26 de marzo de 2013

Vía Crucis - XII Estación Jesús muere en la Cruz - Plinio Corrêa de Oliveira


XII Estación

Jesús muere en la Cruz


V. Adorámus te Christe et benedícimus tibi.
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.
R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Llegó por fin el ápice de todos los dolores. Es un ápice tan alto que se envuelve en las nubes del misterio. Los padecimientos físicos alcanzaron su extremo. Los sufrimientos morales alcanzaron su auge. Otro tormento debería ser la cumbre de tan inexpresable dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” De cierto modo misterioso, el propio Verbo Encarnado fue afligido por la tortura espiritual del abandono en que el alma no tiene consolaciones de Dios. Y tal fue este tormento, que Él, de quien los evangelistas no registraron ni una sola palabra de dolor, profirió aquel grito dilacerante: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Sí, ¿por qué? ¿Por qué, si era Él la propia inocencia? Abandono terrible seguido de la muerte, y de la perturbación de toda la naturaleza. El sol se veló. El cielo perdió su esplendor. La tierra se estremeció. El velo del templo se rasgó. La desolación cubrió todo el universo.
¿Por qué? Para redimir al hombre. Para destruir el pecado. Para abrir las puertas del Cielo. El ápice del sufrimiento fue el ápice de la victoria. Estaba muerta la muerte. La tierra purificada era como un gran campo devastado para que sobre ella se edificase la Iglesia.
Todo esto fue, pues, para salvar. Salvar a los hombres. Salvar a este hombre que soy yo. Mi salvación costó todo ese precio. Y yo no regatearé ningún sacrificio más para asegurar salvación tan preciosa. Por el Agua y por la Sangre que vertieron de vuestro divino Costado, por la llaga de vuestro Corazón, por los dolores de María Santísima, Jesús, dadme fuerzas para desapegarme de las personas, de las cosas que me pueden apartar de Vos. Mueran hoy, clavadas en la Cruz, todas las amistades, todos los afectos, todas las ambiciones, todos los deleites que de Vos me separaban.



Pater Noster. Ave Maria. Gloria Patri.
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
V. Miserére nostri Dómine.
V. Ten piedad de nosotros, Señor
R. Miserére nostri.
R. Señor, ten piedad de nosotros
V. Fidélium ánimae per misericordiam Dei requiéscant in pace.
V. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
R. Amen.
R. Amén




"Catolicismo" Nº 3, Marzo de 1951

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