26 de abril de 2008

De las Españas de los Reyes Católicos al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas




De las Españas de los Reyes Católicos al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas

Oración por España

José María Rivoir Gómez[i]

España dio un magnífico ejemplo de sociedad orgánica en el que reflejó el principio de estética que dice que la belleza consiste en la unidad dentro de la variedad. Reyes de todas las Españas fue el título de nuestros reyes desde la unificación alcanzada por los Reyes Católicos hasta el último rey de la Casa de Austria: el rey Carlos II. El rey Felipe V, primer rey de la Casa de Borbón, se denominó Rey de España, pues comenzó acabando con la diversidad de los reinos que había en la única nación que abarcaba a todos los que en ella había, al querer castellanizar a las Españas, lo que ejecutó con la promulgación de los Decretos de Nueva Planta, por los cuales se abolían los fueros de Valencia, Aragón (1707), Baleares (1715), y finalmente en 1716 Cataluña. Esta obra mala será concluida en el año 1841 por la Ley Paccionada, por la cual Navarra perdió su condición de reino, siendo sustituido en su lugar por el denominado «régimen foral». Con un poco de atraso comenzaba el absolutismo, en este caso el de la Casa de Borbón, a imperar en nuestra nación que en primer lugar había comenzado en Francia, y que tuvo quizá su auge con el Rey Luis XIV, el rey Sol. Lo que comenzó mal acabó en tragedia, quien siembra vientos recoge tempestades. Así la Revolución Francesa acabaría con los restos del estado feudal francés, modelo de sociedad orgánica durante la Edad Media, instaurando la República. Gracias a Dios en nuestra Patria no hubo la matanza sangrienta que asoló al país galo, pero no fue óbice para que en tiempos de Fernando VII, el Deseado, pacíficamente, a lo girondino, se instalase el régimen parlamentario inspirándose en la República Francesa, el cual con estos u otros paréntesis, más o menos cortos o más o menos largos impera en lo que nos queda de Estado de Derecho, carcomido por el actual régimen de Autonomías regionales, lo que, conforme reza en el título de este trabajo nos está conduciendo al cantonalismo de los arévacos, vetones y reyes de taifas[1]. El resultado es que aquello que con tanta sangre se consiguió, con mucha o más traición e irresponsabilidad se está destruyendo.

Siempre se consideró que el martirio de San Hermenegildo, por no querer comulgar en las manos de un obispo Arriano, pues él era católico, consiguió la gracia de la conversión de su hermano Recadero, futuro rey de España, de toda la nobleza y del clero arriano, en el famoso III Concilio de Toledo del 589, presidido por San Leandro obispo de Sevilla. Con ello a la unidad política, que los Visigodos habían conseguido, se juntó la unidad religiosa en la única religión verdadera: la religión Católica, la única unidad seria y viable de hacer a una nación grande.

El reino visigodo decayó y la Providencia lo castigó con la brutal invasión musulmana, que en buena parte por decadencia de nuestros reyes, duró ocho siglos. Grandes figuras se destacan en esta magna y larga epopeya: Don Pelayo que supo sacar fuerzas de flaqueza, y con un puñado de hombres en la Gruta de Covadonga, con la ayuda visible de la Providencia, enfrentó al obispo traidor de la época; Don Opas, y a los musulmanes. El Cid Campeador, fiel vasallo perseguido por su rey, cuyas palabras, "¡Dios, que buen vassalo! ¡Si oviesse buen señor!" resuenan en la historia como palabras de perenne actualidad. San Fernando III de Castilla, el rey santo que en cierto sentido terminó la Reconquista, dejándolo todo listo para que los Reyes Católicos la terminasen realmente de una vez y para siempre, aunque podría haber sido hecho antes, y preparando la reconquista del norte de Africa, la Mauritania de los romanos, la quinta Provinciae Hispanorum de los romanos que había formado parte del reino de los reyes visigodos, gobernada por el traidor conde Don Julián, quien provocó la invasión mahometana.

Después de la Reconquista quizá la última gran figura de nuestra historia haya sido Felipe II, el modelo de rey católico por excelencia.

En la Reconquista se forjó un pueblo que, con las debidas perfecciones posteriores, es lo que configuró el talante y genio español mundialmente conocido, amado por unos, y odiado por otros, a estos últimos les decimos: «Ladran Sancho, luego cabalgamos». De este genio y talante saldría la espada de la Cristiandad; la Luz de Trento; la victoria de Lepanto; derramaría la sangre en tierras extrañas para defender la Religión Católica de la embestida Protestante con sus legendarios Tercios; y dejamos para el final, quizá la más importante de todas las epopeyas: descubriría un Nuevo Mundo llevando la Fe, civilización y cultura católicas. Así la Católica España fue madre fecunda de nuevos pueblos, lo que es reconocido en los países hispanoamericanos al referirse a España como a la Madre Patria.

Nuestros antepasados tenían muy claro que era dentro del «Estado», ellos lo llamaban en aquel entonces de «República», que el hombre alcanzaba su realización temporal con vistas a su fin último, la salvación eterna. La finalidad del Estado era considerada como la consecución del Bien Común, es decir del Bien de todos alcanzado en comunidad, no se trata del Bien mayoritario, sino el bien de todos, el cual por antonomasia es la salvación eterna.

Uno de los principios básicos que regía el estado medieval era el de subsidiariedad. Otro principio que rigió la Edad Media, quizá más implícito que explicito y que nos parece relacionado con el anterior, es que el poder en el Estado viene de Dios al rey, al soberano, al gobernante por la Naturaleza. A este respecto enseñaba León XIII en la Immortale Dei: «Es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor». No concebían los absolutismos de los que creen que el poder que viene de Dios puede ser ejercido sin tener en cuenta los derechos anteriores de la persona y de las sociedades humanas. Ni la demagogia de los que afirman que el poder viene del pueblo. Se puede afirmar que ambos principios limitaban naturalmente los diversos poderes de los diversos entes a su respectiva esfera sin necesidad de recurrir a teorías cerebrinas de pactos sociales roussonianos, que sólo existieron en las mentes de quienes las elaboraron.

Veamos: en primer lugar, de abajo para arriba, estaba la Familia, célula mater de la Sociedad y del Estado, después la ciudad en que se nació, más arriba la comarca en la que se incardina dicha ciudad y por último el Estado al cual pertenece. La función de todos estos entes era el de cada uno subsidiariamente ayudar al hombre desde el punto temporal, el cual incluye el moral y el psicológico en esta finalidad, pero como el hombre necesita por encima de todo del apoyo sobrenatural, lo cual sólo puede ser dado por la Iglesia, el Estado, en tesis, debe estar unido a la Iglesia para aunadamente y cada uno en su campo propio auxiliar al hombre para que este se salve. Pero como nos dice el axioma teológico, «nulla salvatio extra Ecclesiam», se debe entender ahí, por supuesto, «Ecclesia» a la Iglesia Católica Apostólica y Romana, la unión entre la Iglesia y el Estado debe ser por tanto entre la Iglesia Católica y el Estado en concreto.

Por lo que acabamos de decir uno ama a su familia, a su ciudad, a la comarca, a la región y al estado en que nació, en la proporción directa a la proximidad de dichos entes, no por el simple hecho de haber nacido ahí, lo que es propio de los nacionalismos ramplones, de entre los cuales destacan el nazismo, el fascismo y otros ismos, que tanto mal hicieron al mundo, especialmente en Europa hace algunas décadas.

Si uno ama a las entidades que acabamos de referirnos es por que todas ellas representan en sí mismas bienes morales y culturales en los cuales el hombre se realizará conforme a los planos de Dios. La historia de cada uno de esos entes nos define el presente y aquello que, proyectándose para el futuro, se debe mejorar o corregir, es el papel de la Tradición, la entrega de un bien del pasado para ser no sólo conservado, sino mejorado. Puede aplicarse aquí, cum grano salis, el axioma teológico de que «Nada se innove, sino lo que fue entregado», se trata de una mejora, no se trata de una evolución. Así desembocamos en la trilogía de los bienes básicos de la sociedad: Tradición – Familia – Propiedad. Naturalmente se trata de la propiedad privada, sin la cual no es posible al hombre y a su primer círculo más próximo la familia realizar su misión con la debida libertad y autonomía que le es necesaria y legítima. Por eso junto con la propiedad privada individual el medieval desarrolló la propiedad privada familiar en varias instituciones, de las cuales quizá la más conocida sea el mayorazgo, con lo que nos evitaba la limosna mal dada del Estado. Cada vez vemos más como los «Estados del bienestar social asistencial» están fracasando. Lógico, del Estado moderno se puede decir en general que: «El bien que hace el Estado lo hace mal, y el mal que hace el Estado lo hace bien»[2].

Las siguientes ideas, ni siempre citando al autor ipsis litteris, son recogidas de la obra «Revolución y Contra-Revolución» de Plinio Côrrea de Oliveira (cfr. ibidem). A partir del fin de la Edad Media surge una crisis en el Hombre europeo que después pasaría para el americano y el australiano y también para otros continentes o países. Esa crisis nos conduce mediante un proceso llamado de Revolución a un estado de cosas, el autor subraya que intencionalmente dice estado de cosas y no orden, que en la última actualización de dicha obra es llamada por el autor de 5ª Revolución. Ese estado de cosas es diametralmente opuesto al Orden creado por Dios, del que la Edad Media fue su mejor realización.

España también fue afectada por dicha Revolución, y aunque tuvo una reacción admirable contra la primera fase de ese proceso, el Protestantismo, ya fue más flaca su reacción contra la segunda fase, la Revolución Francesa, pues mientras el pueblo luchaba en el frente de combate contra las tropas de Napoleón, encarnación con botas y a caballo de esta Revolución, en la retaguardia, en Cádiz se celebraban unas cortes, las tristemente famosas Cortes de Cádiz, que establecieron de manera pacífica y legal, a lo girondino, los «logros» de la Revolución Francesa, acabando con el Antiguo Régimen e implantando la monarquía parlamentaria. Posteriormente la gesta de «La Cruzada de Liberación Nacional» contra el comunismo, como fue titulada en la carta colectiva del episcopado español del 1 de Julio de 1.937. Posteriormente la gesta de la Cruzada de Liberación Nacional no tuvo el desenlace que los mejores espíritus católicos esperaban, desafortunadamente a lo largo de las décadas siguientes, por causa de la creciente preponderancia en la sociedad española del espíritu neopagano que dominaba los círculos decisivos de Occidente, España fue paulatinamente abandonando un camino que era su salvación y entrando por vías que la conducirán a un desastre apocalíptico. Los Católicos españoles en parte inconformados, en parte con comprensión insuficiente de lo que sufría España asistieron a una de las más destruidoras y existosas operaciones de Guerra psicológica revolucionaria cuyo conocimiento es indispensable para comprender nuestro reciente pasado y el futuro que nos aguarda. Esto condujo al español a una búsqueda y satisfacción hedonística de razonables bienes materiales, tras varios lustros de penuria económica y financiera.

El 25 de Octubre de 1.977 se llega estipulado por las principales fuerzas políticas entonces existentes a los llamados «Pactos de la Moncloa». Unos pactos relativistas que buscan un «Consenso», nueva palabra talismán en el horizonte político intelectual español (cfr. Transbordo ideológico inadvertido y diálogo de Plinio Corrêa de Oliveira, ibidem). ¿Consenso para qué? Para, según la frase de Joaquín Costa y asumida por una gran corriente de literatos e intelectuales, que como él quieren «Cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid», o sea para acabar con la España Católica, la espada de la Cristiandad, etc. Veamos algunos de los efectos: Separación de la Iglesia Estado; introducción del divorcio; despenalización del aborto, despenalización de las drogas; y por si faltase poco la legalización de las nefandas uniones entre los invertidos, los cuales parecen que no aprendieron la lección de Sodoma y Gomorra. Además de esto vemos la pulverización del Estado: extensión de la violencia de la ETA fuera del país vasco; un aumento cada día mayor de la inseguridad ciudadana; violencia en las aulas; y por causa de una inmigración sin control, violencia entre los inmigrantes y de los inmigrantes con los españoles, por bandas criminales, cosa totalmente desconocida en nuestra patria hasta los días presentes, y consecuentemente un malestar en las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado español.

La pulverización del Estado español está siendo denunciada en artículos de la prensa católica y conservadora. La disolución del Estado fue anunciada por Marx, y es la finalidad de la dictadura del proletariado. En este caso se está llegando al mismo resultado por otro camino, siendo que hoy parece ser que es la vía para la República Universal de regiones, burda caricatura revolucionaria del Sacro Imperio Romano Germánico. El Sacro Imperio fue una entidad de reinos, grandes y pequeños y de otros estados de menor entidad, bajo la protección de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, en que se respetaban todas las entidades intermediarias hasta llegar al hombre, comenzando por la familia, la cual hoy en día se está también disolviendo. El Sacro Imperio era la idea medieval de un único Corpus christianum en el que el papado e imperio eran las instituciones principales. En la Civilización cristiana se lleva hasta todas sus consecuencias el principio de la igualdad esencial de todos los hombres y el de la desigualdad accidental de los mismos, de ahí la riqueza y variedad propia a esta civilización.

¿Qué observamos en la actual fase de la Revolución? Es el nacimiento de un tipo humano por lo cual los hombres cada vez se diferencian menos unos de los otros y que carece de toda esa riqueza que Dios dio a la naturaleza humana para que en su conjunto fuese la mejor imagen de El, pues al fin y al cabo Dios crió al hombre a su imagen y semejanza (cfr. Gen, 1,26). Se trata de un camino contra la naturaleza, y España, lamentablemente, está caminando hacia esa Gehena.

Ha quedado muy clara nuestra posición sobre las entidades intermediarias entre el hombre y el Estado. Nace aquí un problema de carácter práctico, al menos para España. Desafortunadamente los fueros y costumbres que gozaban las diversas regiones fueron también pulverizándose con el tiempo. Eran fueros y costumbres legítimos que no se deberían haber pulverizado de ninguna manera. Así se puede preguntar, ante la disolución del Estado con la pésima intención que vemos, si es el momento de exigir las legítimas diferenciaciones de las diversas regiones cuando esto accidentalmente confluye con la intención revolucionaria. Piénsese siete veces antes de nada, muchas reivindicaciones, de por sí justas, pueden ser ahora inoportunas. Mutatis mutandis se puede decir que actualmente España está como ciertos viciados en drogas, no es de la noche para el día que una buena terapia los cura, sino progresivamente, poco a poco, del todo a la nada. Así, análogamente, aguardando el momento oportuno, España deberá volver al régimen propio de una sociedad orgánica con su diversidad de regiones fueros y costumbres.

Si por la decadencia del reino visigodo la Providencia castigó a la España de entonces con la invasión musulmana, ¿cómo castigara ahora la decadencia por no decir prevaricación de la actual nación española? «Varias naciones serán aniquiladas». Así reza el Mensaje de Fátima en una de sus partes, anunciando, ya hace noventa años, los castigos que se cernían sobre el mundo si no se arrepintiese de sus pecados. Es cierto que, inmediatamente, a continuación dice «Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará». Decía San Ignacio de Loyola que había que hacer todo como si todo dependiese de nosotros sabiendo que todo depende de Dios. Por su parte San Antonio María Claret dijo que a Dios rogando y con el mazo dando. Por tanto no es una actitud católica la de permanecer de brazos cruzados esperando que Dios intervenga sólo, Dios normalmente actúa a través de las causas segundas, que en este caso son los hombres. Por otra parte no olvidemos lo que nos dice Santiago Apostol «La fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (cfr. Epistol. 2,17). Sea aisladamente, sea en conjunto, dentro de la Moral y de la Ley los españoles debemos hacer todo lo posible para reconducir a nuestra patria a las vías de la Providencia. Dentro de la Moral debemos destacar las virtudes de la Prudencia, circunspección y desconfianza, es decir cuidado con los falsos líderes, o los falsos movimientos, que nunca faltaron ni faltaran en esta hora casi apocalíptica.

Quien o quienes quieran reconducir a nuestra nación por la vía de la Providencia deben sin lugar a dudas volverse sobre las grandes figuras de nuestra historia supra citadas. Santo Tomás en la cuestión Disputada «De Veritate» enuncia que «el alma, de alguna manera, es todas las cosas» (cfr. q.1 a.1). Es decir el alma al conocer y amar una cosa es penetrada por eso que conoce y ama formando parte de la misma, es lo que nuestro maestro el Prof. Plinio Côrrea de Oliveira llamaba de asumir. Al asumir a las grandes figuras no estamos considerando en estos personajes la práctica de las virtudes teologales en grado heroico, que la Iglesia sólo reconoció hasta hoy en San Fernando, se trata de admirar un modelo humano, quizá acompañado de ciertas gracias y bendiciones divinas, que es una causa ejemplar para terceros. En este sentido quizá el Rey Felipe II sea el modelo más perfecto de todos los modelos a ofrecer sin perjuicio de los otros.

En esta conducción del pueblo español esperamos el ejemplo, en primer lugar de los obispos y del clero, que tan buen ejemplo nos dieron durante la Cruzada de Liberación, en la que fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes seculares, o sea el 13% del clero secular, 2.365 religiosos, o sea el 23% del clero regular, y 283 religiosas. Las palabras de San Pablo son muy claras a este respecto «7.Porque el obispo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable; no arrogante, no colérico, no bebedor, no violento, no dado a negocios sucios; 8.sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí. 9. Que esté adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza, para que sea capaz de exhortar con la sana doctrina y refutar a los que contradicen» (cfr. Epist. Tito, 1). En segundo lugar corresponde el ejemplo a la Nobleza y a las elites sociales, las cuales tiene como función social ser los paladines defensores de la Fe, de la Cultura, y de la Civilización Cristiana, especialmente hoy en día tan amenazada como no hubo otro caso en la Historia, y sobre lo cual ya fuimos advertidos en Fátima «Rusia esparcirá sus errores por el Mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia». El cesto de papeles de la Historia está lleno de familias llamadas a esto y que no correspondieron a este llamado de la Providencia. El Libro «Nobleza y elites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana» de Plinio Corrêa de Oliveira (cfr. ibidem), contiene una guía para los tiempos que están por venir.
Nuestra intención al redactar este trabajo fue escribir una oración dirigida al divino Redentor y que ponemos bajo los pies de su Madre María Santísima, Medianera Universal de todas las gracias, sea bajo la invocación de la Virgen del Pilar patrona de España y de Hispanoamérica, o de la Virgen de Fátima, que en el año 1917 en Portugal nos dio el Mensaje del siglo XX. En esta oración suplicamos para que tenga piedad de nuestra patria y la reconduzca por las vías de la Providencia para aquello que San Luis María Grignion de Monfort llamaba de «Reino de Maria» (cfr. Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariae. Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen Santísima www.jesusmarie.com/index) prometido en las revelaciones de Fátima «Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará». Y así sea para,
Ad Maiorem Regni Mariae Gloriam.



[1] Con respecto a esto nos remitimos al Epílogo de la «Historia de los heterodoxos españoles» de Marcelino Menéndez y Pelayo (cfr. http://www.cervantesvirtual.com/ ). Este Epílogo lo consideramos de palpitante actualidad.
[2] Pero esto no puede ser pretexto para caer en un estado socialista autogestionario, denunciado en el año 1.981 en el mensaje: «El Socialismo Autogestionario: Frente al comunismo, ¿barrera o cabeza de puente?», publicado por las Sociedades de Defensa de la Tradición Família y Propiedad que existían en aquel entonces, y por otras entidades afines (cfr. www.pliniocorreadeoliveira.info/livros.asp ). El autor del presente artículo, que en aquel entonces trabajó en la traducción al español de este manifiesto publicado por las entidades acabadas de citar, puede testimoniar que el mensaje salió totalmente de la pluma del prof. Plinio Côrrea de Oliveira.

[i] El autor de este artículo es Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. http://www.josemrivoirg@hotmail.com/