Rua Lisboa
Cuando Lisboa fue Casablanca
En esa Lisboa sinuosa aterrizó Bermejillo con el cometido de trabajar en lo que el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán denominaba Operación Willy, consistente en atraer a la causa nazi a Eduardo VIII, rey de Inglaterra durante 325 días tras abdicar en diciembre de 1936 para poder casarse con una norteamericana divorciada. El duque de Windsor, proveniente del sur de Francia y tras pasar por Madrid –y conocer allí a Bermejillo- tenía previsto, en principio, quedarse un par de noches en Portugal para después saltar en hidroavión hacia Londres. El mismo Churchill, consciente de las veleidades pro-alemanas del hermano del por entonces rey de Inglaterra y convencido de que los servicios secretos nazis tramaban algo trató de apresurar la salida del duque. Pero éste decidió quedarse más tiempo en la ambigua Lisboa de entonces, viviendo a todo trapo en la lujosa residencia de Cascais de Ricardo Espírito Santo, dueño del por entonces banco más importante de Portugal (aún hoy es una crucial institución financiera portuguesa), adicto al golf y a las cenas galantes y confidente de Salazar, que gracias a eso estaba al tanto de todo. Así, Eduardo se convirtió en el centro de una pequeña y secreta intriga internacional. Los alemanes pugnaban por convencerle para hacerle pasar de bando a fin de erigirle, más adelante y tras una proyectada invasión de Gran Bretaña, según Lochery, en la cabeza de un Gobierno títere. Churchill presionaba a su vez a través del embajador británico en Lisboa para que el noble abandonara cuanto antes de la ratonera pero el renuente duque de Windsor se negaba por considerar que en su país se le estaba tratando mal. La labor de Bermejillo consistió en conseguir en Lisboa los visados necesarios para que una criada de la pareja real pudiera desplazarse a Francia a recoger algunos objetos personales de la mujer del Duque de Windsor. Y luego, ya en Madrid, en retrasarlo todo a fin de que los alemanes contaran con más días para tratar de sondear y convencer al duque. Lochery cuenta que Eduardo llamó varias veces a la casa de Madrid de Bermejillo para preguntarle por sus gestiones pero que este se hacía el sueco para ganar tiempo. Mientras, Churchill, expeditivo, ofreció al duque un ultimátum y un puesto irrenunciable como Gobernador en las Bahamas para alejarlo del peligro (y de todo). Éste respondió que el cargo se encontraba por debajo de su dignidad y de su estatus pero, finalmente, aceptó, cogiendo el hidroavión el uno de agosto y deshaciendo para siempre la Operación Willy. Según Lochery, jamás tuvo muchas posibilidades de éxito debido a que el duque –aunque había hablado mal del Gobierno británico y peor de su familia en determinados círculos en Madrid- jamás pensó en serio en abandonar su país o su bandera.
Así, el duque de Windsor partió (sin recoger sus pertenencias francesas, por cierto) y abandonó para siempre Lisboa. La ciudad, por su parte, gozando - o soportando- ese papel de territorio neutral y última escapatoria para muchos, siguió dando cobijo durante esos años a todo tipo de personajes desquiciados. Los hoteles y las pensiones se llenaron de refugiados que aguardaban un visado para salir hacia Estados Unidos, los ricos en hidroavión con escala en Las Azores y los pobres en barco. Los muelles eran un hervidero de tipos dispuestos a jugársela por un pasaje y los cafés de los alrededores de la plaza de Rossio un galimatías de lenguas en el que se mezclaban el polaco, el francés, el alemán y el ruso. Había alemanes presionando al inmutable Salazar para conseguir wolframio –vital para los blindajes- e ingleses que contraatacaban para que el wolframio no saliera rumbo al oeste. Las calles se poblaron de policías portugueses con la orden de descubrir y detener a determinados expatriados comunistas y de vendedores de salvoconductos falseados. Ian Fleming espiaba para los servicios secretos británicos mientras se jugaba la pasta al 21 en el casino de Estoril y acumulaba experiencias que luego le iban a servir para sus exitosas novelas de 007; Max Ernst y Peggy Guggenheim escandalizaban a los pescadores de Cascais al bañarse desnudos en la playa; Marc Chagall paseaba por el Chiado su paranoia de sentirse perseguido por los nazis durante el mes que permaneció en Lisboa deseando cada mañana coger el barco que le sacara de una vez de Europa.
Fue, como bien describe Lochery, un tiempo extraño y fascinante que acabó cuando Salazar, al ver de qué lado se inclinaba la guerra, dejó de ser neutral y se alió con los que iban a ganar. Lisboa, bajo su mando omnipresente y letal, volvió a adormecerse y permaneció así 30 años, hasta que despertó la mañana del 25 de abril de 1974.
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