15 de junio de 2012
EL PAIS - JUAN G. BEDOYA 14 JUN 2012 - 22:09 CET304
Tiempos recios para la Iglesia católica. Hace tiempo que los obispos acuden a esta definición de santa Teresa de Ávila para expresar sus estados de ánimo. La cristiandad está en retirada en Europa —especialmente en España—, y los jerarcas no encuentran la manera de frenar el declive. “Una viña devastada por jabalíes”, ha definido la situación Benedicto XVI. Acosados por escándalos de todo tipo; acorralados por divisiones internas también en el Vaticano, su sede central; obligados a dar explicaciones sobre sueldos y privilegios, y conscientes del deterioro de su confesión en varios frentes, los obispos lanzaron el miércoles sus propuestas para frenar la caída. Objetivo: recuperar España para la Iglesia romana.
El plan, titulado La nueva evangelización desde la Palabra de Dios. Por tu Palabra, echaré las redes, es “pastoral” y para tres años. Aprobado en abril por la asamblea de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el encargado de anunciarlo fue su portavoz, el jesuita Juan Antonio Martínez Camino, también obispo auxiliar del cardenal Antonio María Rouco en Madrid. Este arzobispado anunció el proyecto llamándolo Misión Madrid, fiel a la idea de su líder de que España, antaño evangelizadora por el ancho mundo, es hoy tierra necesitada de recios evangelizadores.
“Hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada”, se dice evangélicamente en una de las 30 páginas del plan. Entre otras “acciones” (21 en total), los obispos ultiman una “instrucción” con el título La verdad del amor humano, a propuesta del polémico prelado de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig, el ideólogo de la comisión para la Familia y Defensa de la Vida. Su objetivo: “Orientar sobre la ideología de género”.
También prepara la CEE una magna beatificación de 300 “mártires del siglo XX” —ya hay canonizados o beatificados “unos mil de ellos”, recontó el portavoz—. No hay fecha ni lugar, pero será en España para mayor gloria de una confesión que, según presumen sus jerarcas, fue “agraciada” con incontables víctimas en la Guerra Civil de 1936. “Son un estímulo muy valioso”, presumen.
La inmensa mayoría de los obispos maquinaron contra la II República nada más proclamarse en 1931 y apoyaron el golpe militar, elevándolo a la categoría de Cruzada y asumiendo —a cambio de recibir privilegios sin cuento— el exterminio, la prisión, la persecución o el exilio de decenas de miles de españoles de todas las ideologías que perdieron aquella contienda incivil. Ahora vuelven sobre el tema. Sostienen que hubo entonces un plan para “exterminar” a su Iglesia y han execrado de la llamada Ley de la Memoria Histórica con el argumento de que la recuperación de cadáveres de miles de personas desaparecidas aún en fosas comunes “reabre peligrosamente heridas del pasado”.
El lanzamiento de esta misión pastoral no ha podido llegar en peor momento, enfrascado el episcopado en una riada de cartas pastorales para justificar por qué su poderosa confesión no paga impuestos por gran parte de sus posesiones —es el segundo propietario inmobiliario del país, después del Estado—, ni renuncia a los privilegios otorgados por la dictadura del general Franco a cambio del apoyo incondicional del Estado vaticano.
Cuando hablan del estado de salud de su Iglesia, los jerarcas transmiten la imagen de una institución atribulada y acorralada. El tema económico es su principal obsesión, conscientes del desprestigio que les ocasiona una imagen de poder y dinero en medio de la crisis. Así que el ambiente ante el plan pastoral no anuncia un paseo entre flores, empeñados como están en demostrar que los privilegios fiscales son los mismos que los de un equipo de fútbol o un sindicato, por ejemplo, o que la Iglesia católica los disfruta por sus “obras buenas en favor de la comunidad” (como si quienes pagan impuestos lo hiciesen castigados por obras malas).
Como consecuencia de ese ambiente, los obispos ven enemigos en el exterior (relativismo, secularización, laicismo, anticlericalismo), pero también se sienten minados en su interior por sectores influyentes, en especial los mejores teólogos del siglo.
Así piensa el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla: “Llevamos una buena temporada empalmando chaparrones contra la Iglesia. ¿Qué actitud deberíamos tener? ¿Repetir el dicho erróneamente atribuido al Quijote de Cervantes: ladran, luego cabalgamos? ¿Hacer nuestro el pensamiento de Kierkegaard: ‘Toma consejo de tu enemigo’? La disposición de aprender de nuestros errores y de mantener una actitud humilde no hay que confundirla con el miedo a expresarnos sin complejos, ni con la pretensión de dar por bueno el asfixiante clima anticlerical en el que estamos inmersos. A los hechos me remito: estrangulamiento de la escuela católica, discriminación de la asignatura de religión, imposición de un proyecto ideológico anticristiano; linchamiento de los obispos que se atreven a discrepar de lo políticamente correcto; puesta bajo sospecha criminal de forma generalizada a los sacerdotes y religiosas; acusaciones de robar al pueblo por el simple hecho de inscribir los bienes eclesiales en el registro de propiedad; manipulación de datos fiscales y económicos hasta el punto de presentar a la Iglesia como heredera de unos privilegios franquistas, etcétera. Arrastramos el falso sambenito de que el Estado financia a la Iglesia católica. Uno de los últimos episodios de anticlericalismo es la polémica en torno a la exención de IBI”.
El propio cardenal Rouco, que es también presidente de la CEE, se ha visto forzado a desvelar su sueldo: “1.160 euros al mes, como el de todos los obispos españoles; un sacerdote, depende de las diócesis, se mueve entre los 800 y los 900 euros, no sé si en algunas con muchos años de servicio pueden llegar a los 1.000 euros”. El Ministerio de Hacienda ingresa cada mes esos salarios en una cuenta corriente de la CEE, este año por una cantidad global cercana a los 250 millones, destinada también a financiar el culto.
El Estado también financia al episcopado la enseñanza de la religión y la moral católicas pagando el sueldo de decenas de miles de profesores, que actúan en realidad como catequistas. La “nueva evangelización” afectará “profundamente” a ese aspecto, conscientes los prelados de la proverbial ignorancia religiosa de la juventud pese a las horas de clase confesional que recibe la inmensa mayoría durante años. “La experiencia es desastrosa. Los obispos han hecho de su capa un sayo y les da igual lo que aprendan los chicos, que nos llegan a la Universidad sin saber nada de religión antigua y nada de historia, pensando que Herodes es ese señor que aparece en los belenes por Navidad”, opina Ramón Teja, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Cantabria.
“Para unos, estamos ya en la agonía del cristianismo. Otros creen que se trata de lo que ha ido calificándose como involución, invierno eclesial, retorno a los bastiones y golpe de estado de los teocon”, dicen los teólogos José Ignacio González Faus, Josep Jiménez, Xavier Alegre y Josep María Rambla en un manifiesto titulado ¿Qué pasa en la Iglesia?
Otros colegas se expresan con igual severidad en el libro Clamor contra el gueto, editado por Trotta. “La de ahora es la historia de una crisis anunciada. No es la primera vez que en la historia de la Iglesia el clamor desoído de una reforma acaba llevando a males mayores”, lamentan. Entre quienes así opinan está Andrés Torres Queiruga, la última víctima de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el siniestro Santo Oficio de la Inquisición.
Otro teólogo perseguido, Juan Antonio Pagola, exvicario de la diócesis de San Sebastián, es aún más pesimista. “Percibo en la Iglesia un clima complejo de desconcierto, pena, decepción, orfandad, cansancio y miedo”, dijo a Libertad Digital. El sentir de estos pensadores lo expresó ya uno de los grandes peritos del Concilio Vaticano II, el dominico Yves Congar, primero castigado y finalmente cardenal. “A Roma solo le interesa la autoridad, no el evangelio”, sentenció.
Se llama cesaropapismo al peaje que hubo de pagar la Iglesia romana para recorrer los caminos de evangelización. Eran tiempos —siglos— en los que el poder se apropió de esa Iglesia con la excusa de ayudarla a evangelizar. Hoy, los obispos no podrán hacerlo desde el poder ni desde la coacción. La teoría era que había que “derribar las imágenes de los dioses, talar los bosques sagrados, incendiar los templos y santuarios, levantar —a menudo sobre el mismo emplazamiento— iglesias o capillas y proceder al bautismo de las multitudes”. El famoso obispo san Agustín llegó a escribir: “Es mayor mal que perezca un alma sin bautismo que el hecho de que sean degollados innumerables hombres, aun inocentes”.
Al teólogo Juan José Tamayo, de la Universidad Carlos III de Madrid, le parece escandaloso e inmoral la simple propuesta de “nueva evangelización”. Dice: “El Corán es el libro sagrado del islam. ¿Qué pensaríamos si los líderes musulmanes pusieran en marcha una campaña de coranización de España en la que identificasen la ley islámica con el derecho civil y fundamentaran la ética civil en la moral islámica? Es el despropósito y el anacronismo que se propone la Conferencia Episcopal, insatisfecha con la secularización e incómoda en la democracia”.
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