12 de marzo de 2013
Bulas a peseta para comer carne en cuaresma
Día 25/02/2013 - 08.19h
«A mí me mandaba mi madre a comprar la bula para la Cuaresma y yo buscaba en el cajón la del año anterior y me quedaba el dinero», recuerda el historiadorJuan Eslava Galán de su pícara niñez, hace medio siglo, cuando los cuarenta días anteriores a la Semana Santa se vivían entre ayunos y abstinencias en recuerdo de los que pasó Jesucristo en el desierto.
El Miércoles de Ceniza abría un tiempo de penitencia hasta el Domingo de Resurrección que marcaba las comidas, la diversión y el día a día. «Comer de viernes» era una costumbre tan arraigada que existía una cocina específica de abstinencia. El cocido omnipresente se sustituía por un potaje de garbanzos con espinacas y algo de bacalao y quien podía tomaba algún pescado, en general sardinas o arenques y en muchas ocasiones en escabeche. «La Cuaresma se representaba como una vieja con 7 pies (por las siete semanas que abarca) y un bacalao seco en la mano», comenta Eslava Galán. El ayuno y la abstinencia se cumplían a rajatabla y tomar por descuido embutido era motivo de confesión para aquellos que no se hubieran hecho con una bula.
«Los diocesanos que no tomen la bula y su indulto, pecan mortalmente si no observan la vigilia todos los viernes del año, guardan el ayuno todos los días de Cuaresma y abstinencia con ayuno el miércoles de ceniza, todos los viernes y sábados de Cuaresma», señalaban lasnormas del obispado de Madrid-Alcalá de 1950. Quienes hubieran adquirido la Bula de la Santa Cruzada y su indulto de carnes solo tenían la «obligación de observar vigilia todos los viernes de Cuaresma, guardar ayuno el miércoles de ceniza y ayunar con abstinencia el Viernes Santo». Podían así tomar huevos, productos lácteos y pescado cualquier día, incluso los de ayuno.
El precio de la misma, de entre 50 céntimos hasta 10 pesetas, dependía del nivel económico que se tuviera. «Te las vendía el párroco en la sacristía y en aquellos tiempos era conveniente ser generoso con la Iglesia», señala Eslava Galán. «Inevitablemente la adquisición del privilegio se hizo indicador del estatus social, y se hacía ostentación de él», añade en un capítulo de su libro «Tumbaollas y hambrientos».
La Bula de la Santa Cruzada había sido concedida a los Reyes Católicos por el Papa Julio II en 1509, a semejanza de las que otorgaron Urbano II e Inocencio III a los cristianos que fueron a recuperar la Tierra Santa vistiendo la roja divisa de los cruzados en el pecho. Los sucesores Pontífices continuaron con la concesión, siempre por tiempo limitado, mandando que el importe de las limosnas se destinara al culto de las iglesias. El documento pontificio era conducido bajo palio en procesión en varias ciudades españolas, como en ésta de Madrid de 1918 que reflejaron las páginas de ABC.
En los años 60 se produjo una relajación de las costumbres que coincidió con la emigración de obreros españoles y la llegada del turismo. «La gente ya no las compraba como antes», apunta Eslava Galán.
En 1966, tras el Concilio Vaticano II, Pablo VI suavizó las normas de ayuno y abstinencia para los católicos de todo el mundo. Mantuvo el carácter penitencial del viernes con la obligación de abstenerse de comer carne, pero liberó de ella a los menores de catorce años (antes se exigía desde los 7 años) e hizo más llevaderas las normas del ayuno cuaresmal. Ese mismo año, la Conferencia Episcopal anunciaba ladesaparición definitiva de la tradicional Bula de la Santa Cruzada, renunciando a unos ingresos que en los últimos años habían alcanzado los 96 millones de pesetas.
La bula había permitido a los españoles vivir la cuaresma sin el rigor de otros países. En Francia, por ejemplo, Luis XIV ordenó en 1671 a la policía registrar las casas para requisar los alimentos prohibidos.
La clase media era la que más cumplía con la «vigilia», aunque no sin dificultad. El pescado llegaba a los pueblos «poco y mal», señala el historiador. Los pescaderos conducían de noche para regresar al amanecer con el pescado comprado a última hora del día anterior en aquellas localidades que se encontraban más o menos cerca de la costa. Por entonces no había refrigeradores en los que conservarlo. Se comía mucha sardina y arenque, aunque el rey era el bacalao. Luis Gabaldón escribía un elogio a este pescado en ABC allá por 1908 al que llama «el árbitro de la vigilia, más aún, el anarquista de la carne» y relata cómo muchas casas de huéspedes cerraban «por vigilia», ante los problemas de organizar comidas de abstinencia.
Los españoles de principios y mediados del siglo pasado debían vestir además de forma modesta, dar limosna, velar (privarse del sueño), abstenerse de diversiones e incluso de hacer vida social y a los esposos se les pedía continencia sexual, siguiendo una decretal de un pontífice del siglo IV. «Obviamente no se pedía desde el púlpito, pero se veía conveniente. Eran días de recogimiento, en la que no convenían las manifestaciones de alegría», comenta Eslava Galán, que en un artículo relata cómo en el Cancionero de la Vaticana se cuenta que el rey requirió en amores a una soldadera y ella lo rechazó por ser Semana Santa y tener que guardar abstinencia.
La música resultaba inadecuada y las emisoras cambiaban las variedades por la música sacra. Las salas de baile se veían obligadas a cerrar por mandato de la autoridad e incluso la cuaresma se reflejaba en los comercios. El historiador, que aborda estos años en sus libros «De la alpargata al 600» o «Los años del miedo», cuenta a ABC cómo «había tiendas que arreglaban los escapates con motivos religiosos y las corseterías quitaban de ellos parte de su género porque estaba mal visto todo lo que pudiera favorecer la lujuria». Se llegaba a tapar las esculturas.
Los cines cerraban o solo ponían películas de carácter religioso y las procesiones eran cotidianas en toda España, especialmente en Castilla y León, Extremadura y Andalucía. Muchas de ellas han perdurado hasta hoy, como también se mantiene el ayuno y la abstinencia el miércoles de ceniza y el Viernes Santo y la abstinencia los viernes de Cuaresma para los católicos, pero no como antes.
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