23 de junio de 2012
Carmen Cervera: “No soy gastosa. Los ricos también están en crisis”
EL PAIS - ÁNGELES GARCÍA 22 JUN 2012 - 01:00 CET61
El anuncio de que Carmen Thyssen (Barcelona, 1943) iba a subastar La esclusa, pintada por John Constable en 1824, una de las obras esenciales de su colección, “por falta de liquidez” dejó boquiabierto a más de uno. La imagen pública de la viuda del barón Thyssen no proyecta precisamente necesidades económicas. Casas de lujo (en La Moraleja, Marbella, la Costa Brava y Lugano), coches de alta gama (Rolls Royce, Mercedes), joyas deslumbrantes, y sobre todo una colección de arte que incluye ocho telas de Gauguin y una de la época fauvista de Picasso, hacen que resulte más que chocante su repentina necesidad de dinero contante y sonante. En esta entrevista exclusiva explica que es muy rica en obras, pero que desde la muerte del barón, en 2002, no tiene ninguna clase de ingreso.
Su colección personal lleva 13 años prestada gratuitamente al Gobierno español. Cervera espera que la opinión pública comprenda que la venta del cuadro es fundamental para mantener su patrimonio. Y entiende que no es momento de exigir al Ejecutivo soluciones para su futuro. Lejos de cuantificar su presupuesto ni el abundante número de personas a su servicio (supuestamente, alrededor de 80), insiste en que los millonarios también están en crisis y que todos tenemos que buscar ingresos donde se pueda.
Pregunta. ¿Por qué ha decidido poner a la venta un cuadro que algunos equiparan en importancia a las grandes obras clásicas? ¿De verdad no tiene dinero?
Respuesta. Después de 13 años con mi colección prestada a este museo sin percibir nada de nada, tenía que hacer algo. Me duele muchísimo, pero no había otra salida. Tener aquí la colección solo me supone gastos. Lo hago porque soy presidenta vitalicia y me llamo Thyssen. Pero quiero que se sepa que si de repente hay una reunión y yo estoy en China, por ejemplo, ese viaje me lo pago yo. Lo hago con mucha ilusión y mucho orgullo porque adoro el museo, pero las cosas son como son. Nunca he percibido nada para desplazamientos, chóferes o casas. Tampoco lo he permitido, que conste. Hoy [por el jueves] he venido expresamente desde San Feliú para una reunión del museo y me marcho esta misma noche.
P. Cuando usted enviudó del barón Thyssen era una mujer muy rica.
R. No. No lo era. Hay que olvidarse de esa idea. Para que la colección de mi marido se quedara en España tuve que renunciar a casi todo lo que era dinero. Me dejó una gran colección de arte. Poco más.
P. Mientras vivió el barón, ya desligado de los negocios, ustedes recibían cinco millones de dólares anuales. Al enviudar, ¿eso se acabó?
R. Claro. El tema de la herencia no se puede comentar por el acuerdo que suscribimos entonces todos los herederos, pero yo no he recibido después nada de nada. Heini luchó mucho para que yo tuviera mi colección. Incluso tuve que adquirir algunos cuadros que estaban en manos de los herederos porque mi marido quería que así fuera.
P. ¿Por ejemplo?
R. Mata mua, de Gauguin, que en tahitiano quiere decir “érase una vez”. Ese cuadro ha sido adquirido por nosotros tres veces. La primera, lo compró mi marido en Japón a medias con otro coleccionista. Luego, cuando el otro decidió vender su parte, Heini decidió que lo mejor era recomprarlo en subasta. Y finalmente, la obra pasaba por todas las manos de los herederos en un sistema de rotación que ellos habían acordado. Mi marido quiso que yo lo comprara, y eso hice por el precio que estipuló la familia.
P. Da la impresión de que usted tiene un ritmo de vida muy alto.
R. No. Tengo propiedades importantes. La casa de Lugano no la quise nunca. Cuando vinimos a vivir a Madrid, mi marido ya la puso en venta, y en venta sigue. Él decidió que la página de Lugano estaba pasada. Hasta el último día, esa casa no era para mí. De repente, me encontré con algo que no quería. Mientras que otras cosas que sí quería no fueron posibles.
P. Hablando de herederos, Francesca Thyssen [única hija del barón y de su tercera esposa, la modelo Fiona Campbell] está furiosa por la venta del constable.
R. Ya, pero, aparte de ponerse furiosa, no puede hacer nada para evitarlo. Ella subastó en Nueva York una parte de su colección con cuadros impresionistas heredados de su padre y yo no dije nada. Hubiera querido entonces poder incluirlos en la colección, pero no pudo ser así. La persona más triste por tener que subastar el constable soy yo. Nadie tiene que decirme nada. Hoy, cuando he visitado la sala en la que ha estado colgado el cuadro, he sentido muchísima tristeza. Como sabe, se lo ofrecí a la ministra Sinde para que lo comprara para España. No fue posible. También se lo he ofrecido a José Ignacio Wert, pero la situación es la que es. Todos estamos en crisis.
P. Durante la inauguración de la exposición de Hopper se la vio charlando más de media hora con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.
R. Pero yo no puedo meter en follones a España. No puedo dar la lata a una invitada de esa categoría. El tema, además, no es de su incumbencia. El feeling fue muy bueno.
P. La parte positiva es que parece que su colección se queda de manera indefinida, al menos mientras dure la crisis, que parece que va para largo.
R. No. De manera indefinida, no. Pero es verdad que España y todo el mundo están peor.
P. Tendrá usted que ajustar gastos. ¿Es cierto que tiene 80 personas a su servicio, entre personal doméstico, chóferes, abogados, secretarias…?
R. No tantos. Tengo unas casas que procuro mantener con mucha prudencia: la de La Moraleja, la de San Feliú… Esa la tengo de toda la vida. Mi padre me regaló el terreno y luego construí allí la vivienda con Lex [Barker, el actor que encarnó a Tarzán, su primer marido; se casaron en 1965 y enviudó de él en 1973]. Luego está la casa de Marbella, que es monísima, pero no es enorme, y Villa Favorita, en Lugano, que no se vende porque también los millonarios están en crisis.
P. ¿Es verdad que su marido era partidario de la subasta sobre cualquier otra forma de compra?
R. Compraba mucho en subastas, pero no desestimaba otras formas. Cuando llegábamos a Nueva York, los galeristas se le echaban encima con montones de propuestas. Incluso antes de viajar ya le hacían llegar información de la obra que tenían. Sabía lo que quería antes de entrar en una sala.
P. ¿Le pesaba más el gusto o la firma?
R. Tenía un ojo impresionante, pero por supuesto que le importaba la firma. Todos los coleccionistas miramos el cuadro y miramos la firma. Eso me lo inculcó él, y me hizo descubrir mi ojo coleccionista, gracias a Dios. Si no tienes ese ojo, todo es inútil. Hay un sentimiento especial que te nace en cuanto estás delante de una obra maestra y un algo que te dice que ese cuadro es para ti. Cuando me han preguntado sobre qué es ser coleccionista, digo que lo primero de todo es que sientas la necesidad de salvar esa obra que tienes delante, evitar que se pierda, rescatarla para ser exhibida en un museo. Lo segundo tiene que ver con su valor. Los cuadros que están en mi colección se han revalorizado muchísimo. Si miras los resultados de las últimas subastas, donde más ha aumentado la cotización es en lo que yo más tengo: impresionismo y posimpresionismo. Eso te da tus alegrías. Cuando ves que tú has comprado algo por una cantidad y luego ves cómo aumenta su precio, sientes que has acertado y que sabes lo que estás haciendo. Que tu buen ojo funciona. Mi marido estaba convencido de que la mejor inversión era el arte.
P. ¿Alguna vez ha metido la pata?
R. Un par de veces me ha ocurrido que los expertos han cuestionado la autoría. Y lo que he hecho ha sido retirar las obras.
P. Algún experto que conocía bien al barón Thyssen dice que pocas veces rompía la barrera del millón de dólares cuando iba a una subasta.
R. No solía marcarse topes. Sin ir más lejos, el constable lo compramos por 10,5 millones de libras esterlinas. Salía siempre a algo concreto, nunca a lo loco, y muchísimos cuadros han costado cinco, seis o siete millones de dólares. A veces, si se trataba de una galería, aprovechaban y le sacaban alguna sorpresa. Si era un buen cuadro o algo llamaba su atención, lo compraba. Es un mundo fuera de serie que a él le divertía muchísimo. Y a mí también. Por ese disfrute y ese amor que él sentía, la colección de Heini terminó como un cuento de hadas. Los herederos no lo veían, pero yo les dije: “La colección de vuestro padre en venta revienta el mercado mundial”. En tres o cuatro años hubiera sido un desastre. Habría terminado en esas ciudades de arte en las que hay un solo cuadro y actividades didácticas. Un disparate.
P. ¿La subasta del constable puede ser el comienzo de una sangría de la colección?
R. ¡No! Se acabó. Me sabe muy mal.
P. Pero si es verdad que no tiene ingresos y quiere mantener su ritmo de vida…
R. Esta venta me supone una pequeña inyección en mis cuentas. Tengo propuestas de otros lugares para determinadas obras. Pero si me empeñé en traer aquí la colección de mi marido, mi deseo es que la mía también se quede en España. Aquí, en el Thyssen. Esperemos que las cosas se puedan arreglar para todos.
P. Hemos hablado de Mata mua, pero ¿cuántos gauguin tiene en su colección personal?
R. Nueve: ocho óleos y una escultura.
P. ¿En cuánto está tasado Mata mua?
R. En 25 millones. También tengo torres garcía, que no existe en las colecciones españolas, un miró muy importante, el único picassofauvista que hay en manos privadas…
P. Si le diera por ir vendiendo, tendría para sobrevivir.
R. Sí. Pero no entra en mis planes. Insisto en que no seguir teniendo La esclusa me disgusta muchísimo.
P. Sabemos que el 3 de julio esa pintura tiene un precio de arranque de 30,7 millones de euros. ¿Qué expectativas tiene sobre el resultado final?
R. La expectación es máxima. Christie’s ha hecho un catálogo exclusivamente dedicado al constable. Es un cuadro muy importante en la historia del arte y más dentro del paisajismo inglés. Se ha comparado con Las meninas para España, y creo que no es exagerado. El resultado será bueno.
P. ¿El conflicto con su hijo es un lastre económico extra?
R. Bueno… Hombre, los hijos nunca son baratos. Cobra lo que se acordó y se le paga religiosamente. No puede reclamar más. Heredará cuando yo ya no esté aquí.
P. Sabiendo que su pasaporte es suizo y queda eximida de dejar herencia a los hijos, lo mismo al final hay sorpresa.
R. Puede. Si puedo evitarlo, a mi hijo no le faltará nada después de que me haya ido al otro mundo. Pero no parece que le falte de nada. Es más, le deseo mucha felicidad con la nueva paternidad. Me gustaría conocer al pequeño, pero no me invitan.
P. ¿Tiene idea del presupuesto que usted maneja al mes?
R. No. Bueno, sí, pero no lo voy a decir. Soy austera, y lo saben quienes trabajan conmigo. No soy despilfarradora. Sí me he comprometido a cuidar las casas, y así lo hago. Villa Favorita me cuesta mucho, por ejemplo. Tiene un jardín de más de un kilómetro de largo, con rododendros enormes, y ha de tener tres jardineros dedicados a su cuidado. Luego te tienes que ocupar del mantenimiento, que siempre hay algo que arreglar. No soy gastosa. Soy una mujer tranquila. Vivo de la misma forma que vivía cuando tenía 20 años. No he cambiado. Hombre, después, con Heini, aprendí a coleccionar, y en eso me he gastado más el dinero. Pero no en caprichos. No me queda tiempo más que para los museos, y lo hago muy bien. Este museo no tiene déficit. En Málaga hemos tenido beneficios. Parece que no lo hago mal
P. Casas aparte, el parque automovilístico que maneja, con Rolls incluido, no parece muy asequible.
R. Con Heini viajábamos en nuestro avión privado. El yate era para él. Prefiero viajar en coche, así aprovecho para leer, porque no tengo tiempo. Compro coches maravillosos porque son mi herramienta de trabajo. El Rolls lo saco muy poco porque es incómodo de manejar por la ciudad. El Mercedes, que es el que más uso, tiene ya 200.000 kilómetros. Y luego hay dos coches más para la gente que está a mi servicio, que los utilizan para ir al mercado y cosas de esas.
P. ¿Es verdad que ha empezado a vender algunas de sus valiosas joyas?
R. No. No es cierto. Los conjuntos que me regalaron Lex Barker o Heini los tengo en Suiza; y es que no soy muy de ponerme [hoy lleva pendientes de brillantes y una enorme esmeralda en el anular derecho]. Casi siempre voy con las mismas. Este reloj [un Cartier] me lo regaló la dueña del Palacio Ruspoli de Roma. Fue un detalle, porque le había prestado 60 cuadros para una exposición. La primera y última vez que me han hecho un regalo por algo semejante.
Antes de subir al Mercedes aparcado en el jardín el museo, la baronesa aprovecha para confirmar con el chófer la antigüedad del coche: seis años. Y antes de irse, un último disgusto. El tráfico está semiparalizado porque se ha desplomado una gigantesca rama de uno de los plátanos centenarios que ella logró que sobrevivieran gracias a la campaña No a la tala, contra el Ayuntamiento de Madrid. “Qué pena. Hay que cuidar los árboles con el mismo cariño que todo lo demás. Si no, todo se desmorona”.
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