20 de septiembre de 2008
«Las condiciones de la Transición hicieron que la hegemonía del PSOE sea definitiva»
ABC - Viernes 19, septiembre 2008 - Últ. actualización 16:16h
«Las condiciones de la Transición hicieron que la hegemonía del PSOE sea definitiva»
TULIO DEMICHELI MADRID
Viernes, 19-09-08
Historiador, militante del PSUC durante la Transición, hoy profesor de Historia Contemporánea de la Autónoma de Barcelona, Ferran Gallego ha dedicado buena parte de su obra al estudio de la extrema derecha y el fascismo en España y Europa. Ahora Crítica pone en manos de los lectores El mito de la Transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), un extenso ensayo (836 pp.), tan irritante a trechos como incorrectamente político, en el que denuncia los pecados originales de nuestro actual sistema político.
El historiador comienza señalando a ABC que «la Transición no empieza con la muerte de Franco, sino que se corresponde con la «crisis orgánica» del régimen a partir de la muerte de Carrero; crisis que anima los proyectos «asociativos» de Arias, que son un intento de pluralismo interno del régimen y que coinciden con la organización de la oposición en organismos unitarios como la Junta y la Plataforma en 1974».
El impulsor del espíritu del 12 de febrero «se encuentra en un territorio de extrema ambigüedad entre sus lealtades personales y Arias se pregunta si está siendo leal al régimen... Pero allí también había otros reformistas, por ejemplo, Utrera Molina, quien reivindicaba la vigorización de la democracia orgánica que, según él, no se había desarrollado. Luego estuvo el proyecto de Fraga -una democracia limitada- durante el primer gobierno del Rey, y que yo creo que era el monárquico, porque dura mucho, aunque fracasa por la gran movilización de la calle durante el primer semestre de 1976».
Un afirmación dudosa, pues autores tan poco sospechosos como Javier Tusell han interpretado que el paso de ese proyecto en la comisión mixta fue para dar tiempo al proyecto de Fernández-Miranda y Suárez. «No se sabe dónde está Suárez ni tampoco dónde están las Cortes, pues ofrecen mucha más resistencia al proyecto de Fraga -el 40 por ciento vota en contra- que al de Suárez. Yo creo que la mayor parte del aparato del régimen era reformista y que se magnificó el inmovilismo para magnificar el reformismo. Se desplaza la contradicción «reforma o ruptura» a «inmovilismo o reforma». Pero, ¿quiénes eran los inmovilistas? Blas Piñar o Girón no creo que tuvieran detrás ni siquiera a Franco, que había dicho que Piñar era un... exaltado».
«Del Poder al Poder»
Para Gallego, el «mito» que titula su libro son varios mitos. Entre ellos, se encuentra el de haber ido «de la ley a la ley cuando se fue del poder al poder». Asimismo mítico fue el protagonismo casi exclusivo del Rey y de Adolfo Suárez, cuando «se trató de un proceso histórico complejo, con proyectos distintos dentro del régimen; y en el exterior, con movilizaciones de la oposición y conflictos durísimos en los que hubo muertos, y que llevaron a un proyecto constituyente como resultado de unas elecciones en las que la izquierda mostró una fuerza superior a lo que el gobierno esperaba. Y la derecha mostró una potencia mayor de lo que la izquierda creía. Una situación que llevó a cierto empate técnico debido a una correlación de debilidades».
Admite el autor que «los españoles estaban votando por un cambio sin riesgos y no por una ruptura. La izquierda, por su parte, pensaba que a la muerte del dictador el régimen se iba a colapsar; entonces la gente saldría a la calle ese buen día porque todo el mundo estaba por la ruptura menos unos cuantos militares y algún cura. Eso, que alimentaba el llamado «Pacto por las libertades», fue algo que el PCE pagará muy caro y el PSOE no, aunque pensaba lo mismo».
Pero la debacle comunista también se debió a otros factores. «Felipe González no quería una salida a la italiana, en la que la fuerza de la izquierda estuviera compartida entre PSOE y PCE. Así, la capacidad táctica de Felipe primero pasa por cargarse a los otros socialistas, como el PSP de Tierno. Luego, el éxito rotundo del PSOE pasaba por laminar completamente al PCE. Esa estrategia se emprende antes de la muerte de Franco, con la Plataforma por una parte, la Junta por otra. Y ya cuando se integra la Platajunta, ésta no impulsa un programa de coalición, sino un acuerdo para ponerse a negociar las elecciones con el gobierno. Y es que Felipe prefiere que las gane UCD si el PSOE se convierte en el gran partido de la izquierda».
A lo largo del libro, Gallego deslegitima a los reformistas por su vinculación al régimen franquista, que funda su legitimidad en la «victoria» del 39, y de paso, al Rey, que en principio encarna a la Monarquía del 18 de julio. «La suya tenía que ser una legitimidad de proyecto. No una legitimidad del pasado: ni dinástica, que la tenía Don Juan, ni franquista, que era impresentable. El Rey aparece como el gran elemento que permite la fusión de campos. La fusión de campos que se lo creen porque el Rey va hacia allí (a la reforma), y de los que están con él porque se debe aceptar la orden (que da Franco) de apoyarle».
Lo que abre la vía a otro mito, el de que se han convocado Constituyentes. «Suárez no se plantea hacer una Constitución». Y eso a pesar de que Gallego distingue que no se aprueba «una Ley de la Reforma sino para la Reforma Política», lo que implica que esa tarea la harán las Cortes que se elijan.
Partido reformista institucional
Y ahí surge otro problema. Y es que a partir de ese momento las cosas podrían haberse hecho de otra forma, como pedía la oposición: un gobierno de coalición o de personalidades que garantizara la limpieza del proceso y diseñara la ley electoral. «Lo que sí hace el Movimiento es crear un partido gubernamental, reformista institucional, que le permita controlar el cambio y aglutinar a los sectores que querían un cambio sin riesgos. Todo se hace de una forma impecable pero lo cierto es que el mapa político que van a crear las elecciones lo fijan Suárez y UCD en condiciones dudosamente democráticas. Aunque luego no conseguirán la mayoría absoluta para determinar el contenido de la Constitución».
Este libro aparece en un clima de revisionismo histórico en el que se ha llegado a hablar de la necesidad de una «segunda Transición». «Pero eso antes que Zapatero ya lo dijo Aznar. En fin, la Transición se hizo con un consenso puntual y lo que no podemos es convertir la vida política en un consenso permanente del que se expulsa al que no esté de acuerdo por haber perdido las elecciones, o al que se ha vuelto loco por ganarlas. Hay que mantener, eso sí, el consenso constitucional que va acompañado del derecho de reformar la Constitución cuando al pueblo español le dé la gana. Y reconocer que hubo quien ganó y quien perdió. Las condiciones de la Transición hicieron que la hegemonía del PSOE sea definitiva...»
Pero no eterna... «Decir «definitiva» es la forma laica de decir «eterna»», ironiza.
«Las condiciones de la Transición hicieron que la hegemonía del PSOE sea definitiva»
TULIO DEMICHELI MADRID
Viernes, 19-09-08
Historiador, militante del PSUC durante la Transición, hoy profesor de Historia Contemporánea de la Autónoma de Barcelona, Ferran Gallego ha dedicado buena parte de su obra al estudio de la extrema derecha y el fascismo en España y Europa. Ahora Crítica pone en manos de los lectores El mito de la Transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), un extenso ensayo (836 pp.), tan irritante a trechos como incorrectamente político, en el que denuncia los pecados originales de nuestro actual sistema político.
El historiador comienza señalando a ABC que «la Transición no empieza con la muerte de Franco, sino que se corresponde con la «crisis orgánica» del régimen a partir de la muerte de Carrero; crisis que anima los proyectos «asociativos» de Arias, que son un intento de pluralismo interno del régimen y que coinciden con la organización de la oposición en organismos unitarios como la Junta y la Plataforma en 1974».
El impulsor del espíritu del 12 de febrero «se encuentra en un territorio de extrema ambigüedad entre sus lealtades personales y Arias se pregunta si está siendo leal al régimen... Pero allí también había otros reformistas, por ejemplo, Utrera Molina, quien reivindicaba la vigorización de la democracia orgánica que, según él, no se había desarrollado. Luego estuvo el proyecto de Fraga -una democracia limitada- durante el primer gobierno del Rey, y que yo creo que era el monárquico, porque dura mucho, aunque fracasa por la gran movilización de la calle durante el primer semestre de 1976».
Un afirmación dudosa, pues autores tan poco sospechosos como Javier Tusell han interpretado que el paso de ese proyecto en la comisión mixta fue para dar tiempo al proyecto de Fernández-Miranda y Suárez. «No se sabe dónde está Suárez ni tampoco dónde están las Cortes, pues ofrecen mucha más resistencia al proyecto de Fraga -el 40 por ciento vota en contra- que al de Suárez. Yo creo que la mayor parte del aparato del régimen era reformista y que se magnificó el inmovilismo para magnificar el reformismo. Se desplaza la contradicción «reforma o ruptura» a «inmovilismo o reforma». Pero, ¿quiénes eran los inmovilistas? Blas Piñar o Girón no creo que tuvieran detrás ni siquiera a Franco, que había dicho que Piñar era un... exaltado».
«Del Poder al Poder»
Para Gallego, el «mito» que titula su libro son varios mitos. Entre ellos, se encuentra el de haber ido «de la ley a la ley cuando se fue del poder al poder». Asimismo mítico fue el protagonismo casi exclusivo del Rey y de Adolfo Suárez, cuando «se trató de un proceso histórico complejo, con proyectos distintos dentro del régimen; y en el exterior, con movilizaciones de la oposición y conflictos durísimos en los que hubo muertos, y que llevaron a un proyecto constituyente como resultado de unas elecciones en las que la izquierda mostró una fuerza superior a lo que el gobierno esperaba. Y la derecha mostró una potencia mayor de lo que la izquierda creía. Una situación que llevó a cierto empate técnico debido a una correlación de debilidades».
Admite el autor que «los españoles estaban votando por un cambio sin riesgos y no por una ruptura. La izquierda, por su parte, pensaba que a la muerte del dictador el régimen se iba a colapsar; entonces la gente saldría a la calle ese buen día porque todo el mundo estaba por la ruptura menos unos cuantos militares y algún cura. Eso, que alimentaba el llamado «Pacto por las libertades», fue algo que el PCE pagará muy caro y el PSOE no, aunque pensaba lo mismo».
Pero la debacle comunista también se debió a otros factores. «Felipe González no quería una salida a la italiana, en la que la fuerza de la izquierda estuviera compartida entre PSOE y PCE. Así, la capacidad táctica de Felipe primero pasa por cargarse a los otros socialistas, como el PSP de Tierno. Luego, el éxito rotundo del PSOE pasaba por laminar completamente al PCE. Esa estrategia se emprende antes de la muerte de Franco, con la Plataforma por una parte, la Junta por otra. Y ya cuando se integra la Platajunta, ésta no impulsa un programa de coalición, sino un acuerdo para ponerse a negociar las elecciones con el gobierno. Y es que Felipe prefiere que las gane UCD si el PSOE se convierte en el gran partido de la izquierda».
A lo largo del libro, Gallego deslegitima a los reformistas por su vinculación al régimen franquista, que funda su legitimidad en la «victoria» del 39, y de paso, al Rey, que en principio encarna a la Monarquía del 18 de julio. «La suya tenía que ser una legitimidad de proyecto. No una legitimidad del pasado: ni dinástica, que la tenía Don Juan, ni franquista, que era impresentable. El Rey aparece como el gran elemento que permite la fusión de campos. La fusión de campos que se lo creen porque el Rey va hacia allí (a la reforma), y de los que están con él porque se debe aceptar la orden (que da Franco) de apoyarle».
Lo que abre la vía a otro mito, el de que se han convocado Constituyentes. «Suárez no se plantea hacer una Constitución». Y eso a pesar de que Gallego distingue que no se aprueba «una Ley de la Reforma sino para la Reforma Política», lo que implica que esa tarea la harán las Cortes que se elijan.
Partido reformista institucional
Y ahí surge otro problema. Y es que a partir de ese momento las cosas podrían haberse hecho de otra forma, como pedía la oposición: un gobierno de coalición o de personalidades que garantizara la limpieza del proceso y diseñara la ley electoral. «Lo que sí hace el Movimiento es crear un partido gubernamental, reformista institucional, que le permita controlar el cambio y aglutinar a los sectores que querían un cambio sin riesgos. Todo se hace de una forma impecable pero lo cierto es que el mapa político que van a crear las elecciones lo fijan Suárez y UCD en condiciones dudosamente democráticas. Aunque luego no conseguirán la mayoría absoluta para determinar el contenido de la Constitución».
Este libro aparece en un clima de revisionismo histórico en el que se ha llegado a hablar de la necesidad de una «segunda Transición». «Pero eso antes que Zapatero ya lo dijo Aznar. En fin, la Transición se hizo con un consenso puntual y lo que no podemos es convertir la vida política en un consenso permanente del que se expulsa al que no esté de acuerdo por haber perdido las elecciones, o al que se ha vuelto loco por ganarlas. Hay que mantener, eso sí, el consenso constitucional que va acompañado del derecho de reformar la Constitución cuando al pueblo español le dé la gana. Y reconocer que hubo quien ganó y quien perdió. Las condiciones de la Transición hicieron que la hegemonía del PSOE sea definitiva...»
Pero no eterna... «Decir «definitiva» es la forma laica de decir «eterna»», ironiza.