14 de noviembre de 2017
El tsunami sentimental de los “cataleños”
El tsunami sentimental de los “cataleños”
¿Cómo viven los
catalanes afincados en Madrid el 'procés' y sus derivadas?
Puede que sea necesario alumbrar un neologismo para definir la situación
administrativa y hasta sentimental de Jordi Comellas, Montserrat Abellá, Xavier
Saludes y Jordi Penas. Quizá "cataleños". O quizá
"madrilanes", pues unos y otros son desde hace años catalanes
residentes en Madrid, aunque se les percibe como madrileños en Cataluña, más
todavía cuando la polarización de la crisis "convierte la
equidistancia en una forma de disidencia".
La frase la ha acuñado Jordi Penas. Tiene 42 años, trabaja en el Museo
del Prado -coordinador de exposiciones- y su mujer es madrileña. No se ha
resentido la relación del efecto tóxico del 'procés'. Ni ha encontrado apenas
situaciones de hostilidad en la capital. Es independentista. Y observa con
deportividad los brotes de banderas españolas en los balcones de la villa.
"Madrid es mi casa, es mi hogar. Es una ciudad que siempre me ha
acogido. Los episodios de rechazo son residuales. Esta es una capital abierta.
Puedo conversar con tranquilidad. Y puede que con más perspectiva de la que
tendría probablemente en Barcelona".
Comparte el argumento Xavier Saludes. Tiene 47 años. Llegó a Madrid en
1990 porque a su padre lo destinaron en La Caixa. Y estudió políticas, pero se
dedica a los negocios de hostelería con un local postinero en la Cava Alta. Se
llama Matritum -Madrid, en latín- y aloja su bodega un encuentro de
"compatriotas" que ha organizado este periódico para inmiscuirse en
su cotidianidad de extranjeros, aunque extranjeros no lo son. Ni Jordi
Comellas, músico de 51 años con especial énfasis en el repertorio barroco, ni
Montserrat Abellá (41 años), maestra repostera cuyos dos hijos -7 y 10 años-,
nacieron en Madrid, hablan catalán y andan preocupados por la
crisis política. ¿Demasiadas preguntas? "Es complicado.
Intentas explicarlo con naturalidad. Igual que cuando te preguntan por el sexo.
¿De dónde vienen los niños? Los explicas sin detalles y muy sinceramente. Y lo
de Cataluña es lo mismo. Les hablas de una parte de la población que se quiere
independizar. Y te preguntan ¿Y mis abuelos? ¿No van a poder venir? ¿Van a
necesitar pasaporte? Son pequeños. No lo entienden. Y no les dejo ver las
noticias porque se angustian".
"Fui yo quien un día le pregunté a mi hija pequeña qué estaba
pasando", evoca Jordi Comellas, padre de dos niñas y casado con una mujer
catalana. "Y me respondió: un tsunami. Tenía razón.Lo que nos pasa a los que
estamos aquí es la sensación no de un tsunami físico, pero si de un tsunami
sentimental, que está pasando algo muy grande. Y que no puedes hacer nada para
evitarlo, más allá de la tristeza, que es el sentimiento que tenemos todos, la
angustia, ver cómo cambia el estado de ánimo. Hemos descubierto que es posible
que todo se vaya al traste".
Hay aproximadamente 26.000 catalanes empadronados en Madrid, pero la
cifra de residentes "reales" bien podría multiplicarse por tres o por
cuatro. Jordi Penas, por ejemplo, llegó hace 12 años. Y dice impresionarle la
velocidad y la intensidad con que se ha precipitado la causa soberanista.
"Era impensable que hace una década que pudiera votar en un referéndum de
independencia. Lo hice el 1 de octubre. Soy consciente de que no reunía las
garantías, pero era un gesto político al que quise adherirme. Los sentimientos
se han exacerbado. Y pueden ocurrir dos cosas: o que se acelere el
independentismo, o que la desilusión terminé frenándolo".
La desilusión provendría del ritmo hiperbólico y hasta disparatado que
los líderes del 'procés' han impuesto al "viaje", pero los comensales
del Matritum con quienes hemos compartido sobremesa y butifarra tanto coinciden
en la necesidad de pactarse un referéndum como en la relevancia de la clave
generacional. "Todos lo estamos viendo", explica Xavier Saludes.
"Los jóvenes, los adolescentes, se incorporan a un cambio de mentalidad
que va a darle vuelo al fenómeno independentista. Y eso me parece
incuestionable. Por eso conviene que el Estado tenga un plan. Y no sé cuál
puede ser, pero hay que dar una respuesta, no sé si a través de una fórmula
federal. Soy muy catalanista y nada independentista, pero empiezo a sentirme un
poco solo. Da la impresión de que el independentismo ha salido de golpe del
armario".
Dice Jordi Comellas que Madrid es una ciudad maravillosa, ideal para
perderse y vaciarse de identidad. Montserrat no tiene pensado mudarse. Y
experimenta con naturalidad las situaciones pintorescas que vive con sus hijos.
El pequeño, de 7 años, es del Real Madrid, por ejemplo. Habla catalán. Y le
hace gracia hablar español. Que es el idioma de su padre, castellano de
Segovia. Nunca han tenido problema en el colegio. Ni los ha tenido la hija
mayor de Xavier. Ariadna, se llama, aunque su apodo es "la catalana"
pese a haber nacido en Madrid hace 17 años.
"Yo he elegido el camino de la prudencia en las relaciones con
amigos y familiares", explica el señor Saludes. "Te das cuenta de que
los ánimos están muy calientes. Los grupos de whatssapp trasladan una situación
muy inquietante. Y creo que conviene relativizar las tensiones, porque este
procés, más que deteriorar la vida política, está deteriorando las
relaciones entre las personas".
"Es verdad", ratifica Comellas. "La cultura de la
postverdad está imponiéndose. Grupos de whatssap que se retroalimentan con
noticias falsas. Informaciones que saltan de un chat a otro. No sólo
desde el mundo independentista. En Madrid, yo tengo amigos que son menos
comprensivos. Y se reenvían el mismo tipo de chiste, el mismo meme, la
misma boutade. Realidades paralelas que no dejan pensar y que
intoxican las relaciones".
No tiene sentido hablar de una comunidad homogénea de catalanes en
Madrid. Hay espacios comunes -el Cercle-, instituciones -Blanquerna-, espacios
culturales, pero Jordi, Montserrat, Jordi y Xavier no hacen vida de grupo. Son
del Barça. Se informan de la actualidad por medios madrileños y catalanes. Y
aprecian su posición de ciudadanos híbridos. Se estremecieron con las escenas
de represión policial del 1 de octubre, pero también les desconciertan
"los brochazos del independentismo", las aberraciones democráticas. Y
no se atreven a pronosticar si Cataluña formará parte del Estado español en
2038. Pero va a ser difícil moverlos de Madrid.
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