IX Estación
Jesús cae por tercera vez
V. Adorámus te Christe et benedícimus tibi.
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V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.
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R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
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Estáis, Señor mío, más cansado, más débil, más llagado, más exhausto que nunca. ¿Qué os espera? ¿Llegasteis hasta el final? No. Exactamente lo peor va a ocurrir ahora. El crimen más atroz aún está por ser cometido. Los mayores dolores van a ser sufridos. Caísteis por tierra por la tercera vez y, sin embargo, todo lo que quedó atrás no es sino un prefacio. Y he aquí que os veo nuevamente moviendo ese Cuerpo que está totalmente llagado. Sucede lo que parecía imposible, y una vez más os ponéis de pie lentamente, aunque cada movimiento sea para Vos un dolor más. Ahí estáis, Señor, levantado, otra vez … con vuestra Cruz. Supisteis encontrar nuevas fuerzas, nuevas energías, y continuáis. Tres caídas, tres lecciones iguales de perseverancia, cada una más hiriente y más expresiva que la otra.
¿Por qué tanta insistencia? Porque es insistente nuestra cobardía. Nos decidimos a tomar nuestra cruz, pero la cobardía vuelve siempre a la carga. Y para que ella quedase sin pretextos en nuestra flaqueza, quisisteis Vos mismo repetir tres veces la lección.
Sí, nuestra flaqueza no puede servirnos de pretexto. La gracia, que Dios nunca niega, puede lo que las fuerzas meramente naturales no pueden.
Dios quiere ser servido hasta el último aliento, hasta agotar la última energía, y multiplica nuestras capacidades de sufrir y de actuar, para que nuestra dedicación llegue a los extremos de lo imprevisible, de lo inverosímil, de lo milagroso. La medida de amar a Dios consiste en amarlo sin medida, dijo San Francisco de Sales. La medida de luchar por Dios consiste en luchar sin medida, diríamos nosotros.
Yo, sin embargo, ¡cómo me canso en seguida! En mis obras de apostolado, el menor sacrificio me detiene, el menor esfuerzo me causa horror, la menor lucha me pone en fuga. Me gusta el apostolado, sí. Un apostolado enteramente conforme a mis preferencias y fantasías, al que me entrego cuando quiero, como quiero y porque quiero. Y después juzgo haber dado a Dios una inmensa limosna.
Pero Dios no se contenta con esto. Para la Iglesia, El quiere toda mi vida, quiere organización, quiere sagacidad, quiere intrepidez; quiere la inocencia de la paloma, pero también la astucia de la serpiente; la dulzura de la oveja, mas también la cólera irresistible y avasalladora del león. Si fuera preciso sacrificar carrera, amistades, vínculos de parentesco, vanidades mezquinas, hábitos inveterados, para servir a Nuestro Señor, debo hacerlo. Pues este paso de la Pasión me enseña que a Dios debemos darlo todo, absolutamente todo, y después de haberlo dado todo aún debemos dar nuestra propia vida.
Pater Noster. Ave Maria. Gloria Patri.
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Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
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V. Ten piedad de nosotros, Señor
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R. Miserére nostri.
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R. Señor, ten piedad de nosotros
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V. Fidélium ánimae per misericordiam Dei requiéscant in pace.
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V. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
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R. Amen.
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R. Amén
"Catolicismo" Nº 3, Marzo de 1951
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