VI Estación
La Verónica limpia el rostro de Jesús
V. Adorámus te Christe et benedícimus tibi.
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V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.
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R. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
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A primera vista se podría decir que nunca hubo en la Historia un premio tan grande. En efecto, ¿qué rey tuvo en sus manos una tela tan rica como aquel Velo? ¿Qué general tuvo bandera más augusta? ¿Qué gesto de coraje y dedicación fue recompensado con favor más extraordinario?
Sin embargo, hay una gracia que vale mucho más que la de poseer milagrosamente estampada en un velo la Santa Faz del Salvador. En el Velo, la representación del Rostro divino fue hecha como en un cuadro. En la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, es hecha como en un espejo.
En sus instituciones, en su doctrina, en sus leyes, en su unidad, en su universalidad, en su insuperable catolicidad, la Iglesia es un verdadero espejo en el cual se refleja nuestro Divino Salvador. Más aún, Ella es el propio Cuerpo Místico de Cristo.
¡Y nosotros, todos nosotros, tenemos la gracia de pertenecer a la Iglesia, de ser piedras vivas de la Iglesia!
¡Cómo debemos agradecer este favor! No nos olvidemos, sin embargo, de que “noblesse oblige”. Pertenecer a la Iglesia es una cosa muy alta y muy ardua. Debemos pensar como la Iglesia piensa, sentir como la Iglesia siente, actuar como la Iglesia quiere que procedamos en todas las circunstancias de nuestra vida. Esto supone un sentido católico real, una pureza de costumbres auténtica y completa, una piedad profunda y sincera. En otros términos, supone el sacrificio de una existencia entera.
¿Y cuál es el premio? Christianus alter Christus. Yo seré de modo eximio una reproducción del propio Cristo. La semejanza de Cristo se imprimirá, viva y sagrada, en mi propia alma.
Ah, Señor, si es grande la gracia concedida a la Verónica, cuánto mayor es el favor que a mí me prometéis.
Os pido fuerza y resolución para, por medio de una fidelidad a toda costa, alcanzarlo verdaderamente.
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Pater Noster. Ave Maria. Gloria Patri.
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Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
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V. Ten piedad de nosotros, Señor
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R. Miserére nostri.
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R. Señor, ten piedad de nosotros
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V. Fidélium ánimae per misericordiam Dei requiéscant in pace.
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V. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
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R. Amen.
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R. Amén
"Catolicismo" Nº 3, Marzo de 1951
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