3 de julio de 2009
El Papa nombra al Nuncio en Madrid, Manuel Monteiro de Castro, secretario de la Congregación de Obispos
ELPAIS.COM
El Gobierno pierde al 'pacificador'
El Papa nombra al Nuncio en Madrid, Manuel Monteiro de Castro, secretario de la Congregación de Obispos
JUAN G. BEDOYA - Ciudad del Vaticano - 03/07/2009
Hacía meses que los rumores colocaban al arzobispo Manuel Monteiro de Castro (Santa Eufemia, Portugal, 29 de marzo de 1938) fuera de España, en alguna nunciatura de igual rango que la de Madrid. Lo que no se esperaba era su ascenso, nada menos que a la Secretaría de la poderosa Pontificia Congregación para los Obispos, para sustituir al arzobispo italiano Francesco Monterisi. Éste ha sido nombrado hoy por el Papa arcipreste de la Basílica de san Pablo Extramuros, en sustitución del cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo. Se trata de encargos que, muy probablemente, conducen al birrete cardenalicio, la aspiración de todo eclesiástico con vocación romana.
Monteiro deja Madrid con un triunfo agridulce: la forzada pacificación de relaciones entre el Gobierno socialista y la Conferencia Episcopal Española. No era esa la intención del cardenal Antonio María Rouco cuando fue aupado a la presidencia de la Conferencia Episcopal hace algo más de un año para un tercer mandato. Monteiro, por encargo del Papa que ahora le llama a su lado, lo logró invitando a la Nunciatura a cenar "un caldito" (así se dijo entonces) al presidente Rodríguez Zapatero. Ocurrió hace poco más de un año y el gesto dejó descolocados a los obispos más radicalizados. Rouco debió sentirse puenteado por el diplomático portugués, pero aceptó bajar el diapasón y la frecuencia de sus críticas a los socialistas, que ahora resurgen con gran virulencia a cuento de la anunciada reforma de la ley de que despenalizó el aborto voluntario en 1984.
Hacía años que la nunciatura del Vaticano en España no era un trampolín para mayores funciones, rompiendo una tradición de siglos. Era norma que el nuncio en Madrid fuese ascendido muy pronto a cardenal. De momento, el arzobispo Monteiro de Castro va a Roma para un cargo de influencia: la secretaría de la congregación encargada de promocionar o estancar las carreras de los más altos eclesiásticos Curiosamente, allí coincide de nuevo con el cardenal Rouco, uno de los prelados de la Congregación para los Obispos.
El ya ex Nuncio Apostólico en España trabaja para el cuerpo diplomático del Estado de la Santa Sede desde 1967. Hoy ha participado en los cursos de verano que organiza la Fundación Universidad Rey Juan Carlos. Allí se ha declarado "muy honrado por la invitación del Papa a ocupar este cargo". Llevaba nueve años en Madrid y deja el puesto con el convencimiento de que ha hecho "lo mejor por España". Su "responsabilidad", ha añadido, era "mantener buenas relaciones entre la Santa Sede y el gobierno español, sea el que sea". Antes había ejercido como pro-nuncio en las Antillas anglófonas (Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Jamaica, Santa Lucía y Trinidad y Tobago). Fue allí donde ascendió al arzobispado, en una ceremonia de consagración oficiada por el cardenal Agostino Casaroli.
El Gobierno pierde al 'pacificador'
El Papa nombra al Nuncio en Madrid, Manuel Monteiro de Castro, secretario de la Congregación de Obispos
JUAN G. BEDOYA - Ciudad del Vaticano - 03/07/2009
Hacía meses que los rumores colocaban al arzobispo Manuel Monteiro de Castro (Santa Eufemia, Portugal, 29 de marzo de 1938) fuera de España, en alguna nunciatura de igual rango que la de Madrid. Lo que no se esperaba era su ascenso, nada menos que a la Secretaría de la poderosa Pontificia Congregación para los Obispos, para sustituir al arzobispo italiano Francesco Monterisi. Éste ha sido nombrado hoy por el Papa arcipreste de la Basílica de san Pablo Extramuros, en sustitución del cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo. Se trata de encargos que, muy probablemente, conducen al birrete cardenalicio, la aspiración de todo eclesiástico con vocación romana.
Monteiro deja Madrid con un triunfo agridulce: la forzada pacificación de relaciones entre el Gobierno socialista y la Conferencia Episcopal Española. No era esa la intención del cardenal Antonio María Rouco cuando fue aupado a la presidencia de la Conferencia Episcopal hace algo más de un año para un tercer mandato. Monteiro, por encargo del Papa que ahora le llama a su lado, lo logró invitando a la Nunciatura a cenar "un caldito" (así se dijo entonces) al presidente Rodríguez Zapatero. Ocurrió hace poco más de un año y el gesto dejó descolocados a los obispos más radicalizados. Rouco debió sentirse puenteado por el diplomático portugués, pero aceptó bajar el diapasón y la frecuencia de sus críticas a los socialistas, que ahora resurgen con gran virulencia a cuento de la anunciada reforma de la ley de que despenalizó el aborto voluntario en 1984.
Hacía años que la nunciatura del Vaticano en España no era un trampolín para mayores funciones, rompiendo una tradición de siglos. Era norma que el nuncio en Madrid fuese ascendido muy pronto a cardenal. De momento, el arzobispo Monteiro de Castro va a Roma para un cargo de influencia: la secretaría de la congregación encargada de promocionar o estancar las carreras de los más altos eclesiásticos Curiosamente, allí coincide de nuevo con el cardenal Rouco, uno de los prelados de la Congregación para los Obispos.
El ya ex Nuncio Apostólico en España trabaja para el cuerpo diplomático del Estado de la Santa Sede desde 1967. Hoy ha participado en los cursos de verano que organiza la Fundación Universidad Rey Juan Carlos. Allí se ha declarado "muy honrado por la invitación del Papa a ocupar este cargo". Llevaba nueve años en Madrid y deja el puesto con el convencimiento de que ha hecho "lo mejor por España". Su "responsabilidad", ha añadido, era "mantener buenas relaciones entre la Santa Sede y el gobierno español, sea el que sea". Antes había ejercido como pro-nuncio en las Antillas anglófonas (Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Jamaica, Santa Lucía y Trinidad y Tobago). Fue allí donde ascendió al arzobispado, en una ceremonia de consagración oficiada por el cardenal Agostino Casaroli.