5 de diciembre de 2017
La última tentación de Trump: incendiar el statu quo en Tierra Santa
ANÁLISIS
La
última tentación de Trump: incendiar el statu quo en Tierra Santa
El amago del presidente de EE UU de reconocer a
Jerusalén como capital israelí agita el mundo islámico
Judíos
ultraortodoxos pasean ante la Ciudad Vieja de Jerusalén. En vídeo,
declaraciones de Jared Kushner, asesor de Trump, y del delegado en EE UU de la
OLP. THOMAS COEX (AFP) / VÍDEO: REUTERS-QUALITY
Es mejor dejarlo estar. Al menos en la tres
veces milenaria Ciudad Santa, donde aún subsisten componendas de la era de
Saladino y los cruzados, saltarse el statu quo puede acarrear funestas
consecuencias. Donald Trump prometió en la
campaña electoral que trasladaría la Embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv, sede
de todas las legaciones extranjeras ante el Estado judío, a Jerusalén, donde
Israel fijó su capital. En mayo, apenas cuatro meses después de llegar a la
Casa Blanca, tuvo que quebrantar su palabra y, al igual que todos los
presidentes en las dos últimas décadas —Bill Clinton, George W. Bush y Barack
Obama—, dejó en suspenso “por razones de seguridad nacional” durante otros seis
meses el traslado de la misión diplomática aprobado por el Congreso en 1995.
En contra de su voluntad política, Trump
parece tener que volver a incumplir ahora el trato con los votantes. No iba a
haber traslado por el momento, se aseguraba antes de que venciera en la
medianoche del lunes al martes el plazo para la adopción de la decisión
presidencial. Finalmente, todo ha vuelto a quedar pendiente de un
pronunciamiento final mientras se prolonga la tensión. Desde el Pentágono y el
Departamento de Estado le han alertado con claridad de que el cambio de sede
diplomática podría tener efectos contraproducentes para la seguridad de las
tropas y de los ciudadanos estadounidenses asentados en países islámicos.
La Ciudad Vieja alberga el Muro de las
Lamentaciones y la basílica del Santo Sepulcro, lugares santos para el judaísmo
y la cristiandad, junto a la Explanada de las Mezquitas, un emblemático icono y
tercer recinto más sagrado, tras La Meca y Medina, para los musulmanes. Existe
acuerdo generalizado en la comunidad internacional de que el casco histórico
amurallado se halla en la parte oriental de Jerusalén, esto es, la zona ocupada por Israel desde hace 50 años que los
palestinos aspiran a convertir en capital de su Estado independiente.
Por eso las embajadas se encuentran precisamente
en Tel Aviv. Al menos mientras israelíes y palestinos no alcancen un compromiso
sobre el estatuto final de Jerusalén en el marco de un acuerdo de paz duradero.
Las 16 legaciones que se habían establecido en la parte occidental de la ciudad
—entre ellas las de 12 países latinoamericanos— terminaron trasladándose a la
metrópolis costera cuando Israel se anexionó por ley la parte oriental en 1980.
El Consejo de Seguridad de la ONU condenó la medida como una violación del
derecho internacional. Los últimos en mudarse fueron Costa Rica y El Salvador
en 2006.
¿Por qué está amagando ahora Trump –cuando se presentaba como
arquitecto del “acuerdo definitivo” de paz— con adoptar una decisión contraria al
consenso internacional? Las especulaciones políticas de Washington amenazan con
incendiar la calle árabe con una ola de protestas. Jordania, Egipto, Turquía
–que mantienen relaciones con Israel, las 22 naciones de la Liga Árabe, los 57
Estados miembros de la Organización de la Conferencia Islámica que representan
a 1.500 millones de musulmanes, han advertido en las últimas horas, o se
disponen ha hacerlo,del riesgo de una reacción popular incontrolada si
finalmente EE UU rompía con el statu quo. Incluso el presidente francés,
Emmanuel Macron, ha expresado su preocupación ante un eventual reconocimiento
unilateral de Jerusalén como capital de Israel tras una conversación telefónica
con el mandatario estadounidense.
La Autoridad Palestina ha avisado con
vehemencia de que iba a dejar de considerar a Washington como un mediador
imparcial en Oriente Próximo si se decanta en favor de las tesis de
Israel. El secretario general de la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Saeb Erekat, teme sobre todo el “desastre”
provocado por un cambio en el statu quo a costa del fracaso del proceso de
negociaciones. El movimiento de resistencia islámico Hamás, mientras tanto, ha
tocado a rebato desde su feudo en Gaza al convocar una “jornada de la ira” para
este miércoles, mientras amenaza con lanzar una nueva Intifada si Trump da
algún paso diplomático unilateral en Jerusalén.
Hace ahora precisamente 70 años, Naciones
Unidas acordó el plan de partición de la Palestina que se encontraba bajo
mandato británico desde el fin de la I Guerra Mundial. Algo más de la mitad del
territorio fue adjudicado al Estado judío, proclamado oficialmente en mayo de
1948, y el resto estaba previsto para un futuro Estado árabe. Jerusalén,
empero, debía situarse bajo administración internacional, como “cuerpo
separado” de las nuevas entidades nacionales. Pero la guerra que libraron
fuerzas judías y de países árabes hasta que se selló el armisticio en julio de
1949 arruinó los planes de la ONU. El Oeste de la ciudad fue ocupado por
Israel, que estableció allí su capital, y el Este quedó bajo control jordano,
al igual que Cisjordania. Una Línea Verde de alto el fuego dividió la urbe con
alambradas y barricadas hasta la victoria israelí en la guerra de los Seis Días
de 1967.
Aunque las Embajadas están en Tel Aviv, los
embajadores acuden sin mayor problema a entregar sus cartas credenciales al
palacio presidencial y los diplomáticos asisten regularmente a reuniones de
trabajo en el Ministerio de Exteriores, situados ambos en Jerusalén Oeste. Es
un reconocimiento de una situación de hecho. La mayoría de ellos observa gran
cuidado, no obstante, en no poner nunca los pies en los centros oficiales del
Estado hebreo situados al este de la Línea Verde.
En una intervención pública prevista este
miércoles, el presidente Trump puede traspasar aún una línea roja al aludir a
alguna modalidad de reconocimiento de la capitalidad del Estado de Israel,
según han anticipado medios estadounidenses como The New York Times. Cumpliría así, al menos formalmente,
con su promesa electoral. Pero en función del contenido exacto de su discurso
en la siempre sensible cuestión de Jerusalén, la palabra empeñada del
mandatario republicano puede tornarse en la yesca que prenda una nueva hoguera
regional con foco abrasador en la Ciudad Santa.
Desde hace casi dos siglos, una escalera de madera permanece
en un alféizar del Santo Sepulcro sin que ninguna de las comunidades
cristianas de la basílica se atreva a tocarla. No han logrado ponerse de
acuerdo en retirarla desde entonces. Con tal de evitar los habituales
altercados entre popes, clérigos y frailes, coinciden en que es preferible
mantener el statu quo y dejar la escalera en su sitio.
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