5 de noviembre de 2013
¿Vuelve la Anti-España?
COLUMNA
el pais - MIGUEL ÁNGEL AGUILAR 5 NOV 2013 - 00:00 CET3
En las elecciones de febrero de 1936, de los 473 escaños del Congreso de los Diputados el Partido Comunista de España logró 17 y Falange Española ninguno. Solo seis meses después, en julio, se produjo la sublevación de algunas unidades militares que degeneró en guerra civil. Entonces, fueron esas dos formaciones las que, a pesar de su insignificancia parlamentaria, terminaron polarizando el enfrentamiento entre las dos Españas y las dos Catalunyas que se combatían. Desde el principio, la guerra necesitó de esas palabras que carga el diablo y galvanizan a los combatientes. De ahí que quienes luchaban bajo las bendiciones eclesiales optaran por descartar que tuvieran enfrente a otros españoles de diferentes ideas o afinidades. Imaginaban que su lucha era la de la bestia y el ángel, conforme la describía en su poema el primer José María Pemán, a la altura de 1938.
En un lado, el de la Cruzada, combatía España. En el otro, sus enemigos, la Anti- España, la conspiración judeo-masónica-bolchevique, que debía ser erradicada de la faz de la tierra y aniquilada. El 1 de abril de 1939, el último parte del cuartel del generalísimo concluía diciendo “la guerra ha terminado”: Empezaba la victoria. La concordia hubo de esperar a que la convocara don Juan Carlos al ser proclamado Rey, porque solo quiso serlo de todos los españoles. La paz reconciliadora solo llegó con la Constitución de 1978. Han pasado 35 años y ahora son visibles los intentos de volver al lenguaje de la España auténtica y de la Anti-España. La puja decidida de prietas las filas pretende un dicasterio vigilante que mantenga su particular sentido de la ortodoxia. Las unidades de la Brunete mediática compiten entre sí para ganar el campeonato de la desmesura, sin dejar espacio a la reflexión inteligente. En vez de desactivar la desafección observable en Cataluña respecto de España; en vez de tomar posiciones “a favor de Cataluña en España”; en vez de evitar que prenda también otra desafección generalizada en el resto de España hacia Cataluña, pugnan por exacerbar los peores sentimientos y abonar el campo de los secesionistas.
Siguiendo una actitud mimética, en Cataluña también se ha intentado trazar otra divisoria cainita entre los buenos catalanes, independentistas por supuesto, y los réprobos, resistentes a sumarse a la piña deseada. Por eso, como señalaba un buen amigo periodista en su telegrama a Artur Mas, el Molt Honorable President de la Generalitat, causa espanto que se creara de urgencia el pasado julio un registro oficial de adhesiones a las políticas impulsadas por el Gobierno de Cataluña. Su propósito declarado era recabar información y datos personales de los comulgantes adheridos, que se mantendrían en secreto hasta que conviniera hacerlos públicos. Es el Todo por la Patria, cualquiera que sea su perímetro. Parece seguir el precedente del certificado de adhesión al Movimiento Nacional, imprescindible en el régimen de Franco. Un sistema acreditado para distinguir entonces a los buenos y malos españoles y que iba a ensayarse ahora para hacer lo mismo con los catalanes. Ayer se anunciaba la renuncia a ese intento y debemos celebrar todos que se haya desistido del disparate.
Vienen enseguida los intérpretes totalizadores, que disponen de pizarra en las cabeceras relevantes. Suben al estrado y presentan en términos monolíticos las actitudes prevalecientes en Madrid o en Barcelona. Hablan, por ejemplo, de la prensa de Madrid caracterizándola a partir de sus expresiones más arriscadas. Las perciben como una amenaza, pero deberían saber que esa amenaza antes expandirse y vadear el Ebro hace sentir sus efectos más inmediatos sobre quienes están avecindados en Madrid. Porque quienes viven y trabajan en la Villa se sienten avergonzados cuando se elige a los alistados en las filas del exabrupto como si fueran sus abanderados indiscutibles e indiscutidos. Madrid es ancho y ajeno a esa barbarie dialéctica. Tiene múltiples circuitos para la atribución del prestigio social, en modo alguno cristaliza en la abyección sino que reconoce la inteligencia sintiente, conforme a los esclarecimientos de Xavier Zubiri. Conviene distinguir bien en vez de extraviarse siguiendo algunos señuelos, que la convertirían en el destino natural de los improperios proferidos en defensa propia.
Porque los valedores de la españolez están siempre estrechando el perímetro de su particular España y ampliando el de sus sospechas para incluir allí a cuantos actúan con conciencia y criterio propio sin atender a la servidumbre que les querrían imponer. Así son etiquetados con la estrella de la Anti-España, por ejemplo, el vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia, el juez del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo Luís López Guerra o el padre de la Constitución Miquel Roca. Quien les estigmatice lo hace también a todos nosotros. Vale.
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