO


ANTES de la promulgar la Ley de la Memoria Histórica, quizás
convenga derogar la “Ley del Silencio” que, en perjuicio de todos,
vencedores y vencidos, ha regido en torno a lo que ocurría en el
Valle de los Caídos.

Así se explica que, como nunca se dieron a conocer datos sobre la
construcción de la obra, el informe elaborado en 2.006 por el
socialista maltés Leo Brincat para el Consejo de la Unión Europea
“con objeto de que se condene internacionalmente a la dictadura
franquista”, insista en cifras que, después de muchas
investigaciones, han sido rectificadas. Por ejemplo, el número de
presos políticos que trabajaron en las obras.

Según la prensa de la época, a finales de l943, trabajaban en el
valle seiscientos obreros. Y, en el libro que escribió el arquitecto
director, don Diego Méndez, se señala que “durante los quince años
que duraron los trabajos intervinieron dos mil hombres (y ni todos a
la vez, ni todos penados)”. O sea que es un error de bulto la cifra
dada por TVE hace poco, en “Memoria de España”, al decir que en las
obras intervinieron veinte mil presos políticos.

Los documentos rectifican estos datos del director y elevan la cifra
de obreros a 2.643, de los cuales el número de penados no eran ni un
diez por ciento, 243.

De estos 243 presos políticos que se habían acogido libremente a la
“redención de penas por el trabajo” – “seis días de redención por
cada uno trabajado”; más de lo que, luego, estableció el Código
Penal que fue de “tres días por cada dos trabajados” – y gracias a
los indultos y concesiones de “libertad provisional”, en l950, nueve
años antes de que terminaran las obras, asegura la Fundación
Francisco Franco que ya no quedaba en el Valle ni un solo preso
político; y, curiosamente, sí presos comunes que quisieron
beneficiarse de condiciones tan favorables para poder redimir penas
por trabajo.

Estas informaciones sobre el Valle no se hacían públicas y, en
cuarenta años de periodista, yo sólo recuerdo una ocasión en la se
habló de este tema en Televisión Española. Por supuesto, con Franco
desaparecido, en l979, Francisco Rabal me comentó en pantalla que,
en los años cuarenta, el único trabajo que encontró su padre, que
era tunelero, fue el de horadar el Risco de la Nava, en cuyo
interior se construiría la Basílica. Los Rabal, de ideas comunistas,
estaban contratados y ocupaban viviendas que se habían construido
para los trabajadores. El actor reveló también en televisión que “en
la obra reinaba una gran solidaridad y los familiares de muchos de
los presos que allí trabajaban dormían en nuestra casa y les
dejábamos nuestras camas”.

¿CUÁNTOS MUERTOS? ¿CUÁNTOS MILLONES?

CON su padre también, a quien condenado a muerte se le conmutó la
pena y luego se acogió a la redención de pena por trabajo, estuvo en
el Valle, Gregorio Peces Barba. A los cuatro meses de permanecer
allí toda la familia, el padre del político recibió la libertad
condicional y explicó que “no puedo decir que he estado arrancando
piedras en el Valle, sería estúpido decir eso; no hubiera sido
demasiado útil arrancando piedras… yo estaba trabajando en las
oficinas”.

No en las oficinas sino en el dispensario estuvo otro preso que
llegó de los primeros al Valle, en l940, para redimir pena por
trabajo, el doctor Ángel Lausín. Redimida la pena, ya libre, decidió
quedarse en el Valle hasta el final de las obras. Su testimonio como
médico titular es que “en dieciocho años de obra faraónica hubo sólo
catorce muertos”. Menos de los que hoy se registran en nuestras
carreteras durante un fin de semana.

Se puede hablar de “obra faraónica” puesto que se trata de una de
las obras más colosales no sólo del siglo sino de la historia. La
Basílica es el mayor templo del mundo con una capacidad de más de
veinticuatro mil personas en su nave de trescientos metros de
longitud. Fuera, en la plaza, caben otras doscientas mil almas. La
cruz no tiene parangón, si a sus ciento cincuenta metros, altura
superior a la Torre de Madrid, añadimos su “base” que es el Risco de
la Nava, de mil cuatrocientos metros de altitud. Pero el dato más
increíble es que por el interior de los brazos de la cruz, un
crucero de 46 metros, pueden circular simultáneamente dos
automóviles.

En cuanto al costo de una obra de tales proporciones se han barajado
cantidades astronómicas, reprochando al régimen de Franco un gasto
impropio de un país empobrecido.

Las últimas cifras conocidas hablan de que, al cerrarse las cuentas,
se habían invertido 1.033 millones de pesetas; al parecer hace
tiempo amortizadas con los cuatrocientos mil visitantes anuales que
contabiliza el Patrimonio Nacional en éste que es su tercer
monumento más visitado, tras el Palacio Real y El Escorial.

Por otra parte, los mil millones de pesetas, que si bien entonces
hubieran permitido construir tres estadios como el Santiago
Bernabeu, hoy son “sólo” seis millones de euros, que es el precio
que puede pagar por un jugador cualquier equipo de fútbol español de
primera división.

EL “SALARIO DEL MIEDO” EN LOS TRABAJOS FORZADOS

FRENTE a las acusaciones de represión y “esclavitud”, que adjudican
al franquismo en la obras del Valle los grupos de izquierda y que
reclaman recuperar la Memoria Histórica, la derecha presenta
documentos con el objeto de demostrar que los presos, además de
descontar tiempo de pena
por trabajo, percibieron, al principio, un jornal mínimo de siete
pesetas más la comida, que pronto se elevó a diez pesetas diarias,
más pluses por trabajo a destajo o por peligrosidad, lo que unido a
vivienda y escuela gratuitas les permitió llevar a sus familias a
residir en el Valle.

Nos recuerdan que un sueldo de trescientos a cuatrocientas pesetas
mensuales, en los años cuarenta, y primeros “cincuenta”, era lo que
cobraba un profesor adjunto en la Universidad.

Y el médico del Valle, el ya mencionado Dr. Lausín, superaba las mil
pesetas mensuales, como el maestro, don Gonzalo – ex condenado a
muerte- mil también; o el practicante, el señor Orejas, que cobraba
más de quinientas…

Nos recuerdan que ya en l950 no había penados. Y que la España de
finales de la obra no tenía nada que ver con la de los años
cuarenta. Lógico; en l959, cuando se inaugura el Valle de los
Caídos, ya lleva tres años funcionando en España la televisión y hay
casi un millón de receptores; visita nuestro país y abraza a Franco
el vencedor de Hitler, Dwight D. Eisenhower, presidente de los
Estados Unidos; y, en el mes de diciembre, un tren de alta velocidad
entonces, el TALGO, une Madrid y Barcelona.

Se considera pues un despropósito la cifra de cincuenta céntimos que
se ha llegado a publicar como salario que recibían los penados.

Cabe pensar que tal insultante cantidad no hubiera sido consentido
por los falangistas, como José Antonio Girón, ministro de Trabajo a
la edad de veintinueve años, y que emprendió una política social que
asustó a la derecha conservadora; ni tampoco por los arquitectos
Muguruza o Méndez, autor y director del proyecto, ni por el
progresista Juan de Ávalos, el artífice del conjunto escultórico del
Valle de los Caídos.

Juan de Ávalos, gran amigo mío hasta el punto de que una semana
antes de fallecer el pasado mes de julio, a la edad de 94 años, me
llamó para que juntos visitáramos a monseñor Astilleros y le
convenciéramos para colocar en la Catedral de Madrid una figura en
suspensión de Cristo Resucitado, era un republicano de izquierdas,
carnet número 5 ó 7 del PSOE de Mérida.
Este dato no impidió que Franco le encargara la realización de su
empresa predilecta.

Ávalos explicaba que él ganó “un concurso para hacer unas estatuas
con un equipo donde no había “esclavos” y que fue una obra hecha con
la vergüenza de haber sufrido una guerra increíble entre hermanos y
para enterrar a nuestros muertos juntos”.

El famoso escultor nunca me quiso decir la cantidad que cobró por
las gigantescas cabezas de los evangelistas que figuran al pie de la
Cruz, por las virtudes y por la piedad, pero hay que pensar que fue
bien retribuido.
Tampoco estuvo mal pagado otro escultor, autor del auténtico
protagonista del Valle, el Cristo “vasco” que preside el altar mayor
de la Basílica. Nos referimos al artista guipuzcoano Julio Beobide.

Porque en el Valle, como en “el monte del olvido” de la canción,
están clavadas no una sino dos cruces.

EL GENERALISIMO “PASÓ” DE POLÍTICA EN EL VALLE

EN realidad las dos cruces del Valle son “vascas”. Pedro Muguruza es
el “padre” de la del exterior, la de 150 metros, y Beobide de la del
interior, la del altar.

En 1940, Franco, siempre previsor- recuerden lo de “atado y bien
atado”-, respecto al Valle, lo tenía todo “cortado y bien cortado”.
Hasta la madera para hacer su pieza favorita: un gran crucifijo que
en el altar mayor de la Basílica es lo que único que permanece
iluminado durante la Consagración, cuando se apagan todas las luces
del templo.

La madera para hacer la cruz de este Cristo la había elegido el
propio Franco en la Sierra al ver la forma de una rama de una
sabina. La sabina es apreciada por su madera hermosa, fuerte y
olorosa, ideal para fabricar violines y castañuelas. Pero ahora
venía lo más difícil: tenía que buscar alguien capaz de tallar “el
Cristo más importante del siglo XX”. Y el Caudillo volvió a tener lo
que le atribuían los moros:“baraka”, suerte.
Ese mismo verano, al ser invitado a una fiesta que daba el pintor
Zuloaga en su casa de Zumaya, descubre en su capilla una figura que
le deja deslumbrado. Es, precisamente, el Cristo que siempre había
soñado para el altar mayor del Valle. Le pregunta quién es el autor
de esta talla que el propio Zuloaga había policromado. Don Ignacio
duda si ocultárselo, pero le acaba confesando que es de Beobide, un
escultor nacionalista vasco. Zuloaga también engaña, al principio,
al escultor diciéndole que un americano se ha interesado por una
copia del cristo que había hecho para su capilla. Franco sorprende a
Zuloaga cuando le contesta que no le importa cómo piense
políticamente el escultor. Además, lo que él quiere es que ese
Cristo, en el altar del Valle de los Caídos, sea el símbolo de la
conciliación.

En ese momento el Cristo de Beobide empezó a entrar en la leyenda, y
a circular en torno a él una curiosa historia.

Para salvar la cara al pobre Beobide se contó que Zuloaga, cuando
encarga al escultor otro Cristo para un americano, le oculta quién
es el cliente, “ porque de saber su destino jamás hubiera realizado
el trabajo”. Una falacia porque Beobide supo pronto para quién y
para dónde era el Cristo que le pedía Ignacio Zuloaga. Y la prueba
es el talón, por veinte mil pesetas – lo que entonces costaba un
buen piso - que se le ingresa en su cuenta bancaria por orden de
Franco, según se le comunica en carta de la Jefatura del Estado, que
obra en nuestro poder, fechada en el Palacio de Oriente el 23 de
Junio de l941, un año después de la visita del general a Zumaya, y
donde se le pide “acuse de recibo.”



Arriba, el documento mencionado. En la imagen, el retrato de Julio
Beobide pintado por su amigo Ignacio Zuloaga.


FRANCO MURIO SIN SABER QUE LE ENTERRARÍAN EN EL VALLE.

PARECE que el acierto de Franco en la elección del artista fue
total. Beobide, sobre todo en la talla de Cristos, es heredero de
sus maestros, Berruguete, Montañés o Mena…
Pero, a pesar de todo, Franco nunca pensó en que le enterraran bajo
ese Cristo. A Franco, otra vez la “cara” y la “cruz” del Valle, por
culpa de los “broncas” que le organizaban allí los falangistas, creo
que ya no le gustaba que le llevaran a Cuelgamuros… “ni vivo, ni
muerto”.

Pero le ocurrió lo de siempre y, a quien nadie se había atrevido a
contradecir en vida, no se le respetó su última voluntad. Franco
tenía previsto que le enterraran en el Cementerio de El Pardo, donde
descansan todos los personajes del Régimen, pero al ver que su
muerte estaba próxima, su familia y los altos cargos del Estado,
incluido el Príncipe Juan Carlos, deciden que su cuerpo descanse en
el Valle de los Caídos. Y es el futuro rey quien ha de solicitar el
enterramiento a la comunidad benedictina que rige la Basílica.

Hace poco la periodista Victoria Prego ha publicado algún dato más
que confirma esta realidad: “En los últimos días de la enfermedad
del general, Arias Navarro preguntó a su hija Carmen si se le iba a
enterrar en el Valle y la respuesta fue “No”. Y continúa Prego: “Lo
que sí consta es que las obras para acondicionar una tumba al otro
lado del altar se realizaron a toda prisa, estando ya el dictador
irremediablemente enfermo”.

Así fue y yo aporto este otro dato que aclara definitivamente que
Franco no construyó el Valle para que fuera su gran mausoleo: De
labios de un oficial de su escolta, dueño de la librería en el
Mercado de los Mostenses, de Madrid, al que encargaron preparar su
tumba en un par de semanas, escuché los problemas que hubo que
resolver, incluso de inundación por rotura de cañerías, para hacer
una fosa imprevista detrás del altar, ya que en su día sólo se hizo
el hoyo para enterrar los restos de José Antonio que se habían
depositado, antes, en El Escorial.

Pero dejemos que Victoria sume otro argumento valioso: “Consta
también , y hay testimonio de ello, que a comienzos de los 70,
Franco envió a su mujer a visitar la cripta de la ermita del
cementerio de El Pardo, que está adornada por los mismos artistas
que participaron en la decoración del Valle de los Caídos. Y consta
que en esa cripta había una urna funeraria con capacidad sobrada
para dos cuerpos y que, una vez enterrado Franco en Cuelgamuros, esa
urna fue retirada. Y finalmente consta que allí reposan ahora en
solitario los restos de su viuda, Carmen Polo.


¿Cuántos restos, además de los de José Antonio y Franco, hay de
verdad en el Valle de los Caídos? La cifra, siempre discutida, se ha
movido de setenta mil a treinta mil. Pero ya está bien de contar
muertos. Que descansen todos en paz debajo de las dos cruces: la de
fuera, del arquitecto vizcaíno Pedro Muguruza, y la de dentro de la
Basílica, del escultor guipuzcoano, Julio Beobide.

Vasco era también Carmelo Larrea, el autor de la canción “Dos
cruces” donde se decía que “están clavadas dos cruces en el monte
del olvido”. No estaría mal que también el Valle de los Caídos fuera
“el Valle del Olvido”.

No siempre es bueno recordar y ya es un tópico que “hay que recordar
para no repetir”. Lo mejor para no repetir es perdonar. Y olvidar.
No puede ser lo de “yo perdono pero no olvido”. Hay que olvidar
todos los muertos; los mil muertos de ETA y los millares de la
Guerra Civil. Este “perdón histórico”y con “olvido colectivo” puede
ser, además, “políticamente más correcto”.