10 de febrero de 2014
La Infanta rinde cuentas en La Zarzuela y alivia la tensión en la familia real
el pais - NATALIA JUNQUERA Madrid 10 FEB 2014 - 00:49 CET189
Tras declarar durante seis horas en el juzgado frente al retrato vigilante de su padre, el Rey, la infanta Cristina voló a Madrid y fue directa a La Zarzuela para examinarse frente a frente ante el Monarca. En el vuelo a la capital, donde viajaba una periodista de Telecinco con cámara oculta, conservaba la sonrisa con la que se había vestido para acudir a declarar como imputada. Doña Cristina cenó con los Reyes, quienes durante toda la jornada, como los Príncipes, habían estado muy pendientes de su cita con el juez. Durmió en palacio y ayer por la mañana regresó a Ginebra para reencontrarse con su marido y sus cuatro hijos.
Esa cena en La Zarzuela habla de un un punto de inflexión entre la Infanta, la familia real y la Corona. A doña Cristina le costó entenderlo. Durante meses, al igual que su marido, ha vivido las imputaciones —las suyas y las de Iñaki Urdangarin— y la investigación del juez José Castrocasi como una conspiración, según fuentes de su entorno. La Infanta no parecía consciente de la gravedad de la situación y sobre todo, del daño que el caso Nóos estaba haciendo a la Corona, que ya tenía sus propios problemas: la cacería de Botsuana, las entradas y salidas del quirófano del Rey...
Esa actitud explica torpezas como imponer la presencia de su marido en la habitación en la que estaba ingresado el jefe del Estado o insistir en presentarse en el hospital acompañada del imputado Carlos García Revenga, su secretario. Gestos como aquellos, o el de la Reina, que antepuso su condición de madre al dejarse fotografiar en Washington en apoyo de su hija y su yerno cuando estalló el escándalo, provocaron una permanente tensión entre la institución y la familia y el distanciamento total de los Príncipes, que no estaban dispuestos a dejarse arrastrar, como doña Cristina, por Urdangarin.
Mientras la Infanta cerraba filas con su marido, la Casa del Rey disponía, uno tras otro, cuantos cortafuegos se le ocurrieron para proteger a la institución. Ambos fueron apartados de la agenda oficial en octubre de 2011.
Doña Cristina no es recuperable para las actividades oficiales de la Corona, que ha prometido, como dijo el Monarca en su discurso de Nochebuena, asumir su “obligación de ejemplaridad”. Pero la cena del sábado en La Zarzuela marca un punto de inflexión en esa tensión familiar que tanto estaba afectando a la institución. La cena tras la declaración judicial fue informativa para la Casa del Rey, que necesita saber a qué atenerse, y balsámica para la familia. Los Príncipes, que cortaron por lo sano con los duques de Palma —a los que antes estaban muy unidos— cuando empezaron los problemas con la justicia, también querían escuchar ayer, saber cómo le había ido a la Infanta en la crucial cita en los juzgados.
Doña Cristina cerró filas con su marido, no se planteó la separación ni la renuncia a sus derechos dinásticos. Pero ha empezado a comprender el daño que ha causado a la Monarquía. Ese cambio comenzó a apreciarse hace un mes, tras una visita de su abogado, Miquel Roca, a La Zarzuela. Tras el encuentro con el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, se hizo ver a la Infanta que lo mejor para todos era no recurrir la segunda imputación y acudir a declarar ante el juez para no arriesgarse a que el recurso fuera rechazado y sobre todo, para no alargar el “martirio”.
Que la Infanta ha empezado a comprender se vio también en el interrogatorio del sábado. El único momento en que pareció perder la calma y emocionarse fue, según fuentes judiciales, cuando las preguntas aludían a su padre, el Rey: cuando el juez le preguntó por el préstamo de 1,2 millones de euros que le hizo para comprar el palacete de Pedralbes y por su grado de conocimiento sobre los negocios de Urdangarin.
La Zarzuela y los miembros de la familia real hablan poco, sobre todo, por temor a equivocarse. Pero sus gestos dicen mucho. Y en los del último mes están escritos los pasos para lograr una estrategia común —la mediación de Roca, el abogado elegido por el Rey ha sido clave— con el fin de frenar el desgaste de la institución. Así, se cuidó que la Infanta no fuera a La Zarzuela la semana antes de su declaración; que tampoco la Reina fuera a verla a Barcelona para apoyarla públicamente como había hecho con su yerno en Washington; que de la Casa del Rey no salieran declaraciones similares a las del presidente Mariano Rajoy asegurando que a doña Cristina le iría “bien” en los tribunales; que no fuera al palacio de Marivent; y que nadie de La Zarzuela la acompañara a Palma. Gestos coordinados, para el bien de todos, para el futuro de una familia en la que el único que se queda fuera es Urdangarin.
Superado el trance de la declaración de la Infanta y bastante recuperado de su operación de cadera del pasado noviembre, el Rey retoma mañana con una visita a Lisboa los viajes al extranjero —el último fue hace siete meses, a Marruecos—.
Mañana cenará con el presidente portugués, Aníbal Cavaco Silva, y el italiano, Giorgio Napolitano. Y el miércoles pronunciará un discurso para clausurar el IX encuentro Cotec Europa, que pone en contacto a emprendedores y líderes políticos.
Antes, el Monarca recibirá hoy en La Zarzuela al exprimer ministro de Túnez Hamadi Yebali. Precisamente el pasado viernes, el Príncipe asistió a la ceremonia de la adopción de la la nueva constitución del país tras la primavera árabe.
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