11 de septiembre de 2008

El ADN contra los Trastámara

ABC - Miércoles 10, septiembre 2008 - Últ. actualización 15:35h

El ADN contra los Trastámara

EFE De izquierda a derecha.

POR MANUEL LUCENA GIRALDO
Miércoles, 10-09-08
Con una desilusión que denota también una fe excesiva en el poder de la tecnología a la hora de dilucidar los entuertos del pasado, los responsables del estudio de los restos conservados en el Real Monasterio de Poblet en Tarragona han concluido «de manera inesperada» que ni los huesos allí depositados corresponden a Carlos de Évreux y Trastámara, primer Príncipe de Viana, muerto en 1461, ni los del monasterio de Santa María de Nieva en Segovia analizados de manera simultánea son los su madre, la Reina Blanca I de Navarra, fallecida veinte años antes.
Los restos del Príncipe son vestigios humanos «de tres individuos diferentes», compuestos por un fragmento de columna vertebral y dos segmentos corporales momificados. Según ha explicado la profesora Assumpció Malgosa, de la Universidad Autónoma de Barcelona, el análisis «ha demostrado que los restos fueron manipulados para reconstruir un cuerpo a partir de fragmentos de otros, puesto que se observan marcas de cortes de sierra en la columna del segmento inferior», que podría ser femenino. La parte superior de la momia, que conserva la cabeza con la cara destrozada, el tronco y un brazo, perteneció a un hombre de entre 35 y 40 años.
A la vista de estos datos, resulta relevante salir del laboratorio y retornar a la biblioteca y el archivo, si lo que se busca es una explicación verosímil -lo fácil es pensar que hay extraterrestres por medio-. La aspereza incendiaria del siglo XIX español, con una tendencia irracional a descolocar panteones y cementerios, cuanto más nobles y clericales mejor, sale entonces a relucir. Según Miguel C. Botella, profesor de la Universidad de Granada, en 1837, dos años después de que el monasterio de Poblet fuera abandonado por efecto de la desamortización de Mendizábal, una revuelta arrasó sus preciosas instalaciones. El templo fue profanado y los reales huesos esparcidos por los suelos.
Años después, un sacerdote de La Espluga de Francolí se apiadó de aquellos restos óseos, los recogió en sacos -obviamente mezclados y sin identificación posible- y los trasladó a la catedral de Tarragona. Allí permanecieron hasta que hacia 1930 el diplomático, egiptólogo y sinólogo tarraconense Eduardo Toda, investigador de momias por sus trabajos dedicados al antiguo Egipto, «seleccionó los restos que estaban momificados y reconstruyó el cuerpo». Al menos eso mantiene el profesor Botella. Allí había huesos mezclados de 110 individuos de linajes reales y de nobles de Aragón.
La «política de la historia»
El enigma sobre el Príncipe de Viana en su residencia eterna parece entrar en vías de solución cuando los análisis de ADN ofrecen la posibilidad de realizar una correcta identificación, pero la evidencia que acaban de ofrecer es transparente -nunca mejor dicho-. No hay Príncipe en Poblet (al menos no el de Viana), ni Reina Blanca en Segovia. Estos resultados, excepto para mitómanos incurables, no deberían causar desilusión. El pasado es un país extraño y la historia una ciencia humana y por eso mismo limitada. Su capacidad para distinguir lo verdadero de lo falso, en especial en estos tiempos en que algunos pretenden que la historia se corresponde con la memoria -cuando esta se acuerda sólo de lo que quiere, o de lo que conviene, pero nunca de narrar los hechos en su totalidad y su complejidad, como sí hace la primera- se pone en duda por los cultivadores de la «política de la historia» y otras supercherías populistas.
Pero también existe una historia que narra cómo los historiadores se han opuesto a la invención del pasado en nombre de la búsqueda de la verdad. Gracias a sus trabajos, sabemos que la falda de los escoceses es una invención moderna; que los africanos no eran por naturaleza «tribales y atrasados»; que los museos a veces guardan falsificaciones como las espadas de Luigi Parmiggiani; que el barrio medieval de Carcasona es bastante posterior; que no hubo donación de Constantino (un decreto imperial -falso- atribuido a Constantino el Grande, donde se reconocía al papa Silvestre soberano de Roma); o plomos del Sacromonte (veinte planchas de plomo grabadas en árabe antiguo donde se «certificaba» la presencia árabe en España antes de la invasión de 711); o Protocolos de los Sabios de Sión (un programa imaginario para la conquista del mundo para los judíos).
Quizás desentrañar estas mentiras no tiene el glamour de lo falso, pero ya se sabe que la peor verdad es mucho mejor que la mejor de las mentiras.