20 de abril de 2009

José María Merino ingresa en la RAE con un discurso sobre el poder de la ficción

EL PAIS

Un 'imaginador' en la Academia

José María Merino ingresa en la RAE con un discurso sobre el poder de la ficción

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 20/04/2009

Como un "imaginador de ficciones". Así se definió ayer José María Merino durante su ingreso en la Real Academia Española. El escritor, nacido en A Coruña en 1941 pero leonés de adopción, tituló su discurso Ficción de verdad, una lección magistral de 27 folios sobre cómo surge y se desarrolla un relato en la mente de su creador.
"La ficción fue lo que inventó al ser humano, y no al revés"
Después de expresar su gratitud a los académicos que presentaron su candidatura -Luis Mateo Díez, Arturo Pérez-Reverte y Álvaro Pombo- Merino pasó a recordar su fascinación infantil por el diccionario de la RAE que había en la biblioteca de su padre, una particular máquina del tiempo llena de "términos insólitos" como "jarcias, cofas y obenques".
Una vez hecho el preceptivo elogio del comparatista Claudio Guillén -su predecesor en el sillón "m" y "un asombroso viajero en los espacios de la literatura, por encima de lenguas y fronteras" -, el narrador recurrió a la "paradoja fundamental" establecida por uno de sus propios personajes: "No fue el ser humano quien inventó la ficción, sino la ficción lo que inventó al ser humano".
Tras recordar que, pese a que Platón desconfiaba de ella, la invención literaria es anterior a muestras de civilización como la agricultura o la cerámica, el autor de La orilla oscura defendió la ficción como "nuestra primera sabiduría consciente", aquello que ordena el desorden de la realidad y nos permite entenderla, aquello, en defintiva, que nos hace sapiens.
Pero José María Merino, que en estos día publica nueva novela, La sima (Seix Barral), no tardó de pasar de la teoría a la práctica, no sin antes aclarar que la ficción no es ni verdad ni mentira sino una "revelación, mediante lo simbólico, de lo que la realidad esconde. Así, el escritor fue desgranando el andamiaje de un relato que, dijo, ha "barruntado" últimamente.
A partir de la foto de Las tres gracias de Altagracia, un cuadro pintado en el Caribe por Félix de la Concha, marido de la poeta Ana Merino, hija del nuevo académico, éste relató cómo había empezado a imaginar una vida ficticia para la niña que aparece retratada en él. Se abrió entonces en la Real Academia una ventana a la invención por la que entraron los inmigrantes latinoamericanos en España, Sigmund Freud, Dickens, Zola, Galdós y hasta el mismísimo monstruo de Amsteten, "anticipado", dijo el orador, por una antigua pieza del romancero español en el que un rey, rijosamente encaprichado de su hija Delgadina, la encarcela con el consentimiento del resto de la familia. Cuando la realidad se torna inverosímil, la literatura viene al rescate.
Firme defensor del cuento, un género seminal pero maltratado por los editores y los lectores modernos, José María Merino continuó analizando la cocina de su propio relato caribeño al tiempo que insistía en que, en el ejercicio de la narrativa corta, la "intensidad suele ser inversamente proporcional a la extensión" y que, por tanto, "alargar significa debilitar".
Tal vez para no debilitar su discurso, cuya edición conmemorativa reproduce el cuadro de De la Concha, el escritor leonés no se alargó mucho más. Puede que algún día los lectores se encuentren en un libro suyo con el cuento que él mismo analizó ayer en un acto, presidido por Ángel Gabilondo, nuevo ministro de Educación. La sesión llenó la Academia de autores de todas las generaciones. Del premio Cervantes Antonio Gamoneda al ex ministro de Cultura César Antonio Molina pasando por novelistas como Juan Eduardo Zúñiga o Clara Sánchez y poetas como Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca y Luis Muñoz.
Las palabras de contestación a José María Merino corrieron a cargo de Luis Mateo Díez, que repasó la trayectoria literaria de su paisano y subrayó su defensa de un género tan poco frecuentado por la literatura española como el fantástico. Sin olvidar su labor como poeta, cerrada ya pero decisiva. "El aliento poético", dijo, "impregna el sustrato de la narrativa de Merino, que no rehúye ninguno de sus alicientes expresivos y significativos".