14 de diciembre de 2017
Un crimen por los colores de una bandera
Un crimen por los colores de una bandera
Conmoción por el
brutal ataque en Zaragoza a Víctor Laínez. Su agresor ya había mostrado
aversión por la rojigualda
EL
PAIS - Zaragoza 14 DIC 2017 - 06:27 BRST
Amigos
de Víctor Laínez en el cementerio de Torrero (Zaragoza). JAVIER CEBOLLADA FOTO:
EFE / VÍDEO: ATLAS
“Salimos cuando vimos tres patrullas y una
ambulancia”, dice la propietaria de un pub cercano al bar El Tocadiscos, en
Zaragoza. Nadie había oído gritos ni golpes en esa madrugada del viernes. Dentro de El
Tocadiscos yacía el cuerpo de Víctor Laínez, de 55 años, con unos tirantes con
la bandera española que, hasta el momento, parecen ser el único motivo conocido
de una salvaje agresión. Los servicios de urgencia trataron de reanimarle, pero
cayó en muerte cerebral hasta el pasado martes, cuando se confirmó su
fallecimiento.
·
La Policía toma declaración a otro joven por la paliza que causó la
muerte a un hombre en Zaragoza
“Nos habíamos [...] con los tirantes”, dice un
amigo de Laínez que había estado con él hasta una hora antes del crimen.
“Además, llevaba también un cinturón”, añade. Otros vecinos recuerdan que los
tirantes eran una prenda habitual de Laínez, aunque no con los colores de la
bandera.
El único detenido por la agresión es Rodrigo Lanza, un
activista okupa de origen chileno que pasó cinco años en la cárcel por un
ataque a un guardia urbano en Barcelona en 2006 al que dejó tetrapléjico. Tras
salir de prisión, se trasladó a Zaragoza. Entre otras ocupaciones, Lanza era
“mecánico de bicicletas a domicilio” en una empresa que llamaba Último eslabón.
Aquella noche, Lanza iba presuntamente con otras
tres personas, una de las cuales ha prestado ya declaración. Los únicos
testigos son el propietario de El Tocadiscos y un pequeño grupo de clientes. La
versión más probable del ataque es que Laínez estaba de espaldas cuando le
golpearon con un objeto metálico, posiblemente el sillín de una bicicleta. El
dueño limpió el charco de sangre al final de la barra del local, cerca de la
entrada de los baños, después de que la policía concluyera el atestado.
El Tocadiscos es un pequeño local con un jukebok (gramola) que hace tiempo que no funciona.
Solo abre viernes y sábados (y aquel jueves por ser víspera de festivo) y no ha
vuelto a levantar la persiana. A la entrada del local, dos docenas de velas y
un cartel de Feliz Navidad recordaban ayer al fallecido.
Laínez era un cliente habitual de El Tocadiscos,
como de otros locales cercanos. Vivía a dos calles de este pub del barrio de La
Magdalena, al lado del Coso y a 13 minutos a pie de la Basílica del Pilar. Los
vecinos le veían a menudo con su moto Harley Davidson y su perrito negro Boss.
A quien nadie conocía en aquellos locales era al
ahora detenido, Rodrigo Lanza. “¿Qué hacía Lanza en Zaragoza?”, se pregunta el amigo que
compartió con Laínez una parte de la trágica madrugada.
En medio de un clima de indignación, algunos han
apuntado al Ayuntamiento, gobernado por Zaragoza en Común, por su tolerancia
con el colectivo okupa. En febrero de 2015, el hoy teniente de alcalde Alberto
Cubero asistió a una charla de Lanza sobre la ley mordaza y
la represión. El secretario general de Podemos en Aragón, Nacho Escartín, pedía
señalar “a los culpables” en enero de 2015 desde un acto donde Lanza contaba su
versión de los hechos que le habían llevado a la cárcel.
El concejal de Urbanismo, Pablo Muñoz, intentó ayer
desligar tajantemente el incidente con la política municipal hacia el
movimiento okupa. “Se está valorando la situación de una persona, que no podemos
extrapolar a un colectivo, y no creo que se deba aprovechar que existe una
persona…, son debates diferenciados”, dijo. Por la tarde, todos los grupos
municipales acordaron una declaración institucional.
Pero la pregunta que planea por Zaragoza gira sobre
todo en torno a los tirantes: ¿puede ser que unos tirantes con los colores de
la bandera de España estén en el origen de una discusión que acabó en una
agresión injustificada y brutal?
Algunos han recordado la actitud mostrada días
antes por el detenido. Un anticuario que tiene un puesto en el mercado
dominical de San Bruno, donde vende banderas de España preconstitucionales,
recuerda una visita de Rodrigo Lanza hará dos o tres semanas.
Lanza le pregunto por qué vendía aquellas banderas. El anticuario le contestó
que vendía lo que le daba la gana y que se largara.
“Le gustaba lo
militar”
“No era la primera vez que le llamaban facha y no
era de los que se callaba”, dice un amigo de Laínez desde hacía dos décadas.
“Le gustaba lo militar, más por la épica, y era normal verle con ropa así”.
Pero nunca se metía en líos serios, añade.
El jefe nacional de La Falange, Norberto Pico,
acudió ayer al tanatorio. Su partido, sin embargo, no tiene constancia de que
Laínez fuera afiliado: “No estaba confirmado que lo fuese porque no nos hemos
parado a mirarlo”, dijo a EL PAÍS. Su motivo para presentarse en Zaragoza fue
la ola de solidaridad hacia Laínez que se ha desplegado en las redes sociales.
La pasión de la víctima por las motos le había
llevado a pertenecer al club motero zaragozano de Los Templarios, pero ya no
era miembro, según un comunicado oficial.
Laínez había dejado de trabajar hacía unos cuantos
años. Había estado muy enfermo y seguía sin recuperarse, según tres amigos muy
cercanos. También había engordado mucho. “Hace unos años no le hubiera pasado algo así, era una mole humana”, dice uno
de ellos. Laínez era un enamorado del flamenco, del rockabilly y de la fiesta en general. Un
amigo dj le recuerda como el alma de la noche en uno de
los locales donde trabajaba. “Cogía el micro y animaba a todos”, dice, y añade:
“Le gustaba la vida y tonto no era”.
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