7 de noviembre de 2009

El crucifijo y la cruzada

ABC.

Opinión

Firmas

El crucifijo y la cruzada

TOMÁS CUESTA
Sábado , 07-11-09
AL poco de concluir la guerra, el capellán de la cárcel de León le preguntó a uno de los cautivos cuánto tiempo llevaba entalegado. «Desde que nos liberaron, Padre», repuso el presidiario esbozando una sonrisa amarga. Puede que el episodio sea apócrifo, ya que, en aquellos años, los curas aún estaban en misa y disparando, mientras que los seglares, de uno y otro lado, tenían que ingeniárselas para esquivar el hambre. Auténtica o no, la historia es verdadera porque formula una verdad inapelable: líbrenos Dios de los que se empecinan en librarnos de las angustias que nos lastran. De la pena al penal, hay sólo una consonante. «¿Cuándo llegaste aquí?». «Cuando nos liberaron, Padre. Entré en esta celda cuando nos liberaron».
Esta semana, los funcionarios de Estrasburgo (ese burgo podrido en el que muchos cacarean, la mayoría muge y, sin embargo, todos maman) han concluido que en Europa hay que expulsar al Redentor del templo del Estado. El crucifijo es un símbolo montaraz y sectario que no se compadece con el dogma del pluralismo ignaro, viola el catecismo de la doctrina laica, suplanta el culto idólatra a los Derechos Humanos. Se acabó, cruz y raya, hasta aquí hemos llegado. «¡Voltaire, y cierra Europa!». Algo se maliciaba el señor Sebastián al repartir bombillas entre los ciudadanos. El siglo de las luces ha llegado por fin a nuestros desolados páramos y sería mezquino regatearle el mérito al único ministro que alcanzó a barruntarlo.
Vamos que Sebastián, del que hacíamos chanzas, es, en realidad, una lumbrera, incluso una luminaria, y el desagravio, aunque tardío, es obligado. También es cierto que el siglo de las luces viene con dos siglos de retraso, que no es grano de anís, ni moquillo de pavo. No obstante, es indudable que el ansia de redención que nos embarga compensará el desfase. Cúmplase la sentencia cuanto antes: los crucifijos al trastero y los que se encocoren al Calvario. Salgamos del abismo oscurantista ahora que la razón se apresta a liberarnos, aventemos la culpa, curémonos de espantos. Las penas, el penal, el trullo, los trallazos. Lagarto, lagarto. El crucifijo derrumba las tinieblas. La tolerancia de los intolerantes enluta lo diáfano.
Rodríguez Zapatero no ha dicho ni Pamplona acerca de la crucifixión del cristianismo en un continente chirle y desfibrado, huero de contenidos y ayuno de sustancia. Es obvio que el cartucho dormita en la recámara y apretará el gatillo en el momento que le pete o que le cuadre. ¿Y Mariano Rajoy? Tampoco suelta prenda y no se ha persignado por no significarse. La izquierda se resguarda en la santurronería atea e intenta camuflar un anticlericalismo atávico. La derecha se envaina los principios, los valores los presta con intereses usurarios y el voto de silencio obliga a los cocineros y a los frailes. Chitón, sueña mudito, que el voto se remanse.
Berlusconi, por contra, ha conseguido que los italianos se transformen en cruzados. Indulgencia plenaria. El sexto mandamiento no figura en el mapa y el resto son minucias que no minan el mando. «Ego te absolvo...». Pelillos a la mar. Pecadillos de monja. Picardías veniales.