25 de marzo de 2013
“He visto familias que pasan hambre por vergüenza”
EL PAIS - TEREIXA CONSTENLA 25 MAR 2013 - 00:03 CET4
Días atrás José Chamizo hizo lo que no había hecho nunca en sus 16 años como Defensor del Pueblo andaluz. Apagó el ordenador y se fue a estirar los nervios. Por primera vez en 16 años se sintió sobrepasado con el encadenamiento de mensajes en los que bajo la desesperación del remitente se traslucía la amenaza de suicidio.
A la oficina de un Defensor siempre llegan gritos desesperados. Haya vacas flacas o vacas gordas. Y el sacerdote José Chamizo de la Rubia (Los Barrios, Cádiz, 1949) conoce otros tiempos duros, en los ochenta, en los noventa. Que su experimentada voz sostenga que esta crisis es diferente encoge más que las tinieblas que periódicamente el comisario Olli Rehn promete a los españoles. Que no se le ve fin. Que cada día que pasa pisa más firme, como si hubiera venido para quedarse. Que se está llevando por delante a la clase media. “Veo cómo familias típicas con dos hijos universitarios están bajando la escalera hacia la exclusión y entrando en depresiones terribles porque creen que su vida ha sido un fracaso”.
De gentes así, venidas a menos, y de gentes casi nunca idas a más habla en su libro ¿Quién ha dicho que vivir sea fácil? (Espasa), una mezcla de memorias, reflexiones y guía sobre su trabajo con presos, menores, prostitutas, mayores, discapacitados, inmigrantes y todos los desheredados de la tierra. Si piensan que tal combinación deriva en un océano de lágrimas, se equivocan. Chamizo conjura ese riesgo con su habitual humor, que logra arrancar risas con la peripecia de Manuel, un sin techo que le pide trabajo durante años y se indigna cuando el Defensor le encuentra un empleo para recoger fresas en Huelva porque él aspira a algo de ocho a tres.
Hubo tiempos en los que hasta un mendigo soñaba con ser funcionario por las mañanas. Ahora Chamizo negocia con los bancos salidas para desahuciados y atiende a pudorosas clases medias: “Tienen que pedir ayuda si la necesitan. No es un tópico, hemos encontrado familias que pasaban hambre porque les daba vergüenza pedir”.
Nuevos caballos de batalla. “A mi vida le da sentido servir a la gente, ya sea como defensor, párroco o en una ONG, a las que sin duda volveré”, cuenta antes de que se incorpore al almuerzo su adjunto, Luis Pizarro. Tampoco le da grandes vueltas al futuro porque siempre le ha salido por la tangente. Se veía como profesor de Teología —se licenció en Historia de la Iglesia en Roma— y un toxicómano, Rafi, le torció el rumbo mientras se estrenaba como cura en una parroquia del Campo de Gibraltar, una comarca gaditana diezmada por la heroína en los ochenta. “Vivir es apasionante, pero complicado. Yo también he tenido épocas de dificultades personales y económicas, aunque luego la vida se ha ido organizando”.
Tampoco pensó que se convertiría en Defensor del Pueblo andaluz en 2006 y ahí sigue, aunque ahora con carácter interino, quizás el peaje de haberle espetado a los políticos en junio pasado: “La gente está hasta el gorro de todos ustedes”. En su boca, que se ha distinguido por una diplomacia de filigrana vaticana, sonó a filípica sobrenatural. “Soy consciente de que el tiempo termina, pero me gustaría irme cuando se acabe la fase más aguda de la crisis”. En broma, o tal vez no, sentencia: “He nacido para esto”.
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