28 de marzo de 2013
RECEN POR MÍ A propósito del Nuevo Pontificado
El Dr. Antonio Caponnetto, director
de la revista Cabildo, nos envía este artículo que nos resulta
ciertamente interesante.Recen por mí. A propósito del Nuevo Pontificado.
RECEN
POR MÍ
A
propósito del Nuevo Pontificado
Por Antonio
Caponnetto
Dios primero y mi hogar después, son testigos de la cantidad innúmera de
personas que me solicitan alguna opinión orientadora sobre lo que acaba de
suceder en la Iglesia. Esos requerimientos, en algunos, toman el
modo de una dolorosísima y apremiante necesidad de discernir cuanto ocurre y de
obrar en consecuencia. En otros bordea la desesperanza y la angustia,
desaconsejables compañías si las hay. Y aunque en todos los casos he
recomendado oración, espera silenciosa, vigilia cauta y fortaleza –y sobre todo,
aguardar con paciencia el curso de los primeros tiempos del nuevo pontificado-
tanto desasosiego junto percibido en unos y en otros me obligan a hablar,
siquiera provisoriamente y sin mengua de futuros retoques a cuanto ahora
escribimos.
Sé bien que la razón principal de esta demanda amistosa de la que soy objeto,
no se debe a ninguna especial facultad mía, ni a contarme yo entre los
especialistas en la disciplinas propias de los clérigos; sino al hecho por
todos conocido de haberme visto obligado a mantener con el Cardenal Bergoglio
un doloroso y sistemático disenso, dejando documentadas mis acusaciones a sus
múltiples desvaríos y yerros en un libro editado en Buenos Aires, en el año
2010, bajo el título La Iglesia Traicionada. Si ésta es
la causa singular por la que puede revestir algún interés que haga públicas mis
primeras reflexiones, queden asentadas a continuación.
ººº
1º) Será tarea de los teólogos de la historia más eminentes, discernir con
solvencia si el Cónclave que eligió al Papa Francisco estuvo iluminado
y movido por la inspiración del Espíritu Santo, como la fe nos lo
señala; o si por alguna razón que ahora ignoramos, los Cardenales electores
fueron engañados, resultaron objeto de alguna extraña manipulación, o cerraron
su entendimiento a la lumbre del Paráclito. “La nube cubrió el Tabernáculo
de la Reunión, y la gloria de Yahvé llenó la Morada”, dice el Libro
del Éxodo (40,34). Pero esa nube sólo puede ser vista cuando los ojos
son el espejo que reflejan “el fuego de la noche” que pone en marcha a los
creyentes fieles. La Nube, según la metáfora veterotestamentaria, puede hacerse
visible, pero no todos los ojos pueden tener la misma visibilidad.
San Ignacio de Antioquía ve a la Iglesia como una casa, en la
cual, el maderamen que la sostiene es la Cruz de Cristo, y el
Espíritu Santo como la maroma que la alza (Carta a Éfeso, IX,1). Mas
para contemplar dócilmente a la maroma –dulcis hospes animae- el alma
debe estar a la escucha (1 Sam 3,10), existiendo la dramática posibilidad de
que no se perciban las cosas del Espíritu, como lo notó San Pablo en el
capítulo segundo de la Primera Carta a los Corintios. Son, pues,
cosas diversas las que conviene distinguir desde el comienzo. Una la presencia
del Espíritu Santo, que no osaríamos negar. Otra la recepción del mismo por
parte de los electores, que pudo haber estado parcialmente eclipsada, por los
motivos que la misma Escritura advierte. Por eso Malachi Martin, desde los
renglones iniciales de su obra El Cónclave Final, advierte con el
Libro de la Sabiduría (9,14-17), que si no se está atento al
Espíritu, “las deliberaciones de los hombres son indecisas y sus resoluciones
precarias”.
Entiéndase que la duda aquí planteada –que bien quisiéramos que no fuera duda
alguna- tiene su razón de ser, no en el cuestionamiento de la asistencia
de la Tercera Persona Trinitaria en el Cónclave,ni en la valía
moral de quienes se aprontaban a ser movidos por Él, sino en la incertidumbre
sobre la ciencia, la serenidad y la prudencia de este específico Cardenalato
para signar a la persona indicada. Humanamente consideradas las cosas –y no es
ilegítima esta consideración- la conducta de los electores estuvo condicionada
por la circunstancia inédita y atípica de tener vivo al Papa al que había que
reemplazar. Y reemplazar tras una decisión abdicatoria que aún hoy siembra
inquietudes, suspicacias e interrogantes. Ponerle fin a la vacancia de la sede,
con un Papa honorario o emérito que orando vigila y aguarda, no es ni ha sido
hasta hoy el clima habitual de los Cónclaves.
Al tiempo que escribimos estas líneas, el 15 de marzo, el Papa Francisco le ha
dicho a los miembros del Colegio Cardenalicio en la Sala Clementina:
“Es curioso: yo pienso que el Paráclito da todas
las diferencias en las Iglesias y parece como si fuera un apóstol de Babel”.
Estremece tamaña denotación y referencia al Paráclito, a escasas horas de una
acción directa del mismo sobre el cuerpo colegiado que lo invistió sucesor de
Pedro. Si cabe la posibilidad de que algunos o muchos perciban a la
Tercera Persona como apóstol de Babel, no se pecaría de audacia
concluyendo en que, entonces, algo soterrado y anómalo pudo suceder en este
Cónclave. Permita el Señor que muy pronto tengamos que disipar este dilema con
la certidumbre de que no hubo yerro alguno entre los Cardenales. Lo permita el
Señor,trayendo frutos benditos de este nuevo pontificado, pero no cerremos los
ojos los hombres porque la realidad sea dura de contemplar. Negarse a una
lectura parusíaca de lo que acaba de suceder, por temor a quedar como un orate
de exégesis privadas, puede conllevar el riesgo de negar la existencia misma de
los Ultimos Tiempos, y de los sucesos especiales que los caracterizarían.
2º) Haga lo que hiciere a partir de este momento el Papa Francisco –y esperamos
que todo lo santo y sabio sepa hacer- es imposible omitir o ignorar que el
hombre que acaba de llegar a la silla petrina arrastra concretos, abultados y
probadísimos antecedentes que lo sindican como un enemigo de la
Tradición Católica, un propulsor obsesivo de la herejía judeocristiana, un
perseguidor de la ortodoxia y un adherente activo a todas las formas de
sincretismo, irenismo y pseudoecumenismo crecidas al calor de la llamada
mentalidad posconciliar.
Si a quienes no han tenido ocasión de verificar estos graves cargos –sumables a
otros, largos de enunciar- lo antedicho pareciera desmesura o apriorismo,
sirvan de inocultables pruebas a posteriori las adhesiones a
su pontificado llegadas en estos mismos días desde los cabezales del
Modernismo, desde las altas y siniestras logias hebreas, como la B’Nai
Brith, o desde el templo mayor de la masonería argentina. Documento único en su
género este último, en el que la sede local de la Sinagoga de
Satanás, con la firma del Gran Maestre Ángel Jorge Clavero, y fechando lo dicho
el 13 de marzo, por primera vez se congratula con el nombramiento de un Obispo
de Roma. Que rabinos, cabalistas y masones estén de parabienes, y hasta
compitan en prontitud por hacer llegar sus adhesiones al nuevo Pontífice, es un
aval indeseable que debería preocupar a todo bautizado fiel.Tampoco es una
señal tranquilizadora que ministros del culto israelita llamen “mi Rabino” al
Papa Francisco, mientras reconocidos representantes del progresismo religioso
más radicalizado –como Küng o Boff- ofrezcan su beneplácito en forma
ostensible. Si la complacencia o el silencio de Roma es la única respuesta a
este sinfín de adhesiones tenebrosas, la responsabilidad no está sólo en quien
respalda sino en quien se deja respaldar.
En consecuencia, no se necesita acudir a ninguna teoría conspirativa para dar
como hipótesis razonablemente válida que estas fuerzas, sempiternamente
comprometidas en la disolución de la Fe Verdadera, pudieron haber
tenido algún papel protagónico, tanto en la abdicación de Benedicto XVI,
primero, como en la elección del Cardenal Bergoglio, después. De hecho, durante
su largo ministerio como Pastor de la Argentina, dichas fuerzas
antagonistas dela Cristiandad fueron sus públicas y visibles amistades, a
la par que se marginaba, menospreciaba y castigaba a la filas defensoras de la
ortodoxia católica. La comprensible debilidad humana hará que muchos de estos
perseguidos y damnificados por el Cardenal Bergoglio, callen ahora; o algo más
serio: simulen congratulaciones. En esto, al menos, nosotros no podemos callar
ni fingir. Otros dirán que nada se gana con recordar ahora las muchas
inconductas pasadas del prelado en cuestión. No es cierto. En su Introducción a
la monumental Historia de los Papas, Ludovico Pastor, enseña con la
autoridad que le compete, que “no hay conflicto con la ley de la fama, al
escribir[sobre los Pontífices] las cosas malas pero verdaderas que en su tiempo
fueron públicas”, mientras se sostenga “con suficiente causa, a saber, en
cuanto lo requiere la integridad de la historia”.
3º) Si como bien se ha repetido en estos días, el Cardenal Bergoglio ha muerto
para dar paso al Vicario de Cristo, llamado escuetamente Francisco; si Dios
opera el milagro –tantas veces mentado- de sacar agua de las piedras y de
convertir, una vez más en la historia, a Mastai Ferreti en el insigne Pío IX;
si el Señor sabe escribir derecho con renglones torcidos; pues todo esto lo
creemos, esperamos y rogamos, sin ceder a tentaciones extremosas ni a posturas
eclesiológicas extravagantes. Todo esto lo pedimos con fe inquebrantable,
puesto que el milagro y el misterio están en la vida misma de la
Barca. Nosotros creemos en el milagro. Pío IX, renunciando
virilmente al escandaloso daño que hizo en sus primeros tres años de
pontificado, supo al fin forjar “una página de historia escrita a los pies del
Crucifijo”, según sintetizó Jacques Crétineau-Joly. No hay porqué suponer que
Dios declaró clausa esta posibilidad histórica.
Pero también es católico leer el Libro del Apocalipsis. Y en el
capítulo trece se describe a dos fieras, del mar la una, de la tierra la otra,
que a su turno, y desde ámbitos distintos aunque complementarios, coadyuvan al
triunfo del Anticristo. Contestes están los hermeneutas, y citamos por lo
pronto a Straubinger –quien a su vez remite a los Padres- en que esta fiera
terrena tiene mucha semejanza con el pastor insensato del que
habla Zacarías (Zac.11,15); en que podría tratarse de “un gran impostor que
aparece con la mansedumbre de un cordero”; en que no sería otra cosa, al fin,
más que un falso profeta al servicio de la Bestia.
Pieper dice que esta fiera representa la Propaganda Sacerdotal del
Anticristo; y de sobra es sabido que el padre Castellani sostiene que tiene un
carácter religioso, sin excluir la dolorosa posibilidad de que se trate de un
personaje individual mitrado, un Pseudoprofeta de una Religión Adulterada. Recientemente,
y entre nosotros, fue Federico Mihura Seeber el que le dedicó pensadas páginas
a escudriñar la naturaleza de esta Fiera, considerándola como aquella que le
sirve de profeta, o propagandista o maestro de ceremonias, o Sacerdote o
Pontífice de El Anticristo. Está dicho en su libro homónimo, que
tuvimos ocasión de presentar durante al año 2012.
Expliquémonos sin elipsis en tema tan arduo. No estamos diciendo ni sugiriendo
que el Papa Francisco sea la Fiera Terrena que columbró San
Juan. Estamos diciendo que tan católico es confiar en que la
Divina Providenciapuede hacer de un heterodoxo al Papa del Syllabus,
como tener en cuenta que, alguna vez, un Falso Profeta puede acarrear a la
perdición desde un alto sitial religioso. Y que ese “alguna vez” no puede
excluir nuestro presente, sólo porque nos aterre la sola idea de protagonizar
el final. Quienes quieran confiar en la conversión del Cardenal Bergoglio, y
consecuentemente a la rehabilitación de la Esposa, tan maltrecha hoy, nos
encontrarán entre los suplicantes confiados y firmes. Es más, si como es
deseable y previsible,tal conversión se probara por los frutos, nos encontrarán
entonces al servicio incondicional y gozoso de Francisco. Pero si los frutos
trajeran la desgarradora noticia contraria, no habremos dejado de ser católicos
por recordar la profecía joánica, y obrar en consecuencia, resistiendo al mal
desde el pequeño rebaño. Como no dejó de ser católico el Padre Julio Meinvielle
cuando, en su obraLa Iglesia y el Mundo Moderno, retrató los pasos
de la Revolución Anticristina dentro de la Iglesia,
anunciando su penetración en las obras y el pensamiento, hasta provocar una
verdadera dislocación interior.
Tanto se peca contra la mirada sub specie aeternitatis si nos
negamos a considerar que la gracia de estado puede hacer prodigios, aún en un
hombre contrahecho; como si nos negamos a considerar que la revelación divina
contenida en el Apocalipsis es tema que no nos compete aquí y ahora. Por eso
nos sobresaltó tanto una noticia menor, aparecida en la página segunda del
periódico La Nación, del día 16 de marzo. Según el relato,
Francisco llamó a la Curia de Buenos Aires para cumplir con algunas
salutaciones y recados pendientes. Atendido por la secretaria habitual, y
anonadada la misma, le preguntó perpleja cómo habría de llamarlo. “Llámeme
Padre Bergoglio”, fue la respuesta. El primero que debe creer y aceptar que
Bergoglio ha muerto para dar lugar al Santo Padre Francisco, es el mismo
Cardenal Jorge Mario Bergoglio. La Gracia también supone la gracia.
4º) Más de una vez hemos distinguido con García Morente, entre el
estilo y las maneras. Propio del caballero, aquél;
impropias del mismo éstas últimas. Aplicando a lo que ahora incumbe, no debe
confundirse la virtud de la humildad con su parodia, ni el estilo genuinamente
humilde –que brota del señorío interior- con las maneras sobreactuadas de la
modestia. Una cosa es la posesión de un estilo y otra distinta el
amaneramiento. En nada se analogan el abajamiento ascético y el plebeyismo
gestual. Y si es cierto que la captación del primero supone un espíritu
entrenado, mientras el segundo es fácilmente captable por las masas, mal camino
elegimos si en vez de propender la elevación y el afinamiento de las almas
hacemos ademanes gratos a las tribunas aplaudidoras. Sobre todo, si entre esas
tribunas se haya la prensa internacional,culpable en grado sumo de las
agresiones más viles contra la Iglesia.
Lo
primero que debería hacer un hombre auténticamente humilde es impedir que el
mundo entero cantara loas a su humildad. O por lo menos, protestar que tales
encomios violentan su carácter. Si como bien enseña Santo Tomás (Sum.Th,II,IIae,q.113),
no se debe cometer un pecado para evitar otro, en mucho ha de cuidarse el que
no quiera incurrir en soberbia, de faltar a la caridad hacia el prójimo,
obrando por contraste, de modo tal, que dicho prójimo pudiera ser tildado de
presuntuoso. Calzar por humildad zapatos ordinarios de calle, cuando hasta ayer
se usaron otros en consonancia con los colores litúrgicos y la dignidad del
Divino Peregrino a quien esos pies representan en la tierra, es ofender,o al
menos poner en duda, precisamente por contraste, la humildad de quien hasta
hace instantes calzó de ese modo. Es inexplicable –por no cargar los adjetivos-
que a la par que se alaba a Benedicto XVI públicamente, no se quiera columbrar
el destrato que se le inflige con estas promovidas comparaciones patéticas.
Ejemplo nimio, se dirá; pero se potencia hasta el extremo cuando se dice –como
lo ha hecho Francisco el sábado 16 de marzo- que él bien “quisiera ver una
Iglesia pobre y para los pobres”, como si hasta hoy ambos bienes le hubieran
resultado ajenos u hostiles a la Esposa del Redentor. Como si no
hubiera existido, por caso, un San Pío X, venerado por el pueblo llano, sin
necesidad de bajarse de su trono. Extraña humildad la de tenerse por axis
mundi de una iglesia que recién con uno mismo tomaría conciencia del
bien de la pobreza; y extraña paradoja la de optar por los pobres pero contar
con las fervorosas adhesiones de masones y judíos, que amén de lo más grave –su
condición de cristofóbicos- son los titulares de la usura internacional.
Incluyendo al gran Rabino de Roma, a quien invocando el Concilio Vaticano II,
invitó expresamente a “la misa
solemne de inauguración de mi Pontificado”, pero no a donar sus finanzas para
los más necesitados.
Tampoco debe confundirse el siempre necesario homenaje a la investidura, y en
este caso, nada menos, que a la del Vicario de Cristo, con la superflua
pleitesía a la persona o al funcionario. Bien estará que eliminemos todo signo
exterior de servilismo a la persona, aún el que pueda tener cierto arraigo o
acostumbramiento por el mero paso de los años. Pero no estará bien suprimir el
ceremonial tradicional y digno, con sus signos, sus gestos, sus pasos
demarcados y significativos, porque dicha supresión no comporta incremento de
la humildad sino abolición de los ritos y de los símbolos. La
Iglesia no es la limusina ni los uniformes de los guardias suizos. Pero
bien ha explicado Guardini la pervivencia del espíritu eclesial en los signos
sagrados. Si en nombre de la austeridad quedasen abolidas o relegadas todas
aquellas hierofanías que comporta el canto, la museta, la estola o la bendición
melismática, el Papado no habrá ganado en pobreza evangélica. Se habrá vaciado
de mytos, como diría el fraile Diego de Jesús. Se habrá
inmanentizado y rebajado, para hablar sin metáforas.
Mucho nos tememos, por lo que ya llevamos visto, que el Papa Francisco esté en
tamaño terreno tan completamente desprovisto de un recto criterio, como
transido de malos hábitos porteños, fanatismos futboleros incluidos. El
franciscanismo del Poverello de Asís es garantía de santidad
probada; el de Paolo Farinella, con su novelaHabemus Papam, apenas si
conduce a la risotada zafia. Pero hay un franciscanismo aún peor que registra
con llanto la historia de la Iglesia. Es aquel que bajo cierta
influencia gnóstica de Joaquín del Fiore produjo reformas eclesiales que
adulteraron la mismísima doctrina católica, incurriendo, entre otras, en la
amenaza del utopismo, la herejía perenne, según recordada definición de Molnar.
Capítulo extraño éste del descalzismo o de la descalcez extraviada
en la vida de la Iglesia, que ha sido estudiado,entre otros, por Fidel de
Lejarza, José Antonio Maravall o Georges Baudot. Por eso, bien recuerda el
fraile Miguel Padilla que la pobreza de San Francisco es de índole teologal, no
sociológica; y que expresamente dispensaba de la pobreza lo tocante a la
Sagrada Liturgia y a la Santa Misa. “Los Vasos Sagrados, los Ornamentos y los Libros donde
están las Palabras de Jesús deben ser esmeradamente cuidados."
Hagamos votos para que el franciscanismo del Papa Francisco, en las antípodas
de toda corriente desviada, signifique el retorno a aquella desnudez que
alegorizara Juan Ramón Jiménez: “desnudez malva de estrellas mojadas”, como “la
túnica de una inocencia antigua”. Hagamos votos porque este franciscanismo
restaure a la Nave, defenestrando de su seno a sodomitas y a fenicios, a
los adúlteros espirituales y carnales, a todos cuanto el de Asís les
enrostraba, “¡El Amor no es amado!”, porque se amaban ellos, henchidos de
fariseísmo y de poderes carnales.
Que
lo cuide Dios al Papa Francisco de no confundir el camino. Porque hay confusión
cuando se hace bendecir por el
pueblo; hay confusión al pedir “una gran fraternidad” omitiendo al Padre en que
tal comunión fraterna se vuelve legítima; también la hay si hace prevalecer los
supuestos derechos de las conciencias no creyentes al deber pontificio de
bendecir cruz en ristre, como si esa cruz, trazada siquiera en el aire por la
mano consagrada, pudiera ofender a los incrédulos. Confunde
asimismo el proponer como
modelo sacerdotal la figura inequívocamente progresista del padre Gonzalo
Aemilius, como sucedió el domingo 16 de marzo. No; no son señales
que puedan suscitar una especial tranquilidad.
Hay también otra confusión, que de extenderse fuera del campo acotado en que se
manifestó, puede acarrear acciones gravemente desacertadas. Querer viajar
a la Ciudad Eterna para postrarse ante el Vicario de Cristo, no
es un dolo que deba reprimirse, dando el monto del pasaje a los pobres, sino
una virtud llamada magnificencia: ponerse en gastos y esfuerzos,
precisamente por aquello que es santo, sacro o heroico. Algo nos quiso decir el
Señor al respecto, cuando no avaló al Iscariote que le pedía a María trocar el
rico perfume con que adoraba al Divino Hijo, por su equivalente en metálico
para ayudar a los necesitados (Jn.12,1-11).
Tampoco nos tranquiliza el cuasi unánime aplauso del mundo que, arrobado por su
campechanía, ha dejado de tenerlo como piedra de escándalo y signo
de contradicción. ¡Es uno más del mundo, como ellos y como todos!, festejan
los multimedias. Pero el mundo no necesita que la Silla de Pedro esté
ocupada por un austero fatigador de los transportes públicos, sino por un alter
Christus vigoroso que, báculo en mano, entre en franca y aguerrida
confrontación con él, amonestándolo y enmendándolo. Precisamente ésto enseñaba
San Francisco, que la pobreza es el muro que nos separa del espíritu del mundo.
Cuidado -suplicamos contritos- con equivocar el camino.Pues haber recomendado
la lectura del Cardenal Kasper –llamándolo “un teólogo in gamba”- en el Primer
Angelus del V Domingo de Cuaresma, tampoco nos ayudará a recuperar la iglesia
de los pobres. La evidencia se impone. Kasper –junto con el entonces Cardenal
Bergoglio- es uno de los que en julio de 2004, en el lujoso hotel cinco
estrellas Intercontinental de Buenos Aires, organizaron el
Foro Judeo Católico, auspiciado por importantes organismos hebreos de la
plutocracia americana y europea. En aquella ocasión, el ahora recomendado autor
propuso lisa y llanamente la amalgama de las religiones judía y católica,
porque “ambas son mesiánicas y el mesianismo tiene que ver con la esperanza”.
5º) Algunos, no sin razones, sostienen que lo bueno del Pontificado de
Francisco es la impugnación que su figura representa del gobierno tiránico
kirchnerista, indignándose con los rastreros ataques que le han propinado en
estos días un puñado de sicarios del oficialismo. Va de suyo que asomarse a la
pasquinería izquierdista causa repulsión y espanto. Y que al constatar la
naturaleza teológica del odio a la Fe que esos miserables ejecutan,
no se puede sino estrechar filas junto al Santo Padre. Callar toda reticencia y
ponerse de su lado, codo a codo.
Pero también aquí el simplismo dialéctico puede jugarnos una mala pasada
hermenéutica. Si Francisco hubiera querido diferenciarse del gobierno
argentino, y confrontar abiertamente con los criminales marxistas que lo
secundan por doquier, no sólo debió haberlos descalificados públicamente por
sus múltiples aberraciones, que bien le constan han cometido y cometen, sino
que era la precisa ocasión de proclamar urbi et orbi la
falsificación sistemática de la historia reciente que se viene llevando a cabo,
con el agravante inicuo de miles de personas cautivas, y centenares de ellas
muertas en cautiverio, ofrecidas todas en el altar del revanchismo comunista.
El mundo entero podría haberse enterado de la ignominia y de las muertes que,
en nombre de los derechos humanos, se cometen hoy en nuestra desfigurada
patria. El mundo entero podría haber conocido, por boca del Pastor Universal,
que en la Argentina hubo mártires católicos, de la talla de Genta,
Sacheri o Amelong, asesinados por los mismos que ahora ocupan el poder.
En lugar de eso, un comunicado oficial del Vaticano, firmado por el Padre
Federico Lombardi, el 15 de marzo, aclaraba que “Jorge Mario Bergoglio
hizo mucho para proteger a las personas durante la dictadura” y recordó que una
vez nombrado arzobispo de Buenos Aires “pidió perdón en nombre de la
Iglesia por no haber hecho bastante durante el período de la dictadura”.
En vez de desmontar la falacia, la convalida elípticamente. Lo bueno del actual
Pontífice, entonces, sería lo mismo que siendo Cardenal se ocupó de probar
minuciosamente en su libro El Jesuita: su condición de
colaboracionista de la guerrilla marxista y clero asociado, con diversos
y creativos medios a su alcance. Lo reprobable, paralelamente, y por eso
mismo objeto de su pedido de perdón, habría sido no poder cooperar más con
aquellas “personas” que, sin motivo alguno, claro, un buen día las Fuerzas
Armadas Argentinas se decidieron a combatir. Es la mentira de lo sub-implicado.
“Se trata de una campaña difamatoria, bien conocida”, advirtió Lombardi. La
difamación no consiste en tergiversar horrendamente los acontecimientos sucedidos
en la década del ’70, sino en pretender que en aquellos turbulentos años, el
Cardenal Bergoglio haya podido estar del lado de los represores del terrorismo
rojo. Así, imprevistamente, la impostura basal de todas izquierdas vernáculas y
mundiales, ha quedado convertida en versión canónica, con el aval de la
Santa Sede. Y sellada con el pacto de cortesía recíproca que
presidió el encuentro entre Francisco y la comitiva oficial del Gobierno
Argentino, el mediodía romano del 18 de marzo. Ni Francisco condena la tiranía
marxista que nos asfixia, ni Cristina avanza en su descalificación del reciente
Obispo de Roma; antes bien descubre coincidencias y comparte regalos. Entente
cordiale para todos y todas.
Algún día habrá que hallar una palabra exacta para rotular la conducta de la
actual dirigencia política –oficialismo y oposición, presidenta y escoltas, lo
mismo dá- que satánicamente hostiles a la Iglesia y al Papado hasta
hace minutos, pugnan ahora por derrocharse en majaderías, remilgos y solícitas
condescendencias. Pero si no hallamos esas palabras, repetiremos las de Pármeno
a Calisto, en el acto cuarto de La Celestina, refiriéndose a la
inmunda buscona: ¡[prostituta] vieja!. Y aunque lo nieguen, dice
Pármeno, así lo repiten los ladridos y las aves, los ganados y las bestias, los
herreros, los armeros, los caldereros y arcadores. Todos a una le gritan el
mote infamante y redondamente verídico.
6º) Ante la renuncia de Benedicto XVI, escribimos una nota diciendo
claramente que la misma nos dolía. Y tras explicar los motivos, asentamos,
entre otros, el hecho de que, guste o disguste, la Iglesia, en la
práctica, quedará sujeta a una bicefalía .Tanto más si, como está a la vista,
el heredero del Cardenal Raztinger parece querer diferenciarse de él, y de sus
predecesores, con una seguidilla intempestiva de actitudes externas que, o
buscan presentarse como revolucionarias, o si no lo son, resultan pasibles de
ser leídas así por el mundo. No creemos que se explicite ninguna hermenéutica
de la ruptura, y tal vez todo acabe en la argentina teatralidad de los
mocasines gastados. Más que no creerlo, no lo esperamos, pues confiamos en
que la Divina Providencia resguarde a la Cátedra dela
Unidad. Pero lo sucedido en estos escasos días pontificales de Francisco
está siendo tomado y exigido por muchos como una ruptura, sin que hasta ahora
se le haya puesto un freno severo y categórico a tamañas conjeturas. La homilía
del día de la asunción formal del Pontificado era una ocasión propicia para
ello. Se la utilizó en cambio para dar consejos píos sobre la ternura y el
cuidado del medio ambiente.
Quienes se entusiasman hallando en Francisco muy buenas y oportunas
expresiones de recio cuño católico, están en todo su derecho. Nos sumanos con
renovada esperanza a tan honesto entusiasmo. Porque esas muy buenas
expresiones, es cierto, las ha proferido. Pero muy avanzada está entonces la
descomposición causada por la guerra semántica en la Iglesia –por ese
pendularismo que denunciara Romano Amerio- si hemos llegado al punto en que la
sorpresa gozosa de nosotros, los fieles, es escuchar a Pedro hablar como Pedro.
Aquella abdicación de Benedicto nos dolía, supimos decir. También nos duele
esta designación. Es un dolor indescriptible y hondo, amasado en el recuerdo
vivo y fresco del sinfín de actitudes opuestas a la Verdad que le
vimos protagonizar cara a cara al entonces Jorge Mario Bergoglio. Es un dolor
que no se parece a ningún otro, y que sólo puede cauterizar la espera
esperanzadora y longánima de los frutos.
En esa espera tensa nos acompaña una promesa, un pedido y un ejemplo. La
promesa es de Nuestro Señor Jesucristo. “Yo rezaré por tí para que no
desfallezca tu fe”, le dijo a su primer vicario, y en él a todos sus sucesores.
Sila Fe no le desfallece y la conversión lo reviste con su gracia, habrá
un bien para la Barca y aún para la Argentina.
El pedido es el del mismo Papa Francisco, en su primera aparición; quien sin
olvidar su clásico “recen por mi”, agregó además el recemos los unos por los
otros. Oremus ad invicem. Éso hagamos. Recemos recíprocamente para
sostenernos en estos tiempos, tal vez apocalípticos, sin el uso hiperbólico
sino estricto de la palabra; y elevemos en común la plegaria a la
Trinidad Santa para que nos permita discernir, sirviendo siempre a lo
que es de Dios y combatiendo con ahínco cuanto se le oponga, proceda de donde
procediera. Si fuera la hora de la luz, que nos dejemos envolver por ella,
olvidándonos de las tenebrosidades del pasado. Si en cambio éstas persistieran,
que no desertemos de la luz, como diría Thibon. No estamos llamando a la
rebeldía ni a la desobediencia, ni a dar por nula la autoridad pontificia, sino
al recto discernimiento. Sin palabras crípticas digámoslo ya todo: no podemos
ni debemos seguir al Cardenal Bergoglio. Si transfigurado en cambio por la
plenitud de la gracia de estado, ese pastor que conocimos se ha convertido ya
en el dulce Jesús en la tierra, se nos conceda el privilegio de prosternarnos
ante él.
Una promesa , un pedido y un ejemplo, decíamos. El ejemplo es el de San
Francisco de Asís. Así lo contempló Anzoátegui, con su pluma señera:
“Juglar de Dios,
rotoso
Príncipe y paje
de Nuestra Señora,
¡Qué dulce, qué
gozoso
aquel ritual que
otrora
te abría las
compuertas de la aurora!”
Imaginémoslo –como lo hizo Rubén Darío- saliendo a la búsqueda del lobo para
quitarle el demonio del cuerpo. O mejor aún, como lo describe la hagiografía,
recibiendo en el monte Alverna los estigmas de Jesucristo, después de lo cual
quedó transido de un maravilloso fuego de amor.
No los halagos de los más perversos enemigos de la Cruz, que hoy forman
fila para congratularse y encomiarlo, sean los adornos del Papa Francisco. Sino
quellos rituales “que otrora abrían las compuertas de la aurora”. Y mejor aún:
las señales cruentas, abiertas y sangrantes del Madero. Porque la única revolución que
necesita la Iglesia es en la acepción que hiciera Chesterton de la
odiosa palabra: dar la vuelta entera; que en este caso no sería otra cosa más
que regresar a las fuentes vivas, primeras y fundantes de su Gloriosa
Tradición.
Antonio
Caponnetto, revista Cabildo.
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