23 de noviembre de 2009

El legado de Uriarte

ELPAIS

El legado de Uriarte

EMILIO ALFARO 22/11/2009

Las modulaciones que Juan María Uriarte (Fruiz, Vizcaya, 1933) ha introducido en sus nueve años de mandato sobre el legado de su antecesor, José María Setién, no han sido suficientes para que el Vaticano atendiera sus deseos de buscar un sucesor aceptable por las estructuras eclesiales de la diócesis. Tras su etapa en Zamora, Uriarte asumió con naturalidad el papel de líder de la Iglesia vasca que dejó vacante Setién y, en el ámbito diocesano, ha sido continuista con la orientación y los equipos heredados. Sin embargo, Uriarte se ha desprendido de la imagen polémica y politizada de Setién, y, sin abandonar la cercanía con el nacionalismo, se ha pronunciado de forma nítida contra la violencia, evitando equidistancias, y mostrado su cercanía con las víctimas del terrorismo.

Gracias a esta rectificación, a su talante personal más cálido y cercano, y a un discurso más centrado en las cuestiones religiosas, Uriarte ha conseguido rebajar las tensiones precedentes y ser aceptado por sectores no nacionalistas que sentían aversión por Setién. La pastoral conjunta de mayo de 2002, en la que los obispos vascos expresaron una alarma no confirmada sobre las eventuales consecuencias de la ilegalización de Batasuna mediante la Ley de Partidos, fue el episodio político más conflictivo de su etapa en San Sebastián. Por lo demás, ha sabido navegar sin mayores contratiempos las convulsiones creadas por los planes soberanistas del ex lehendakari Ibarretxe y los avatares del frustrado proceso de paz de 2005-2007.

Sin embargo, no ha podido frenar la acusada secularización sufrida por la sociedad vasca desde los años sesenta. El hundimiento de la religiosidad tradicional, acelerado en los últimos años, ha operado en contra de la identificación sociológica y cultural entre el clero vasco y el nacionalismo que representa de alguna manera Uriarte. Esta circunstancia, según algunos observadores, ha sido uno de los factores que han movido al Vaticano a inclinarse hacia las posiciones menos contemplativas del cardenal Rouco, aun a riesgo de abrir una fisura en la comunidad eclesial de Guipúzcoa y alejar más de la Iglesia a los nacionalistas.