22 de febrero de 2014

Come y calla... en Nueva York

Come y calla... en Nueva York

Un restaurante ecológico apuesta por cenas en silencio, de inspiración budista


Los cocineros Nicholas Nauman y Eva Schmidt, en el restaurante silencioso Eat. / STEFANO GIOVANNINI ((BROOKLYN PAPER))
Ni móviles, ni cámaras, ni una voz más alta que otra. La ley del come y calla se ha impuesto en uno de los restaurantes con más seguidores de una de las zonas más en alza de Brooklyn, Greenpoint. Y como su propio nombre indica, es un punto con muchos partidarios de la vida en verde: comida ecológica, mentes sanas en cuerpos sanos...
En este caldo de cultivo, del gusto por los productos ecológicos cultivados en el propio Estado de Nueva York, con la máxima de la huerta al plato, nació Eat Greenpoint: café confortable, restaurante de comida casera, horno y panadería... El restaurante luce paredes blancas, bancos y mesas de madera, también utensilios de madera junto a los de metal, cuencos de cerámica hechos por artistas locales y por el propio dueño del establecimiento, Jordan Colón.
Al traspasar la puerta, donde está aparcada una carretilla huertana, y asomarse al recinto, da la impresión de que se entra en una especie de templo. Y es precisamente una inspiración espiritual, la forma silenciosa de comer en los monasterios budistas, lo que animó a Nicholas Neuman (28 años), chef y camarero de Eat, a experimentar —tras un iluminador viaje por India— con las comidas donde la boca se abre para masticar y tragar, no para hablar. Se sirve y se come en silencio durante una hora.Los camareros tampoco hablan, sonríen al menos. Y gesticulan. Como los comensales.
No hace falta pedir porque el menú, solo para 25 personas, está escrito a tiza en la pizarra y en el caso de las Silent Meals, se trata de un menú cerrado de cuatro platos, por 30 euros. Los que no pueden más y se saltan la norma silente tienen que salir a los bancos de fuera del restaurante a seguir comiendo y hablando, si quieren, como cotorras.


El restaurante neoyorquino Eat.
La iniciativa de Eat se estrenó tímidamente en verano pasado y en el invierno se hizo notoria, sorprendiendo en las agitadas noches de viernes y sábado. ¿Una hora sin oir ni un ruido? ¿En una ciudad donde un tercio de los restaurantes superan incluso los 96 decibelios de sonido? Visto como una escapada de relax antiestrés, como ventaja para gourmets solitarios o por simple morbo. Eat se convirtió en polo de atracción. Para Neuman, su idea es justo un incentivo “para saborear la comida mejor, para concentrarse en las propiedades viscerales del acto de comer”.
Tras el consiguiente revuelo mediático, el local registró llenos, con los comensales hambrientos de experiencias obligados a reservar con un montón de días de antelación. El éxito de la experiencia les ha hecho a los gestores de Eat mantener su propuesta silenciosa, incluso han añadido elementos extraculinarios, como una sesión de yoga. Tras unas comidas silenciosas escalonadas en lo que va de año, a partir del próximo abril se celebrarán de forma estable todos los primeros domingos de cada mes, previa reserva.
Aunque Eat Greenpoint está labrando fama mediática por la excentricidad del silencio y ya tiene un público urbanita fiel que huye del mundanal ruido, no parece convencer a los especialistas. Estos no piensan que sus sencillos platos con profusión de vegetales estén a la altura de los paladares más exigentes. El crítico Steve Cuozzo le dio un cero en su reseña para The New York Post. Pidió opinión al chef neoyorquino Eric Ripert, poseedor de tres estrellas Michelin en su restaurante Le Bernardin y budista practicante. Y la respuesta fue demoledora: “Si quiero comer en silencio me voy a casa o a un monasterio”.
“Aunque mucha gente come en casa frente al televisor sin intercambiar una palabra con la familia, no creo que una iniciativa de negocio como la de Eat triunfara en España”, opina José Ramón Calvo, jefe de sala del restaurante vasco Mugaritz. Allí también reina la quietud, pero no tanto como “para renunciar al placer de la charla”. “Nuestra personalidad y nuestra cultura gastronómica es de disfrute y de compartir”.
El restaurante estadounidense sigue tenazmente con sus comidas en silencio a pesar de las críticas de expertos gastronómicos. Lo suyo, que no es único —la artista australiana Honi Ryan ha organizado fiestas culinarias mudas y las quiere exportar a Londres— ha llegado a la publicidad. Unanuncio de Lanvin muestra una cena en silencio como algo chic.


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