4 de septiembre de 2008
Las fosas de garzón
ABC - Martes 2, septiembre 2008 - Últ. actualización 15:56h
Las fosas de garzón
JORGE TRÍAS SAGNIER
Martes, 02-09-08
Cuando Garzón inicia una investigación de esta envergadura, que entierra el pacto de la Transición, por algo será. Me cuesta creer en las buenas intenciones de este juez ávido de fama y que llevaba mucho tiempo en dique seco. Comenzábamos a olvidarnos de él y se ha lanzado a investigar las entrañas del odio civil. A ver si a base de azuzar los rescoldos del odio nos olvidamos de que tenemos vacía la cartera.
Puestas así las cosas creo que las instituciones deberían ofrecer todo tipo de facilidades. Miles y miles de curas y gentes «de orden» fueron asesinadas por los llamados «rojos», esa combinación de socialistas, anarquistas y comunistas, a veces descontrolados y otras no tanto; pero también es cierto que durante la dictadura se identificaron, más o menos, a las personas que estaban enterradas en las fosas comunes donde los fueron echando. Al menos se puso una placa con sus nombres. Pero, ¿y si mis antepasados estuviesen enterrados en una de esas fosas comunes en las que los franquistas arrojaron a los enemigos que iban matando a medida que avanzaban? ¿No es acaso justo que sus descendientes quieran saber dónde están?
Creo que a este juez hiperactivo le animan otras razones y, por eso, le aconsejo que se acerque al archivo de la Capitanía General de Burgos, por ejemplo, y encontrará, sin necesidad de exhumaciones, miles y miles de expedientes, primorosamente guardados y llenos de polvo, con los nombres, apellidos, las causas de los juicios sumarísimos, la pena que le correspondió a cada uno y la fecha de la ejecución, cuando la hubo, con el «enterado» del Jefe del Estado. Ahí está, querido juez, la verdadera sangre de la historia, aunque eso, claro, es menos vistoso, no tan macabro, y requiere mucho estudio. Me brindo, desinteresadamente, a echarle una mano.
Las fosas de garzón
JORGE TRÍAS SAGNIER
Martes, 02-09-08
Cuando Garzón inicia una investigación de esta envergadura, que entierra el pacto de la Transición, por algo será. Me cuesta creer en las buenas intenciones de este juez ávido de fama y que llevaba mucho tiempo en dique seco. Comenzábamos a olvidarnos de él y se ha lanzado a investigar las entrañas del odio civil. A ver si a base de azuzar los rescoldos del odio nos olvidamos de que tenemos vacía la cartera.
Puestas así las cosas creo que las instituciones deberían ofrecer todo tipo de facilidades. Miles y miles de curas y gentes «de orden» fueron asesinadas por los llamados «rojos», esa combinación de socialistas, anarquistas y comunistas, a veces descontrolados y otras no tanto; pero también es cierto que durante la dictadura se identificaron, más o menos, a las personas que estaban enterradas en las fosas comunes donde los fueron echando. Al menos se puso una placa con sus nombres. Pero, ¿y si mis antepasados estuviesen enterrados en una de esas fosas comunes en las que los franquistas arrojaron a los enemigos que iban matando a medida que avanzaban? ¿No es acaso justo que sus descendientes quieran saber dónde están?
Creo que a este juez hiperactivo le animan otras razones y, por eso, le aconsejo que se acerque al archivo de la Capitanía General de Burgos, por ejemplo, y encontrará, sin necesidad de exhumaciones, miles y miles de expedientes, primorosamente guardados y llenos de polvo, con los nombres, apellidos, las causas de los juicios sumarísimos, la pena que le correspondió a cada uno y la fecha de la ejecución, cuando la hubo, con el «enterado» del Jefe del Estado. Ahí está, querido juez, la verdadera sangre de la historia, aunque eso, claro, es menos vistoso, no tan macabro, y requiere mucho estudio. Me brindo, desinteresadamente, a echarle una mano.