1 de diciembre de 2017
Nunca de amarillo
Nunca
de amarillo
Desde que Molière murió, en 1673, vestido de este
color, todo el mundo de la escena lo evita. ¿Cómo pudieron elegirlo para
significar un movimiento que es sobre todo teatral?
Un ciclista
después de una protesta en Barcelona contra la aplicación del artículo 155 de
la Constitución el pasado 21 de noviembre. JOSEP LAGO AFP
Nuevamente una mala decisión. Lo fue
sustituir la señera para la estelada, bandera de todas las derrotas. También
tomar caminos unilaterales en lugar de bilaterales o multilaterales, las prisas
en lugar de la paciencia estratégica y las mayorías avaras en lugar de las
calificadas.
Ahora han cometido otro error al elegir el amarillo para la
protesta contra el 155, contra los encarcelamientos y en favor de las candidaturas indepes.
Con la cantidad de actores movilizados en
el proceso y la gran dosis de teatro que se ha hecho durante estos
interminables cinco años, ¿cómo puede ser que nadie les haya dicho a los
dirigentes que nunca hay que subir a un escenario vestido de amarillo y ni
siquiera con un detalle de este color en el pecho? Desde que el gran Molière
murió en el escenario vestido de amarillo el 17 de febrero de 1673 durante la
representación de El enfermo imaginario, la gente de teatro rehúye el color amarillo,
al menos cuando tiene que salir a actuar.
El Proceso, incluso cuando está en las
últimas, sigue siempre la misma pauta. Lo que da valor a sus propuestas no es
nada intrínseco sino la reacción del adversario, el Estado enemigo, el bloque
del 155, el gobierno de Mariano Rajoy y los que le apoyan. Nada demuestra más
claramente el vacío del proyecto que el infortunado desenlace del 27 de
octubre, con una falsa proclamación de una inexistente república por parte de
un gobierno primero silencioso y luego fugitivo. Todo teatro. La única ancla de
salvación la proporcionó la reacción de la justicia, con los políticos presos,
y de Rajoy, con el 155.
Con el amarillo pasa lo mismo: una vez
tomada la lamentable decisión de promocionar el color de la mala suerte para la
campaña de los partidos independentistas, lo que sostiene su uso y entusiasma a
los seguidores es su prohibición por las juntas electorales. Esta política
reactiva es muy interesante para mantener la movilización y quemar las
abundantes energías militantes, dedicadas ahora a buscar todo tipo de juegos y
trucos de color amarillo para reírse de la prohibición. Ya que no hay hoja de
ruta ni programa, dediquémonos al menos a embadurnarlo todo de amarillo en
honor de presos y fugitivos.
La solidaridad está muy bien. No debe haber
políticos presos aunque sean sospechosos de haber cometido delitos políticos
horribles, como es cargarse el Estatuto y la Constitución, despeñar el Gobierno
y el Parlamento por el camino de la ilegalidad y proclamar una república
iliberal como proyecto y como procedimiento. Pero no puede haber objeción a que
los ciudadanos expresen esa solidaridad exhibiendo signos comprensibles que
significan su libertad, aunque yo particularmente nunca me pondría una señal
amarilla encima, sobre todo si fuera amigo o familiar de un político preso,
porque me parecería que estoy contribuyendo a que siguiera en prisión.
A los partidos independentistas, una vez
cometido el error cromático, les va muy bien que la prohibición se extienda
tanto como sea posible y se centre, sobre todo, en el color, para que el 21-D
todo amarillee alrededor de las urnas. Será una escenificación notable, como
todas las que han organizado los factótums del Proceso, que llenará de
satisfacción a los participantes, aunque los resultados no les acompañen mucho
o nada, como algunos ya empiezan a olerse. Seguro que lo atribuirán a las
maniobras y maldades del Estado y del bloque del 155, pero en realidad será
resultado de la elección errónea del color de la mala suerte cuando se sube a
un escenario, y el proceso es el más colosal que hemos conocido en los últimos
decenios.
Una nota final de aclaración. La junta
electoral no prohíbe que los ciudadanos particulares embadurnen de amarillo lo
que quieran e incluso que vistan de amarillo, como Molière al morir, el día de
las elecciones. Lo que no gusta a los partidos no independentistas, y por eso
recurren ante la junta electoral, es que se utilicen medios y presupuestos
públicos, como son los edificios e instalaciones municipales, y sobre todo
Catalunya Radio o TV3, para hacer campaña descarada a favor de los partidos
independentistas. Buena parte de los protagonistas de estas manipulaciones son
actores también ellos mismos, que se atreven a vestirse de amarillo sobre el
escenario del Proceso y poner en peligro la existencia de los medios de
comunicación públicos que les dan de comer. Todo muy
extraño y de muy mal agüero.
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