23 de junio de 2012
En defensa de las casas económicas
Cómo economizar espacio, materiales, tiempo. Ese fue el reto de la vivienda social de principios del siglo pasado... Antes ya se habló de sostenibilidad, austeridad y ahorro. Los mejores arquitectos se afanaron en los años veinte y treinta en Holanda y en los cincuenta y sesenta en España para proporcionar vivienda con la mayor economía, en el menor tiempo y con la mayor dignidad posible a una cantidad ingente de trabajadores.
Los edificios resultantes albergan viviendas mínimas que no responden a las necesidades actuales pero que dieron carácter a la zona en que se levantan. ¿Estas manzanas de vivienda son monumentos, como un palacio, una lonja o una iglesia? Sí porque dan de fe cómo se vivía, se trabajaba o se pensaba.
Pero ¿se puede adaptar a las nuevas necesidades de sus habitantes? ¿Y pueden aplicarse los criterios tradicionales que se emplean en restauración a estos bloques que fueron una respuesta urgente y provisional?
Estas preguntas, entre otras las han planteado e investigado en torno a ellas los arquitectos Sergio Martín Blas e Isabel Rodríguez Martín, del grupo de investigación Nutac (Nuevas Técnicas, Arquitectura, Ciudad) de la Universidad Politécnica de Madrid. Y se han basado en la experiencia de dos ciudades.
Madrid está a tiempo de que se recuperen los poblados que aunque se diseñaron con urgencia merece la pena conservar
El Rotterdam de los ochenta quería promover su imagen como ciudad de la arquitectura moderna y tomó como inspiración la vivienda social de los veinte-treinta. No en vano, había situado la ciudad holandesa en la arquitectura internacional. Y a finales del siglo pasado se restauraron con mimo los barrios y edificios que se tomaron como referencia, caso del conocido Kiefhoek, del que se promovía su conocimiento y difusión como parte de la memoria colectiva.
En cuanto a Madrid, la investigación se ha centrado en los poblados de los cincuenta y sesenta en los que se implicaron los mejores arquitectos del momento. El Poblado Dirigido de Entrevías al sur de Madrid -de Oiza, Sierra y Alvear- se ha enfrentado a modificaciones para adecuarlo a las necesidades actuales que, aunque podrían ser consideradas continuación del proceso de autoconstrucción -los vecinos edificaban sus casas en domingo- , "se han producido sin control lo que ha llevado a que se pierda la idea de orden y dignidad que aportaba la imagen de conjunto inicial". No es un destino turístico cultural como los barrios holandeses.
Martín Blas y Rodríguez Martín analizan también el poblado de absorción de Fuencarral, de Alejandro de la Sota. A punto de derribarse se compone de casas bajas de tres dormitorios y 40 metros. "La adaptación espontánea de las viviendas, la sustitución de elementos originales y la pérdida relativa de valores patrimoniales ha sido el preludio de operaciones de demolición".
De cara al concurso que se convoque para su reconstrucción ambiental, se preguntan si "en su sustitución, ¿no se debería emplear la solución de De la Sota en lugar de otro proyecto que la evoque?" cuando, además, sistemas constructivos y materiales son hoy los mismos.
El concurso para la reconstrucción ambiental del poblado de Fuencarral debería primar la solución original de De la Sota
En tercer lugar, estudian la Unidad Vecinal de Absorción de Hortaleza, proyectada por Higueras y Miró en 1963. Se prevé conservar 12 de los 48 edificios con viviendas de 2,15 metros de altura libre interior. Un proyecto de 2009 agrega las viviendas mínimas en dúplex de 60 metros útiles con dos dormitorios. Y se incorporan como terrazas privadas las galerías de acceso.
Alaban el proyecto firmado por el propio Miró, también fallecido: "Es compatible con la conservación del valor patrimonial más reconocible: la profundidad de los aleros y corredores cubiertos de vegetación que definió la imagen histórica del conjunto" pero, por acertado que sea, "el espacio urbano que generaban los bloques ha desaparecido al conservar solo parte".
Los arquitectos proponen que para conservar el patrimonio de vivienda social moderna hay que empezar por identificar los valores a conservar y ver cómo hacerlo compatible con demandas irrenunciables por seguridad, salubridad e higiene. Pero "los cambios tienen que apoyarse en la intervención mínima: cambiar materiales no implica cambiar formas y si hay que cambiar estas no hay por qué transformar los tipos de hueco o de escalera", sostienen.
Hay imposiciones que se podrían flexibilizar como los estándares de distribución o dimensiones actuales que llevan con frecuencia a tener que arrasar el interior. Y consideran que no hay que tener empacho en reproducir soluciones: "La investigación moderna en vivienda económica tenía como uno de los principios fundamentales que sus soluciones fueran reproducibles, quitando a la obra arquitectónica el aura de pieza única que tanto daño ha hecho". Martín Blas y Rodríguez Martín piden que se recupere el interés por la vivienda económica "como compromiso político y como campo de investigación fundamental para los arquitectos".
Reivindican que sea reconocido el valor patrimonial de la vivienda social del siglo XX que está "aún lejos de ser asumido por la sociedad, las administraciones y por parte de algunos arquitectos". Madrid, dicen, tiene todavía la oportunidad de conservar y recuperar gran parte de este patrimonio como elemento de su identidad urbana. Rotterdam sería el ejemplo.
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